Esa adrenalina de estar en un escenario, el calor de los aplausos y la concentración para no olvidar el guion fueron elementos que lo hicieron sentir como todo un actor, un sueño que tenía desde niño y que llegó a cumplirlo a los 45 años.

Muestra un look bohemio con una barba larga y bigote que recubren parte del rostro, camisa floja a cuadros y unos lentes que le dan un toque intelectual. Al hablar deja ver ese espíritu arriesgado, cargado de energía y hasta un poco rebelde que lo han llevado a apostar por sus gustos hasta cumplir con lo que se propone.

Se trata de Artutttro Zöller, ingeniero en Marketing y Publicidad, guayaquileño, quien desde hace dos años es el director de Comunicación del Teatro Sánchez Aguilar, lugar en el que asegura haber logrado fusionar su profesión con su pasión por el teatro.

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Todo comenzó cuando tenía 8 años, durante su primera experiencia en el cine en el estreno de E.T. “Me deslumbró el hecho de ver a personas interpretando personajes que parecían tan reales, cuando en realidad eran personas con vidas muy diferentes a lo que se veía en la pantalla, entonces comprendí que para lograr convencer al espectador de una realidad ficticia, su trabajo tenía que ser difícil”, dice.

Desde ese momento su fascinación por la actuación se agudizó, por lo que ver películas, analizarlas e investigar sobre el cine se convirtió en un hábito.

A más de su gusto por la actuación, Arturo era muy hábil para crear cosas, le gustaba mucho explotar su creatividad, por lo que el arte se convirtió en una parte muy importante de su vida.

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Comenzó a dibujar y pintar e incluso participó en algunos concursos de la Casa de la Cultura. Aunque no se dedicó a las artes plásticas, hasta ahora conserva esa habilidad para hacer trazos, por lo que varias de sus hojas con material de trabajo están adornadas con dibujos de tanques, rostros y demás, hechos con bolígrafo.

Para Arturo, el arte estaba en su sangre. Al dibujar se sentía libre, en otro mundo, pero a pesar de tener la habilidad, no contaba con el apoyo de sus padres. “Mi mamá disfrutaba mucho de lo que hacía, pero lo veía más como un pasatiempo y por eso me dejaba seguir metido en el mundo artístico, pero para mi papá era algo sin importancia, que no podía verse como una profesión, en esa época era muy común escuchar que el artista se moría de hambre, además tampoco existía el arte como carrera en las universidades”.

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La falta de apoyo nunca lo limitó, siempre se las ingeniaba para hacer las cosas que lo apasionaban por sus propios medios.

Ya de adolescente descubrió su pasión por la música, por lo que decidió formar una banda con amigos del colegio que compartían su gusto por el rock alternativo.

De forma autodidacta aprendió a tocar la batería y algunos otros instrumentos de percusión. Él cuenta que como no tenía dinero para comprarlos, sus amigos se los prestaban y él adecuaba su cuarto, tratando de alguna manera de minimizar la potencia del sonido, y poder practicar. La banda se llamaba Zero, duró cuatro años y tuvo algunas presentaciones locales, incluso abrió un concierto del grupo ecuatoriano Tranzas.

“Al terminar el colegio decidí estudiar Publicidad y Marketing porque era la opción más cercana que tenía para poder crear, que era algo que me gustaba mucho, aunque en mi mente seguía la idea de ser actor”, confiesa.

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De manera simultánea consiguió trabajo, ya que tenía que cubrir una parte de sus estudios. Allí se le presentó la oportunidad de ingresar a la Escuela de Actores, unos talleres dictados por Ecuavisa, que buscaban captar personas que participen en la producción de telenovelas locales.

En el proceso de selección le fue bien, permaneció en la escuela por tres meses, momento en el que tuvo que tomar una decisión. “Nos dijeron que necesitaban total disponibilidad de nuestro tiempo durante un mes, para la grabación, pero yo recién comenzaba a trabajar, no me iban a dar permiso y tenía que cubrir mis gastos, así que tuve que poner en pausa mi sueño”.

Se casó a los 21 años con María de Lourdes Falconi, dramaturga y escritora, y a los 23 años fue papá de los gemelos Ariel y Áxel, hoy de 22 años, quienes estudian actuación y ya han participado en algunas obras de teatro,

Como familia dis frutan mucho de las artes escénicas, el cine, el análisis de películas, de ir al teatro, son fanáticos de Tim Burton, entre otras cosas. Juntos decidieron participar en unos Talleres de interpretación con Aníbal Páez, en La Fábrica. Al finalizar el curso, los alumnos presentaron una obra.

El grupo hizo una adaptación de la obra Hamletmachine, de Heiner Müller, en la que Arturo interpretó al papá de Hamlet, entre otros personajes. “Esta experiencia me ha dado la confianza para poder seguir experimentando en la actuación y ver hasta dónde llego, no importa la edad que se tenga, los sueños hay que cumplirlos, pero para alcanzarlos uno debe educarse”. (I)