Victoria y Andreína tienen 18 años; Kelvin, 21, y Ronaldo, 19. En un espacio de descanso en la terminal terrestre de Guayaquil, en el norte, están desorientados. Comen mandarinas, la fruta de la tarde. Ya habían almorzado y tomado agua aromática, dicen estar satisfechos, sensación que no la habían tenido más de 15 días, cuando salieron con pocas pertenencias desde Barinas, en Venezuela.

Aquí en Guayaquil, ellos narran, entre risas y con admiración, las caminatas de más de 12 horas, los días fríos en el páramo colombiano, las veces que les tocó subir a camiones con ganado y los momentos en que no tuvieron ni agua para beber. “¡No sé cómo sobrevivimos!”, señala Ronaldo.

Fueron 15 días de caminatas y ‘aventones’ para llegar al puente de Rumichaca, frontera con Colombia. Ellos pasaron tres días para sellar el registro migratorio con su cédula venezolana y buscar dinero para el bus porque les advirtieron que el páramo ecuatoriano es más duro de cruzar a pie.

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Andreína, una joven seria y contextura delgada, estudiaba medicina. “En Venezuela no hay nada, ni sueños ni ilusiones. Íbamos hasta a pie a la universidad, y ¿para qué? Si ya los profesores no iban, si mis compañeras se desmayaban del hambre. No es justo, no quiero eso. Decidí venir sola por mi familia”, cuenta con amargura.

Victoria luce más risueña, con un labial fucsia, pero asegura que es “pura apariencia”. Ella tiene miedo. No sabe si Ecuador será su nuevo hogar o seguir arriesgándose para llegar a Perú.

“Sé que en Perú hay xenofobia por venezolanos que han robado. No todos somos así. En todo lado hay gente buena como la que encontramos en Ecuador. En Tulcán una señora nos regaló un pollo asado y se puso a llorar con nosotros”, recuerda.

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Kelvin añade que también se han encontrado abuelitas en el camino que les han dado la bendición. “Siento que es mi madre y mi abuela en cada abrazo que me dan las señoras”, expresa el joven, quien cuenta que son dos noches que ha dormido sentado en la sala de espera de la terminal.

Según las cifras que registran las cooperativas San Cristóbal, Aerotaxi y Flota Imbabura son al menos 800 venezolanos que se movilizan diariamente entre el norte del país a Guayaquil, en las últimas semanas.

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Al arribar al Puerto Principal muchos siguen con su ruta directamente hacia Tumbes o Piura para tomar bus que los lleve a Lima. Otros deambulan días para conseguir dinero. Venden sus pertenencias, salen a expender caramelos para recoger el dinero necesario y emprender el nuevo viaje.

Ese es el caso de Yessi, su esposo y su hijo de 16 años. A ellos les ganó la enfermedad en tierras extrañas. “Mi esposo siente dolor en el cuerpo, depresión, estrés. Nos quedamos sin dinero para continuar al destino que pensábamos. Encontramos un lugar para descansar en el centro, nos cobra $ 5 la noche. Todos los días salgo a buscar trabajo, para la comida del día, y pagar la noche”, dice Yessi, quien lleva 5 días en la urbe.

Ella y su hijo por las noches muestran un cartel en las avenidas de las Américas y Hermano Miguel, a la altura de Transportes Ecuador. “Somos venezolanos. No tengo trabajo, ayúdame por favor para comprar comida, pasar hambre es duro”, se lee en el cartel.

Ante el aumento de la llegada de venezolanos a la terminal terrestre de Guayaquil, Klíder Campos, director de Terminales Terrestres, expresa que desde el jueves 9 de agosto se habilitó una oficina de descanso en horario de oficina. Allí hay personal de la Cruz Roja y de Hogar de Cristo para brindar atención médica y ofrecerles un espacio de descanso más prolongado, respectivamente.

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Segundo Echanique, coordinador provincial de salud y desarrollo comunitario de la Cruz Roja, dice que han atendido 580 personas, 90 con atención con prehospitalaria como curaciones, problemas respiratorios, cortes, heridas, etc. (I)

30 mil venezolanos ingresaron por el puente de Rumichaca, en la primera semana de agosto, según Naciones Unidas.

Viaja con riesgo de perder embarazo
Yurleidi tiene 30 años y un embarazo de 4 meses. El lunes estuvo por más de 14 horas en la terminal terrestre de Guayaquil aguardando un bus de la coop. Cifa para viajar a Piura, Perú. Estaba con dolores en el vientre, hinchados los pies, pero mantenía ánimo al pensar que en dos días se podría reencontrar con su pareja, en Lima. Dice que antes de salir de su país se hizo el control prenatal y la doctora le dijo que con solo viajar 6 horas ella correría riesgo. Ella ya lleva cinco días de viajes seguidos. Busca bienestar para ella y su hijo.