Una singular tienda de artesanías, que guarda infinidad de máscaras de arcilla construidas con las manos de doce mujeres, se levanta en la comunidad de Mascarilla, en la provincia del Carchi, ubicada en las estribaciones del Valle del Chota, en donde viven unas 1.250 personas. “Es una historia larga y bonita”, dice Betty Acosta, presidenta del Grupo Artesanal de Esperanza Negra (GAEN) sobre este sitio.

“Iniciamos con nada en 1998, con las mujeres que trabajábamos en el subcentro de la comunidad, en un proyecto pequeño de huertos caseros, y bueno, ahí apareció un voluntario de Bélgica que descubrió la tierra y nos incentivó. Empezamos a trabajar sin saber nada, porque ni nuestros padres, ni nuestros abuelitos, ni en las comunidades vecinas, nunca había hecho arte, ni una vasija, tampoco teníamos un capital”, dice Acosta, “luego hicimos un montón de cosas de arcilla que nos daba chiste y decíamos: ¿se venderá esto? y nos reíamos, pero seguíamos trabajando y las teníamos, ahí, guardadas”.

Cuenta que las primeras máscaras que hicieron eran “superpesadas, pero nos gustaba moldear la tierra y nos reuníamos las mujeres y los niños para conversar y después nos quedamos las que nos gustó y formamos la asociación artesanal GAEN”.

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Cuatro años después, las mujeres empezaron a desempolvar las máscaras que tenían guardadas, les cambiaron de color, porque estaban tal como salían del horno, color ladrillo. Les dieron acabados con cepillo y betún y las acomodaron en un pequeño cuartito que Heriberto Acosta, tío de Betty, les prestó.

Luego, la asociación construyó la Tienda Artesanal Paolo Argentine, un local de 6 por 4 metros. Las paredes de piedra y ladrillo están forradas de yute celeste, amarillo, rojo, verde, plomo y azul: ahí se sujetan las máscaras para la venta. Los precios van desde un recuerdo de $1, un llavero de $ 3, hasta una máscara de $ 100. Las mujeres que más se esmeran en hacer creaciones nuevas reciben, cuando llegan los turistas, hasta $ 200 diarios.

Minutos más tarde, las fuertes manos de Anita Lucía Lara arrancan un poco de arcilla que mantiene en maceración, en su casa, y empieza a apretarla entre los dedos, luego la vierte sobre una mesa y con la ayuda de una botella la expande hasta conseguir una masa del mismo espesor. Enseguida toma un tubo PVC cortado por la mitad que tiene la apariencia de una teja, lo cubre con papel periódico y derrama la masa sobre él. La arcilla está lista para ser moldeada.

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Los dedos empiezan a dar forma a los ojos y a la vez se dibujan los pómulos. Con una habilidad asombrosa toma dos pedazos de barro y los refriega entre las manos hasta conseguir dos trozos parecidos a una morcilla, que enseguida los usa para delinear la boca, le sale tan grande que termina riéndose.

Ahora moja las manos y empieza a sobar hasta que la máscara queda pulida y brillosa. Sin pérdida de tiempo toma un cuchillo y dibuja rayas verticales y una lateral en la mitad de la boca, formando unos dientes grandes y largos. Con el mismo cuchillo recorta las partes que no necesita alrededor de la máscara y la obra está terminada. Antes de que entre al horno debe secarse unos seis días, dependiendo del clima. (I)

No pensamos nunca que este arte nos iba a dar dinero, pero sobre todo a disminuir las brechas de género, porque era terrible, ha bajado el machismo un 80%”.Betty Acosta, Artesana.