Como una especie de máquina del tiempo imaginaria se representó a Un día en el Guayaquil de ayer, una obra de la artista Katia Murrieta que propuso al público local llevar su mirada al Guayaquil de nuestros ancestros, a ese Guayaquil en el que las mujeres utilizaban vestidos de amplias faldas y en el que los niños todavía jugaban al trompo o endulzaban el paladar con las deliciosas espumillas en el parque Centenario.

La pieza se puso en escena el pasado jueves en el Teatro Centro Cívico Eloy Alfaro. Prevista para las 19:00 hizo su aparición en escena su autora, quien con un vestido rosa coral dio la bienvenida a los guitarristas Luis López y Gabriel Segarra. Con sus acordes al ritmo de pasillo empezaron de a poco a ganarse al público, que se vio sorprendido cuando de entre las butacas salieron varios niños disfrazados de canillitas y voceando: ¡El Universo, El Universo, El Universo!

De inmediato las coreografías del grupo folclórico de la Corporación de Arte Iberoamericano, dirigido por Fernando Rebutty, llenaron el escenario, sobre el que se iba contando cómo fueron los momentos más destacados de la historia guayaquileña.

Publicidad

Por ejemplo –a la par de la danza– se narraban aquellos juegos y tradiciones de antaño, de allá por los años 1940. Se hablaba de la llegada del transporte a la ciudad, así como de las comunicaciones: de aquel fino cable que permitía comunicarnos con otras personas que estaban a grandes distancias, lo que ahora conocemos como el teléfono.

Yendo más atrás, se llegó a los años 1920 cuando aún existían los teatros Olmedo, Parisiana y Edén. En estos sitios se daban cita las damas y caballeros locales, quienes luego de sesiones de ópera y muestras teatrales participaban de bailes formales, en el que los valses eran los protagonistas, así como en esta obra que se acompañó de mucha música y danza. (I)