María Joza tiene tantos hijos como tachos llenos de agua en su casa, ahí en la ciudadela Ciudad Jardín, adonde fueron reubicados los afectados del terremoto del 16 de abril de 2016.

El agua llega en forma intermitente y por ello hay que aprovecharla, manifiesta la mujer. Sus doce hijos llegaron porque Dios manda, comenta.

Pero los derechos de algunos de ellos están siendo vulnerados al no tener identificación; es decir, no existen para el país. Así, el undécimo hijo, de 3 años, y la duodécima, de 18 meses, no están inscritos. Es más, la última no tiene nombre definido, solo la reconocen como Kaki.

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Así Kaki, de dulce mirada hacia su mamá, va creciendo sin nombre, sin existir legalmente. El de 3 años se llama Álex Maroon, pero no ha sido inscrito.

“No sé qué nombre ponerle cuando la vaya a inscribir”, dice María, quien alega que no ha hecho el trámite porque su esposo no ha sacado cédula por falta de dinero. Ella recién obtuvo el documento.

En Pedernales, organismos que prestaron asistencia a familias que perdieron sus casas detectaron que cerca de 1.000 niños, jóvenes y algunos adultos no tenían documentos de identidad. Según Consuelo Delgado, gerenta de Plan Internacional en Manabí, la cifra podría ser mayor si los registros abarcaran comunidades alejadas del centro de Pedernales.

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“Quizás puede haber niños que no estén estudiando y que estén en estas condiciones”, manifiesta Delgado.

En Ciudad Jardín, luego del terremoto, se detectó que 79 personas, entre adultos y niños, no tenían documentos, por lo cual hubo un proceso para inscribirlos en el Registro Civil.

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En estos casos, el machismo, desatención y falta de dinero figuran como causales de la existencia de “niños fantasmas”.

María Gabriela Altafuya no ha inscrito a dos de sus seis hijos, uno de 5 años y otro de un año y medio. Dice que el papá no los quiere reconocer como hijos suyos. “Le he ido a decir que le dé el apellido y es como hablarle a un palo”, sostiene la mujer, que escribió a otros dos hijos cuando tenían 3 años.

María B. M., de 17 años, tampoco tiene cédula. Refiere que la partida de nacimiento la dejó en el colegio Fausto Molina, de Pedernales. Dice que allí ha pedido ese papel, sin respuestas. Agrega que en el Registro Civil del cantón le piden que lleve a parientes que certifiquen su existencia, y admite que también la limita la falta de dinero. Aquella situación hace que Esther, su hija de 13 meses, tampoco exista para el país.

Isabel Pino, integrante de la Junta Cantonal de Protección de Derechos, menciona que antes del terremoto en Pedernales ya había evidencia de la problemática de falta de inscripciones. “Tenemos que ver que es un cantón (con población), flotante, hay emigrantes, bastante gente, ciudadanos por ejemplo de la zona de Esmeraldas, niños de ese perfil que han venido a Pedernales y no han sido legalmente inscritos”, analiza.

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Pino indica que habría más casos en poblaciones en la vía a Chamanga, como en la parroquia 10 de Agosto, donde pobladores de escasos recursos económicos no han tramitado sus documentos, ni siquiera la partida de nacimiento.

Delgado, la gerenta de Plan Internacional en Manabí, refiere que desde hace 18 meses, con apoyo de entes no gubernamentales y estatales, se intervino para ir reduciendo estas cifras y ya algunos constan con sus partidas de nacimiento.

Agrega que Pedernales es el primer cantón con situaciones de vulnerabilidad de niños y adolescentes en esta provincia, y el tercero en el país.

Apuntes

La precocidad sexual sería otra arista en las no inscripciones. “Hay niñas en unión de hecho con personas adultas, lo ven como algo natural, pero que de acuerdo a la ley es una violación; hablamos de niñas de 12 a 14 años que ni siquiera han terminado su educación básica”, cita Consuelo Delgado, gerenta de Plan Internacional en Manabí. Isabel Pino, de la Junta Cantonal de Protección de Derechos, de Pedernales, habla de un repunte de casos de abuso sexual, incluso en planteles.

 

Inscritos por abuelos, hijos son ‘hermanos de mamá’

En Pedernales, el problema de falta de documentos de identidad lleva a mujeres a inscribir a sus hijos con los apellidos de sus papás; es decir, los niños, en papeles, figuran como sus hermanos. Daniela Bone, de 18 años, tiene un niño de dos años y medio, y otro de un mes. A este último lo inscribió en Santo Domingo con los apellidos de sus progenitores para facilitarle el acceso a atención médica. Al de dos años aún no lo inscribe porque el papá no tiene cédula y supuestamente tampoco dinero para el trámite.

Rosa Estela Manzaba Quiñónez, de 29 años, se inscribió en el Registro Civil hace 7 años. Dice que era un suplicio cobrar por su trabajo. Aquello también la privó de estudiar, pero sabe leer y escribir porque a los 12 años cuando laboraba en una casa, su patrona, que era profesora, le enseñó aspectos básicos. “Si me pagaban con cheque, pedía que lo hicieran a nombre de un familiar; una vez fui a Quito y me pidieron cédula y tuve que regresarme. Recién voté en la pasada consulta popular”, dice la mujer, cuyo papá, al darle el apellido, viabilizó su inscripción a los 22 años.

Rosa Estela inscribió a dos de sus seis hijos con los apellidos de sus papás porque el de los niños no quiso darle el apellido. Agrega que tiene un hermano sin papeles a sus 32 años. Lo reconocen como José Ángel y vive con sus papás en Las Golondrinas, Santo Domingo. (I)