¡Monseñor, buenos días! Casi en coro, una decena de personas que aguardan a monseñor Luis Gerardo Cabrera en la sala de espera de su despacho, en la curia de Cuenca, lo saluda. Él responde con un abrazo a cada uno. Y todos sonríen.

Esta escena se da en una de las últimas jornadas del entonces arzobispo de Cuenca en esa ciudad y la gratitud de los fieles se expresa de diversas formas. Y hoy, el arzobispo querido por los cuencanos y oriundo de Azogues, de 60 años, asume esa función en Guayaquil, en una ceremonia que se efectúa a las 10:00 en la Catedral. Él reemplaza a monseñor Antonio Arregui, quien estuvo al frente del arzobispado durante trece años y renunció al cargo el 1 de junio de 2014, al haber cumplido 75 años de edad.

Francisco Izco, un seglar de Cuenca, resume lo que sienten los fieles de esa ciudad por el hoy flamante pastor de la Iglesia guayaquileña: “Estamos tristes y alegres a la vez; tristes por su partida, pero felices porque por primera vez un arzobispo de Cuenca se va a Guayaquil. Por algo será. Siempre fue muy accesible, sencillo y nos dio mucho afecto”.

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Alegría también sienten Ruth Mata y Fernando Ruiz, compañeros del colegio Juan Bautista Vásquez, de Azogues, donde Cabrera culminó sus estudios secundarios en 1975 y luego ingresó al seminario de los franciscanos para ordenarse sacerdote en 1983 y llegar a ser arzobispo de Cuenca en 2009.

“Siempre se preparó para algo grande. Era una persona sencilla, buena y le gustaba compartir”, refiere Mata, quien cuenta que incluso él prestaba los cuadernos a sus compañeros que no los tenían al día.

En mayo pasado, monseñor Cabrera volvió al colegio y compartió la fiesta institucional. Allí dio una charla a los estudiantes y les habló de prevención frente a las drogas, les recomendó emplear bien el tiempo en los estudios y la familia y llamó a la reflexión sobre la tecnología mal utilizada, según Ruiz, quien dice sentirse orgulloso por su excompañero.

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Jorge Cabrera, hermano del nuevo arzobispo, también fue su compañero en el colegio, pese a que Luis culminó la primaria un año antes, pues ese año ingresó a un internado en Cuenca donde estableció su vocación sacerdotal. Jorge menciona que Luis asume su nueva función como una gracia de Dios y pide alegría, libertad y serenidad para trabajar.

Jorge lo considera un referente de vida, puntual, una persona organizada que escucha y, en vez de aconsejar, cita pasajes bíblicos. Y recalca que el arzobispo cumple al pie de la letra con los votos de la Iglesia: obediencia, pobreza y castidad.

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En Cuenca, monseñor Cabrera, admirador del papa Francisco y que también se educó en Roma, manejaba su carro y visitaba las comunidades con un calendario establecido. En Guayaquil, desde el jueves pasado tiene a su disposición el auto arzobispal con chofer, aunque ese día y ayer caminó desde San Francisco hasta la Catedral.

Así, Cabrera llega “con el espíritu desarmado, sin prejuicios ni temores. Sabiendo que cada persona tiene una semilla y como franciscano buscó descubrir esa semilla y llevarla a crecer para que la verdad se imponga sobre cualquier maldad que se pueda presentar”. (I)

Para mí, la iglesia real y concreta está en las parroquias, en las comunidades, no en un escritorio. No está en los grandes encuentros sino en lo cotidiano, en lo sencillo, donde la gente trabaja, vive, sufre, llora; es allí donde Dios está presente.Mons. Luis Cabrera, arzobispo