Guayaquil es una selva de cemento con tendencia a talar sus raíces con hacha, machete y hasta ordenanzas municipales. A demoler su memoria arquitectónica. A eliminar y condenar a los extramuros a sus personajes populares.

Días atrás, asistiendo a la procesión del Cristo del Consuelo, bajo el fuego del sol, con mi acompañante buscando saciar nuestra sed en la esquina de Lizardo García y Colombia encontramos a Mario Justo Chóez con su tradicional carreta de madera, que ya no transitan por las calles del regenerado Gran Guayaquil.

La escena era casi mágica, en los costados de la carreta de madera reposaban las botellas. En un lado estaban las que contenían líquidos dorado, verde, rojo, eran las esencias para los prensados. En el otro, otras llenas de jugos de diversas frutas para preparar los refrescos.

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Y al centro, parado frente a una marqueta de hielo, estaba Mario con una especie de cepillo con el que raspaba el trozo de hielo y las chispas volaban como luciérnagas de alas heladas en pleno trópico guayaco.

Esa tarde calmé mi sed chupando un prensado de menta y como años atrás, aquellos de mi infancia, esa esencia volvió a teñir mis labios de verde. De niño me parecía algo mágico y ahora una magia en vías de extinción.

Días después volví tras el refresquero. Esa mañana lo encontré en Abel Castillo y Camilo Destruge, y mientras preparaba refrescos y prensados a los vecinos de esa barriada, contó que hace 68 años nació en Jipijapa, Manabí, donde trabajaba al machete como agricultor, pero huyendo de una sequía a sus 20 años llegó a Guayaquil.

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“Cuando vine me dieron trabajo en estas carretillas de refrescos –evoca sin dejar de atender a clientes sedientos–. En esos tiempos había dos empresas de refrescos. Sus propietarios eran los hermanos Lorenzo y Ángel Viñán, cada uno era dueño de 30 carretillas”.

Pero después de seis meses se construyó una carretilla y se independizó. Recuerda que aquello ocurrió cuando un prensado costaba dos reales de sucre y cuatro el refresco. Ahora los precios son 30 centavos el prensado y 50 centavos de dólar el vaso de fresco.

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Narra que durante una jornada vendían 45 sucres, pero ellos recibían tan solo 8 sucres. Cuando se independizó, empezó a ganar de 12 a 15 sucres. Ahora solo trabaja en diversas esquinas de ese sector que ahora es el barrio que habita.

Entre chispas de hielo, comenta que laborando en la vía pública hasta ahora nunca ha sufrido ningún accidente o asalto. “Solo los municipales que me agarraban, por eso la mayoría de los refresqueros han desaparecido”, explica Mario, quien en su barriada es conocido como Salserín. (I)

Más datos
Trabajo diario

Recorrido
Antes su recorrido era por la 9 de Octubre hasta el Malecón a orillas del río Guayas, luego hasta el hospital Luis Vernaza y regresaba por Lorenzo de Garaycoa.

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Horario
Los siete días de la semana labora Mario Justo Chóez, desde las 09:30 hasta la 17:00.