Las metas se expresan mediante ampulosos términos: sinergia participativa, brainstorm (tormenta cerebral). Mi abuelo, aludiendo a las articulaciones de su dolido cuerpo, decía: “Me duelen las coyunturas”. Para los hombres serios la coyuntura es el estado general de la política. Si ustedes hablan de coyuntura, podrán volverse unos linces de la macroeconomía. Si añaden vocablos solemnes como psicosomático, no importa el significado sino la música del término, será lo mismo hablar de monocotiledóneos exegéticos o angiospermas. Si fruncen la boca con aire entendido, resoplan entre palabras, impresionarán a sus interlocutores, sobre todo si lo hacen antes del coffee break, pues los anglicismos están como nunca de moda: target, briefing, branding, engagement, planner, input, cleaning power. Desde luego, el trillado WhatsApp, que mi mente traviesa convierte en What’s up Pussycat, lleva ribetes de erotismo. En cuanto al chat, la palabra francesa significa gato, se pronuncia sha; gato en el idioma galo suena fonéticamente como gâteau (torta). Ahora el chat (cibercharla) es parte del círculo coloquial, el mouse es simplemente un ratón, mas no sabría cómo traducir lo que es el cutting edge software, salvo el caso que me entrometiera en el FileMaker, el database. Algún día iré al restaurante para pedir un cow feet soup, un sausage’s broth, suena más exótico que caldo de patas o de salchicha. Nada nuevo bajo el sol. Julio Cesar decía en latín “facme” (hazme) mientras los gringos prefieren fuck me”. No pretendo ser humorístico, me preocupa imaginar el idioma que hablarán mis tataranietos cuando el agua sea más cara que la gasolina. Por lo pronto nos gusta el shopping en el mall para comprar unos jeans que nos darán otro look.

Volviendo a la oratoria, Fidel Castro llegó a dar discursos de siete horas y media frente a un pueblo que lo escuchaba de pie bajo un sol ardiente. Aborrezco los discursos, observo a los oyentes. Unos bostezan hacia adentro por querer controlar el tedio que amenaza, aprietan los maxilares, cierran los ojos, experimentan tensión en las mandíbulas, las lágrimas suben por reflejo, llegan los síntomas del más tenaz estreñimiento. Otros, sin ningún pudor, abren la boca, expulsan el aire en un ruido de tempestad, hacen excavaciones arqueológicas en sus narices. He visto a unos poner los ojos en blanco, cabecear con sonrisa beata, hundirse en una especie de narcolepsia.

En el caso de los agasajos, condecoraciones, el asunto se vuelve peliagudo, se exalta la memoria, se infla el currículo. El maestro de ceremonia necesita diez minutos para decirnos que el homenajeado no necesita presentación. Al decir que “pocas veces la presea fue tan merecida” ponemos en tela de duda el mérito de los anteriores galardonados. En cuanto a las oraciones fúnebres suelen evocar al correcto caballero, la espiritual dama, el finado se convierte en modelo, paradigma, cúmulo de virtudes, padre ejemplar, esposo inigualable. “La muerte es el desenlace del monólogo”, decía Tristán Bernard, es también el final de la solemnidad, las calaveras tienen todas la misma mueca, nos importa un bledo la coyuntura, tenemos las rótulas más lindas del mundo y un pasaporte para irnos al carajo.(O)