Cuando entro al barrio me siento libre y segura. Los vecinos caminan por las calles con o sin mascotas, las veredas son estrechas, en general bien mantenidas, con hermosas baldosas, limpias, adornadas hasta con macetas, pero no se camina por ellas, la calle es el lugar del encuentro, del saludo y de las contorsiones para esquivar vehículos y que ellos nos esquiven. Lo mismo hacen las palomas que obligan a los autos a parar para que ellas levanten vuelo.

Hay tres tiendas, dos minimercados, dos panaderías, todo en un espacio de pocas cuadras. Desde las 05:30 los madrugadores pueden comprar el pan recién hecho. Y también pueden sentarse a tomar un cafecito. Allí nos ponemos al día de las últimas novedades políticas, familiares, religiosas, de salud de los vecinos, de algún robo en los alrededores.

La Ferroviaria es un barrio pequeño, donde casi todos nos conocemos.

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Tuvieron la idea un día ya hace años de cambiarles los nombres a las calles y poner abajo Bellavista.

Con lo que la confusión para los taxistas es total, porque casi todos seguimos dando las direcciones antiguas, esas que no constan en ningún letrero y que todos conocemos. Las calles actuales eran nuestras antiguas avenidas y viceversa, diferenciadas solo por la orientación, no por su ancho o su largo, porque todas son cortas dado que el barrio es un pañuelo, pero orgulloso de su historia.

Hasta allí llegaba y salía el ferrocarril que iba a la costa.

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El actual parque, que tiene múltiples canchas y es un esplendor, tuvo sus inicios cuando en el descampado sin rejas, y terreno arcilloso, durante la alcaldía de Antonio Hanna Musse, los vecinos sembraron los samanes y laureles de flor, y cada uno cuidaba su planta balde en mano, regándola tres veces por semana. Nos dio pena cuando, sobre todo los laureles, fueron quitados para hacer las canchas.

La Ferroviaria, quedó enclavada en una de las zonas más hermosas de Guayaquil. Rodeada del Malecón del Salado, la fuente luminosa, el puente del Velero y el monumento al Pescador. Vivir en ese rinconcito de Guayaquil bañado por el estero es un privilegio.

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Hay algunas huecas y el famoso Restaurante Rachis, lugar de encuentro de políticos, presidentes, ministros, cantantes, deportistas y vecinos del lugar. La comida típica es su atracción.

Contamos con gabinetes de belleza, consultorios médicos, abogados, escuelas y colegio, una parada de taxis, a quienes les podemos quedar debiendo o cuando ellos no tienen cambio nos traen después el vuelto a la casa, vendedores ambulantes de fruta y de pescado, de helados artesanales y nuestro querido Manuel, que hace parte del paisaje, tantos son los años que avienta el periódico desde su bicicleta con puntería envidiable a sus 70 y más años. Los sábados compramos la suerte a los vendedores de lotería. Y nos protege el guardia barrial armado de un tolete que cuida nuestras casas de visitas inesperadas ocultas en el manglar.

Todos los sábados anteriores a la celebración de las fiestas de Guayaquil, desde hace doce años, la familia Pastor ofrece una hermosa fiesta a los vecinos, en la calle con todos los permisos e higiene requeridos, con números artísticos de calidad, con sorpresas y concursos que reúne a los vecinos en un encuentro que revive amistades antiguas y nuevas.

La Ferroviaria, barrio pequeñito, es parte de esta hermosa ciudad que nos ha cobijado a todos y nos alegra y enorgullece. (O)

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