Ninoska Camacho, de 47 años, es docente psicopedagoga y llegó hace tres meses del estado de Mérida, en Venezuela, a Ambato. Vino con su esposo y dos de sus cuatro hijas. Busca trabajo y se dedica, por el momento, a las tareas de la casa. Su pareja, bibliotecario de profesión, encontró un puesto en su rama. “En relación a cómo vivíamos en Venezuela estamos respirando un poco, podemos comer y vivir”, cuenta.

La más pequeña de sus hijas logró un cupo para entrar a la escuela y la otra espera acceder a la universidad. Ellos quieren estabilizarse en Ambato, si no irían a Perú o Argentina, donde están sus otras dos hijas.

No son los únicos. En el centro, en el albergue El Refugio de Dios, que acoge a extranjeros, hay más venezolanos, que pagan $ 1,25 por día. Ahí están José Urdaneta, de 50 años; José Ayala, de unos 40, y Bior Fuenmayor, de 36.

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Urdaneta vivía en Maracaibo y llegó en febrero a Ambato. Es electricista, pero hace cualquier trabajo porque en Venezuela tiene a sus tres hijos y a su madre, que padece de cáncer.

Ayala, una persona con discapacidad física, era guardia de seguridad y comerciante ambulante en su natal Venezuela. Tiene menos de tres semanas. Se dedicó a vender galletas y luego fundas plásticas. (I)