He escuchado con profundo respeto el discurso del presidente colombiano al recibir el Premio Nobel de la Paz. Respeto que me merece un político, con quien no tenía afinidad, que en medio de muchas críticas y de profundos fracasos ha mantenido la meta de firmar la paz en Colombia con el grupo de las FARC. Faltan el ELN y la guerra del narcotráfico que no es solo colombiana, sino mundial.

Santos fue un líder en la guerra. Ejecutó decisiones graves y muy polémicas como el ataque al campamento de Reyes cuando estaba en territorio ecuatoriano que llevó al rompimiento de relaciones entre los dos países. Las negociaciones con las FARC se llevaron a cabo en Cuba, en un régimen con profundas disonancias con la propuesta política de Santos.

Cedió en muchas cosas y se mantuvo firme en lo esencial. Su respeto y escucha de las víctimas del conflicto, todas las víctimas, no importa de qué lado estuvieran, según sus propias palabras, lo mantuvo en la esperanza. Por eso puede decir con profunda convicción que es mucho más difícil hacer la paz que hacer la guerra.

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Y en esa tarea aprendió de muchos otros líderes mundiales y regionales, puso los pilares de un acuerdo que necesitó reconocer al adversario, respetarlo, dialogar con él.

Nuestro país sin estar en una guerra vive un ambiente muy tenso que se percibe en la tienda del barrio, en el transporte colectivo, en el taxi, en las empresas, en las fábricas. El miedo a perder los trabajos tiene a casi todos sumidos en un silencio cómplice. Si trabaja en puestos públicos hay que ir donde le piden para llenar buses y hacer bulto a la hora de sumar presencias. Otros tienen que ir a carnetizar… si quieren que le renueven el contrato en enero. Y muchos piensan votar para mantenerse en un puesto y así formamos una ciudadanía robotizada y mendiga que se vende al mejor postor. Hoy a este candidato, mañana al otro, si es que dan algo… Cero conciencia y convicción política. Cómo podremos enfrentar la crisis que nos espera sin ciudadanos capaces de expresar lo que quieren, a lo que aspiran, atemorizados porque quien discrepa es atacado, insultado, despreciado y en no pocos casos llevado preso.

En su discurso Santos dijo: “Somos el resultado de nuestros pensamientos; pensamientos que crean nuestras palabras; palabras que crean nuestras acciones. Por eso tenemos que cambiar desde adentro. Tenemos que cambiar la cultura de la violencia por una cultura de paz y convivencia; tenemos que cambiar la cultura de la exclusión por una cultura de inclusión y tolerancia”.

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[…]En un mundo en que los ciudadanos toman las decisiones más cruciales –para ellos y para sus naciones– empujados por el miedo y la desesperación, tenemos que hacer posible la certeza de la esperanza.

En un mundo en que las guerras y los conflictos se alimentan por el odio y los prejuicios, tenemos que encontrar el camino del perdón y la reconciliación.

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A fin de cuentas, somos todos seres humanos. Para quienes somos creyentes, somos todos hijos de Dios. Somos parte de esta aventura magnífica que significa estar vivos y poblar este planeta.

Nada nos diferencia en la esencia: ni el color de la piel, ni los credos religiosos, ni las ideologías políticas, ni las preferencias sexuales. Son apenas facetas de la rica diversidad del ser humano.

Al final, somos un solo pueblo y una sola raza, de todos los colores, de todas las creencias, de todas las preferencias.

Nuestro pueblo se llama el mundo. Y nuestra raza se llama humanidad”.(O)

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