Los oficios se heredan. Es el caso de Marcos Quinto Lamilla, de 65 años, quien utilizando tiras de caña corraleja o rolliza, teje grandes canastos en los cuales los panaderos colocan el pan cuando lo ofrecen ambulantemente, pequeñas canastas que las amas de casa utilizan para trasladar las compras del mercado, también los tradicionales y casi desaparecidos sahumadores.

A cielo abierto, cerca del río Daule, a la sombra de un frondoso e inmenso almendro funciona su taller, en las calles Balzar y Santa Lucía.

Esa tarde, con hilachas de sol cayendo sobre él, cuenta que su abuelo le enseñó el oficio a su madre, Estela Lamilla. “Cuando ella trabajaba yo tenía siete años y estaba cerquita mirándola”, recuerda.

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Eso ocurría cuando salía de la escuela. Su madre trabajaba y él junto a Tirsio, su difunto hermano, como todos los muchachos, se ponían a travesear hasta que jugando y jugando aprendieron el oficio. Señala que su hermano mayor era el que mejor tejía.

Caña viene de la montaña

Sin dejar de tejer unos canastos, Marcos cuenta que la principal materia prima que utiliza es la caña que proviene de la montaña, que a veces escasea y hay que esperar.

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“La traen de Quevedo, Santo Domingo adentro –refiere sin dejar de tejer–. También últimamente llega una caña peruana, pero la nuestra es mejor. La caña tiene que ser suave, flexible, porque si es tiesa no vale porque se quiebra enseguida”, remarca.

Explica que como la caña llega verde, lo primero que hace es rasparla con el machete, luego con el cuchillo la transforma en tirillas y las pone a secar durante tres o cuatro días para que se endurezcan y duren más.

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Lo que más teje Marcos Quinto son canastos para panaderos y en cuatro a tamaños. En una jornada diaria teje un canasto y al siguiente día le da los últimos retoques, como pintarle con anilina las tradicionales franjas rojas y verdes que lo adornan.

Tradicionalmente existen canastos de cuatro tamaños: el rodillero, el ombliguero, el pechero y el barbero, este es el más grande porque asentado en el suelo llega hasta la barbilla de una persona.

A mi inquietud de cuánto cuesta cada uno de ellos, Quinto, sin dejar de entrelazar las tiras de caña que teje, informa que el precio es según el tamaño: el rodillero, $ 20; el ombliguero, $ 30; el pechero, $ 40 y el más grande, el barbero, $ 50. El que tiene más demanda es el ombliguero, afirma.

Comenta que los canastos para trabajar en el pan, son los más solicitados, justo en esos días estaba realizando un pedido para Milagro.
Cuando indago que si han disminuido las demandas porque ahora la gente utiliza fundas plásticas, responde que quienes le encargan mayoritariamente los canastos son vendedores oriundos de la Sierra a los que él le ha preguntado si van a trasladar el pan en envases plásticos y le han respondido: “No, lo que es canasto es canasto para el pan porque ponerlo en cajas de plástico se enfría rapidito, en cambio, en el canasto, no”, remarca.

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Quinto cuenta que a veces lo visitan maestros de panaderías grandes y se llevan hasta diez canastos. “Cuando no están hechos, dejan sus números de teléfono y vienen otro día”, dice.

También teje el tradicional sahumador, pero por encargo y cada vez menos. “Hay madres que quieren que sus bebés estén bien olorosos”, dice el artesano de la caña evocando que antes en casi todas las casas existía un sahumador para perfumar la ropa de grandes y chicos.

En tal caso, todavía, a veces, le encargan hacer sahumadores de 80 centímetros o de un metro, cuestan 50 y 80 dólares.

Los oficios se heredan, Marcos Quinto heredó transformar la caña. (I)