Nina Pacari Vega, una de las lideresas indígenas, trabajó con monseñor Leonidas Proaño desde muy joven. Ahora, a sus 57 años, cree que el Obispo de los Indios dejó grandes obras y trazó un camino muy difícil de ser imitado. A 30 años de la muerte del sacerdote, ella lo recuerda como un ser humano insuperable.

¿Cuál es el legado de monseñor Proaño para el sector indígena?

Fomentó el proceso organizativo partiendo de la problemática que vivían los pueblos indígenas, sobre todo, en Chimborazo, con una teoría fundamental: política propia, economía propia y cultura propia. Eso implicaba ver cómo fortalecer la identidad, la historia. Vine a Chimborazo en 1984 cuando estaba presente toda esta cuestión. En la curia había una oficina del MICH (Movimiento Indígena de Chimborazo). Con trabajos médicos monseñor Proaño tenía mucha vinculación con las comunidades. Además, impulsó una revalorización profunda desde los propios pueblos. Por todo ello fue identificado como el Obispo Rojo, el Obispo de los Indios.

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Pero esto era despectivo y acusatorio...

Las dos cuestiones. Chimborazo era el centro del feudalismo y una de las últimas provincias en liberarse del discrimen, de la esclavitud... Llamar a monseñor comunista era negativo porque se le acusaba de promover cosas desde la política. Era despectivo para un sector, pero no para los pueblos indígenas que veían en él un apoyo en la lucha de clases. En ese contexto, podríamos decir que combinaba esa lucha de clases con la identidad, ya que se trabajaba con definiciones como política propia, cultura propia, economía propia, con lo que se estaba yendo a los principios filosóficos de los pueblos indígenas.

¿Cómo entender, 30 años después de su muerte, su pensamiento?

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Fue un pensamiento de futuro que coincidió con el pensamiento de los pueblos indígenas. Eso alimentaba y fortalecía el proceso de los pueblos. Ese pensamiento y ese sector de la Iglesia no nos eran ajenos, era una rama de la Iglesia que acompañaba no solo a los pobres sino también a los indígenas y, en el caso de Chimborazo, era muy concreto porque monseñor vivía ahí.

¿Qué admiraba de él?

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La sencillez. Se podía conversar. Uno se podía equivocar, pero él era muy humano y muy abierto. No nos hacía sentir temor por el hecho de estar hablando con un jerarca de la Iglesia, sino con alguien que uno puede tranquilamente conversar de los más diversos problemas. Rescataría esa sencillez para llegar de modo profundo.

¿Halló algún defecto en él?

No, no. Esto se descubre cuando se comparte más la vida de hogar, de casa. Otra cosa es estar en el trabajo. A mí me decía: esa puntualidad que tienes es importante para toda la vida. Y mientras otros llegaban atrasados, a él le gustaba llegar puntual.

¿Cree que murió satisfecho porque consiguió lo que quiso para los indígenas?

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El vivió de cerca el sufrimiento de los indígenas. Cuando hablaba de eso se le quebraba la voz. Él daba todo en el quehacer de las cosas: si tenía que visitar enfermos o si tenía que madrugar. Los niños se le acercaban mucho. Él rompía los protocolos. Por eso se le recuerda en esa dimensión de los grandes.

¿Hay alguien que pueda seguir sus pasos?

Es lamentable, pero no hay. Después de monseñor Proaño los obispos que hemos tenido en Riobamba han hecho esfuerzos, pero están lejos de que puedan seguir sus pasos. No encuentro en el Ecuador a ninguno que pueda seguir sus rutas. Es un referente.

¿Le han contado si ha hecho algún milagro ya fallecido?

Nadie me ha dicho que monseñor le haya hecho algún milagro como una obra de magia. El milagro es, por ejemplo, el haber devuelto la dignidad y su mayor logro que los indígenas hablen mirando a los ojos. Esto es de una profundidad inmensa porque es así como combatió a la discriminación. Y esto de redimirse es un milagro, porque milagro no es la cuestión de magia, sino una concepción. Por ejemplo, la multiplicación de los panes no es magia, el milagro es cómo todos ponemos la comida y alcanza. En quichua diríamos la pambamesa: todos ponemos la comida y hasta el que no ha traído come y sobra.

¿Fue un santo?

No he conocido ningún caso que a monseñor Proaño le dé problemas de ética, tal como se ha conocido de otras personas. En la concepción occidental es o fue un santo. Ahora que han santificado a algunos que han tenido ese lastre, monseñor Proaño, para mí, reúne las condiciones para ser reconocido como santo.

Cuando los periodistas le preguntaron a monseñor cuál era su trabajo, su conquista, su satisfacción mayor en Chimborazo, él les dijo: ‘Que los indígenas comiencen a hablar mirando a los ojos". Nina Pacari, lideresa indígena

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