Le duelen los huesos, tanto que hay días que no se levanta. Opta por dosis de lágrimas y descanso en cama. “Paso llorando porque no me soporto el dolor que yo tengo (...), a veces mis hijas me cogen y me llevan a la clínica, pero a veces no les alcanza (...), todas son pobres y a mi esposo no le alcanza tampoco el dinero”, sostiene Chela Vélez, de 58 años, habitante de Yaguachi.

Ella necesita $ 5 a la semana para aplacar, aunque a veces sea pasando un día, los dolores crónicos de la osteoporosis que le impidió seguir trabajando: lavaba y planchaba ropa. “Hoy día me tomo una, mañana no (...), sino que yo me ahorro porque una pastilla cuesta como 70 o 71 centavos”, lamenta Chela, parada en la entrada de la casa que, algo chueca, se levanta sobre el piso de la tierra con vigas de caña, material del que también hizo sus paredes en las partes en las que la madera ya no alcanzó. Y cuyo techo de zinc, aunque baila con el viento y se tambalea con las lluvias, permanece sobre las cabezas por el peso de unos troncos.

Ella no trabaja, pero sí recibe los $ 50 del Bono de Desarrollo Humano. Lo demás lo costea su esposo, Vidal Moya, de 68 años, que gana $ 10 ($ 70 semanales) cada noche que custodia un hotel en el centro del cantón. En la casa también vive uno de sus nueve hijos. El ingreso por persona de este hogar es de $ 110.

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El gasto en comida puede llegar a $ 30 semanales, pues tres de sus nietos comen allí. Y la planilla de luz fluctúa entre $ 21 y $ 22. Chela dice que es por la lavadora, ya vieja, que necesita, porque sus dolores ya no le permiten restregar. (I)