El azul del cielo que cobija a Sigchos, un poblado de 23.000 habitantes en Cotopaxi, contrasta con el verde de las praderas que lo rodean. Más arriba, a 4.000 metros sobre el nivel del mar, está el páramo, con extensos pajonales y pequeños arbustos cargados de mortiño.

María Catota, Antonio Guayta y Danilo Sigcha caminan presurosos esquivando la paja hasta llegar a la parte más alta del páramo y de inmediato empiezan a cosechar. Sus dedos están adaptados para desgranar los mortiños que tienen el tamaño y color adecuados. Cada uno lleva una canasta de carrizo para recoger el producto.

La Asociación de Productores y Comercializadores Agropecuarios de Quinticusig, al mando de Flavio Sigcha, levantó una fábrica de elaboración de vino de mortiño, en Quinticusig, una de las comunidades de este cantón, cuya marca es El Último Inca.

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Desde los 12 años, Flavio ha estado involucrado en el área social por la motivación que recibió del padre Hugo Villavicencio, conocedor del proceso de los quesos Salinerito de Salinas de Bolívar.

“Él encaminaba a los jóvenes que tengan otro estilo de vida o que sean líderes comunitarios”, relata. “Los intermediarios nos explotaban; toda la vida fuimos recolectores de mortiño, pero solo en finados. Yo cargaba una caja de 40 kilos y caminaba tres horas desde la finca de mi papá hasta el mercado de Sigchos, ahí la vendía por $ 5. Ellos se llevaban casi toda la ganancia”.

“Eso también me motivó a emprender mi propio negocio”, concluye.

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Desde el 2002 hasta el 2005 realizaron investigación y formaron una organización comunitaria, cuenta, pero no tuvieron éxito.

En 2010, nació la Asociación de Productores y Comercializadores Agropecuarios de Quinticusig y “comenzamos elaborando una botella de Tesalia de 6 litros de vino, y poco a poco crecimos. Actualmente, producimos dos mil botellas de 750 ml., cada mes y el precio en la planta es de $ 6,40”.

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Flavio y sus 20 compañeros de la Asociación se dieron cuenta de que la materia prima era esencial y decidieron cultivar y reforestar plantas de mortiño para aumentar la producción y preservar el páramo. Ahora disponen de una hectárea de plantas de un año, pero todavía no están de cosecha.

Además, la Asociación compró 30 hectáreas de páramo por $ 38.000, donde aspiran a tener unas 30.000 plantas con un rendimiento de un kilo y una producción anual aproximada de 50.000 botellas.

Hoy, la fábrica necesita 1.000 kilos de mortiño por mes, pero el negocio está en aumento, y a partir de septiembre próximo se requerirán unos 10.000 mensuales para cumplir con la demanda de fin de año que se estima en 35.000 botellas.

Flavio asegura que, a partir de que la fábrica empezó a producir, autoridades locales, el Ministerio de Agricultura y una ONG canadiense ayudaron a consolidarla.

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La producción se vende en las tiendas Camari y Salinerito de Quito y Latacunga; también se distribuye a Cuenca, Lago Agrio, Sacha y todas las tiendas del cantón Sigchos. La ganancia neta es de 0,84 centavos por cada botella vendida.

Mientras Rocío, Dorila y Flavio terminan de poner corchos, etiquetas, sellos y almacenan las botellas en las estanterías del almacén, junto a seis barriles de roble que contienen 200 litros de vino, en proceso de envejecimiento cada uno, Flavio descorcha una botella y varias copas se llenan del fragante y rojizo vino de mortiño. (I)