Como todos los domingos, en el barrio Saint-Cyprien de Toulouse, decenas de personas hacen cola en las panaderías para comprar sus baguettes. Pero a unos metros, los escaparates rotos y los cajeros automáticos destruidos muestran la violencia que se adueñó la víspera de esta ciudad del suroeste de Francia.

El cuarto sábado de las protestas de los "chalecos amarillos", un colectivo antigubernamental que sacude a Francia desde hace tres semanas, fue "sin duda el más violento", cuenta, aún espantado, Habar, un habitante de este barrio de las afueras del centro histórico de la llamada Ciudad rosa.

Además de París, la cólera se extendió el sábado a varias ciudades de provincias, incluyendo Marsella (sureste) y Lyon (este).

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Una anciana, que camina con la ayuda de un bastón, se detiene frente a un banco y saca su teléfono para tomar una foto de la fachada hecha trizas.

La prefectura de Alto Garona, de la que depende Toulouse, contó unos 5.500 manifestantes. Unas cuarenta personas fueron detenidas, sobre todo por agredir a policías, prender fuego a basureros y destruir propiedad pública y privada, incluyendo vehículos que fueron incendiados.

Cerca de la estación de metro Saint-Cyprien, la vitrina de un bar-tabaquería estaba en pedazos y la indignación se leía en los rostros de sus dueños, que no quisieron hablar con la prensa.

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Para Michel, un arquitecto de 56 años, la cólera es "justificada". "La situación está muy mal para muchos, hay un ambiente de insurrección que nadie está tomando en serio", afirma.

El alcalde de Toulouse, Jean-Luc "Moudenc tiene la desfachatez de venir aquí, hacer declaraciones alarmantes a la prensa, cuando está en realidad completamente cortado de la realidad y de la vida cotidiana de la gente", vitupera este vecino que vive en el barrio desde hace 40 años.

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El sábado por la noche, el alcalde contó a la AFP que se "infiltró, camuflado" entre los manifestantes de Saint-Cyprien, y que "vio por la primera vez a la extrema izquierda y a la extrema derecha mano en mano".

'Los niños estaban asustados' 

En el bar "La rive gauche", su dueño, Alain, tuvo que cerrar durante dos horas el sábado por la noche, "cuando se escucharon los primeros disturbios". Pero hacia las 20H00, cuando comenzó a regresar la calma, reabrió las puertas.

Para él, los alborotadores no representan al movimiento de protesta. "Hay que hacer todo lo posible para desdramatizar" la tensión en torno a los "chalecos amarillos" y "mostrar que la vida continúa, que es un día normal", dice.

Afirma incluso que tuvo "muchos clientes" el sábado, "muchos 'chalecos amarillos' que vinieron a tomar una copa".

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Bettahar, un profesor de Física en un instituto, parece más escéptico sobre las demandas de los manifestantes y deplora los métodos utilizados. "Nunca he visto nada igual... Los niños estaban asustados, miren a su alrededor, todo fue destruido", dice este hombre de 50 años.

Los "chalecos amarillos" son principalmente franceses de las clases populares obreras o medias. La Francia de los fines de mes difíciles, contrariados con la política fiscal y social de Emmanuel Macron, que consideran injusta.

La anulación del gobierno del alza de un impuesto a los carburantes, que fue el detonante de la crisis, no ha apaciguado a este movimiento, particularmente desafiante contra las élites políticas y los partidos tradicionales.

"Los 'chalecos amarillos' piden lo imposible, y ningún gobierno, incluso un mago, podría responder a sus exigencias imposible", añade Bettahar.

Francia se muestra impaciente por conocer las "medidas" que Emmanuel Macron anunciará a inicios de semana para desactivar la crisis de los "chalecos amarillos". La jornada violenta del sábado deja casi 2.000 detenidos y pone al gobierno contra las cuerdas.

Es una "catástrofe para los comercios, una catástrofe para nuestra economía", estimó el ministro de Finanzas, Bruno Le Maire. (I)