La innovación pedagógica está cargada de recursos vanguardista muy positivos, pero también de un llamado a atender las individualidades del alumnado, así como de la puesta en marcha de un autodiagnóstico de las prácticas educativas, como factores predominantes.

Si partimos de lo que se conoce teóricamente como innovación pedagógica, se habla de que es una oposición y un contraste al o los sistemas tradicionales educativos, y que busca transformar la relación convencional entre maestro- alumno-pensum con prácticas formativas conscientes, reales, diversas, creativas y más aterrizadas a obtener una comunidad educativa mejor preparada, feliz y de calidad.

Con el boom de la tecnología, el desarrollo de ecosistemas automatizados y una inminente generación de contenidos y comunicaciones, seguramente a más de un profesor le puede resultar abrumador adaptarse y -por qué no- competir con este nuevo ritmo. Hoy basta con dar un click en un buscador de internet y los alumnos tienen la mitad de la tarea resuelta. Sin embargo, no se puede dejar pasar por alto el importante rol de guía y respaldo que un buen maestro deja en sus alumnos, por ello la necesidad de lograr una sinergia a través de la innovación.

Y es precisamente el involucramiento del docente junto al sistema educativo de cada plantel, lo que hace que se demande de una innovación educativa con mecanismos necesarios para que los estudiantes aprendan por sí mismos, pero que además se tomen en cuenta las individualidades, las inteligencias múltiples, la modificación o adaptación de mallas curriculares, la reestructuración de instalaciones. Lo más importante es innovar en la necesidad de aceptar que hay que ser más receptivos, críticos e involucrarse con el cambio, así como aceptar que cada estudiante es distinto y que por ello debe respetarse la oportunidad de explorar cuál es la mejor forma de descubrir su lado creativo y ayudarlo a ser un individuo plenamente exitoso.

En países como España y varios de Latinoamérica se ha comenzado a trabajar la idea de contar con un Plan Estratégico Pedagógico con la intención de tener mayor participación y, consecuentemente, mayor liderazgo pedagógico, para abordar de mejor manera la tarea compartida de la educación. Pero como en toda planificación, esto sólo podría asegurar su eficiencia si hay un compromiso real por parte de las instituciones a trabajar en la innovación continua y permanente de su práctica pedagógica.

En este sentido, los centros educativos están llamados a poner al día sus formatos de enseñanza y exigirse un camino enfocado a conseguir la calidad educativa. Aceptar los nuevos desafíos para trabajar en un verdadero proyecto educativo, basado en ejes como la apertura al cambio, mejorar lo que se deba cambiar y actuar con inteligencia emocional y sentido de igualdad, ayudará considerablemente en la gran tarea de formar mejores personas capaces para esta sociedad. (P)