“Morfina no”, gritaba José, de nueve años de edad, en medio del dolor que le aquejaba cuando ingresó al hospital de Solca en Guayaquil. El menor tenía cáncer y previamente en una visita al área de emergencias de un hospital público había escuchado a un médico decir que esa medicina se coloca cuando se está al borde de la muerte.

De ahí el temor a que le inyecten la sustancia derivada del opio, cuenta la especialista en cuidados paliativos Mariana Vallejo, quien lo atendió y le explicó en Solca que servía para aliviar el sufrimiento. “Al final pudimos ponerle y el niño murió pero sin dolor”.

Un total de 50.400 personas requieren al año tratamiento para el dolor grave asociado a la salud en Ecuador. Con la cantidad de opioides disponible en el país como la morfina se cubre el 25% de esa demanda, mientras que la capacidad de ofrecer los cuidados paliativos es del 0,6%, según la Asociación Latinoamericana de Cuidados Paliativos (ALCP). Son cifras presentadas en el Congreso de Cuidados Paliativos Fortaleciendo el Sistema Sociosanitario realizado el mes pasado en Lima, Perú.

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El último dato oficial sobre el consumo de analgésicos opioides en Ecuador indica que es de 1,5 miligramos por habitante (mg per cápita), según un estudio del Centro que investiga el cáncer de la Universidad de Wisconsin (EE.UU.). No se llega ni a la media de Latinoamérica de 6,7 mg per cápita, en una región que está por debajo del promedio mundial de 61,3 mg per cápita.

Pero Ximena Pozo, responsable de los cuidados paliativos del Hospital del Adulto Mayor en Quito, indica, en representación del Ministerio de Salud Pública (MSP), que el consumo subió a 2 mg per cápita este año: “El aumento puede ser ínfimo pero es un avance. El objetivo es llegar al promedio regional”.

Susana Vacacela, de 60 años, recibe tratamiento paliativo desde hace 14 años tras ser diagnosticada con cáncer a la tiroides y luego de mama. Ella sentía dolor, pero los médicos le decían que era por falta de mimo, hasta que al fin la enviaron a la Unidad de Cuidados Paliativos del hospital de Solca en Guayaquil. “A lo que entré al área por primera vez hace 13 años recuerdo siempre un cartel que decía: ‘Aquí tratamos al paciente con dignidad siempre y cuando él sepa su verdad para que tenga una vida de calidad y una muerte muy digna’, la vida me enseñó que solamente se vive 24 horas al día”, reflexiona.

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En su caso accede al tratamiento como afiliada voluntaria por el convenio entre el IESS y Solca. Se coloca dos parches del opioide fentanilo cada dos días. “La receta que firmé para que vaya al seguro social, solamente de los parches era de $ 420 por 40 parches”, añade.

Sin embargo, el problema está para los que no tienen seguro social y acceden a la red pública en la que, por ejemplo, escasea la morfina oral en tabletas, indispensable para ciertos grupos con cuadros clínicos en los que se dificulta colocar inyecciones.

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Javier Prada, gerente de la farmacéutica Grunenthal para Colombia y Ecuador, explica que la situación responde a que ciertos productos han llegado a niveles de precios tan bajos que ya no son atractivos para las industrias fabricar. Esta firma proveerá al MSP de morfina oral en jarabe, e incluso, planea fabricarla en la planta que tiene en Quito a partir del 2019.

Pero a más del abastecimiento también hay que educar, dice Prada. “Recientemente firmamos un convenio con la UEES (Universidad de Especialidades Espíritu Santo) de Guayaquil para que se incluya la cátedra de dolor en un semestre completo”. La compañía espera la aprobación del MSP para iniciar la distribución de morfina en la red pública.

Viviana Dávalos, anastesióloga y directora del departamento de ciencias de la salud de la Universidad Técnica Particular de Loja, refiere que hay un acuerdo ministerial del 2011 que obliga a todas las facultades de Medicina del país a implementar la materia de cuidados paliativos en su malla curricular, pero de las 22 universidades que preparan a los médicos apenas 4 privadas la han incorporado. “El analgésico paracetamol está entre los más difundidos, pero no es el más útil en determinados estadíos de una enfermedad, allí se debe usar la morfina, pero hay un tabú de que va a causar una depresión respiratoria y el paciente se va a morir, pero no es así”, señala. Es el mismo temor que tenía el médico que atendió a José o el de Susana, quien pensaba que podía volverse adicta.

Tatiana Fernández, presidenta de la Asociación Nacional de Cuidados Paliativos, asevera que sí existe el riesgo de adicción pero aquello no sucede si se maneja de forma correcta, siguiendo las guías ya determinadas. De ahí la importancia de que sean recetados por personal capacitado. “Estas son medicaciones dirigidas también a otros síntomas como la falta de aire, las náuseas, para que las secreciones sean menores”, señala. (I)

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