“Se va, mijito. Portarase bien, papito. Que Dios le bendiga...”. Gloria dejaba escapar sus lágrimas despidiendo a su Roberto que el pasado sábado se fue al cuartel. Uno a uno iban entrando los jóvenes a la Escuela de Servicios de la Fuerza Terrestre, ubicada en el Fuerte Militar El Pintado, en el sur de la capital, para cumplir con el llamado de las Fueras Armadas.

Cientos de aspirantes llegaron desde la noche del pasado viernes para buscar un cupo para enrolarse en las Fuerzas Armadas. Unos con ilusión, otros con expectativa y muchos por dar un nuevo rumbo a su vida se vieron en apuros cuando eran seleccionados para vestirse de verde milico y botas.

“Verá, mi sobrino quiere ir al cuartel porque perdió el año en el colegio y sus padres le dijeron mejor haz una pausa en los estudios y anda allá para que te disciplinen”, contó Carlos Segura, el tío de Richard, mientras esperaba afuera del recinto militar.

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Diferente fue el caso de Jorge Luis. El joven trabajaba en la construcción, pero desde hace dos meses que terminó la obra no encontraba dónde laborar y prefirió irse al cuartel. “Pero mi ñaño si quería mismo ir al cuartel, era parte de sus esperanzas para su futuro”, manifestó su hermana Carmen.

Alfonso, el padre de Sebastián, estaba apurado comprando una caja de madera que le costó $ 20 para que su hijo lleve ahí sus pertenencias personales. “Mijo tenía que ir al cuartel, ojalá allá encuentre nuevos rumbos porque en la casa estaba dedicándose a no hacer nada, perdió los estudios, perdió el trabajo y además estaba saliendo con unos amigos no tan confiables. Y mire, tiene buena talla”, manifestó.

El sábado fue un día diferente el que vivieron las familias. Madres, padres, hermanos, tías, primas, sobrinos, amigos... todos ellos estaban afuera del recinto militar despidiendo a quienes serán los nuevos conscriptos. “Llamarás, ve...”, le gritaba Sara a su primo que ya se encontraba dentro de las instalaciones militares. Y él se quedó un rato mirando cómo las demás personas se aprovisionaban de varios artículos.

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En la calle no faltaban las ventas de esferos, libretas, afeitadoras, cepillos para lustrar zapatos, pastas dentales, peinillas, papel higiénico, cortaúñas que les caía muy bien a quienes no tenían. Pero como ya estaba pasando el mediodía, otros jóvenes no pensaban sino en comer: “Papi, dé comprando una fritadita”... “No hay. Solo venden seco de pollo...” le respondió el padre a su vástago, quien con resignación alcanzó a decir: “Yap... pásele, muchas gracias....”. (I)