Los cacerolazos regresaron el jueves pasado a Brasil, en medio de la baja popularidad de la presidenta Dilma Rousseff, una economía estancada e inflación creciente; un Congreso rebelde y los coletazos del mayor escándalo de corrupción en la estatal Petrobras que alcanza a altas figuras del oficialista Partido de los Trabajadores (PT), entre otros políticos y empresarios.