15 de noviembre de 1922. El anuncio de que huelguistas detenidos serían liberados causa entusiasmo y gritos de “¡A la Policía!” “¡A la Policía!” para rescatarlos. De ahí los hechos tienen versiones variadas: que un grupo de uniformados pensó que esas manifestaciones eran un asalto real y empezó disparando sus rifles; que un piquete de la Policía atacó en una sesión de un comité gremial...

A más de las voces, la opinión consta en las páginas de Diario EL UNIVERSO, antes y después de aquel día.

13 de noviembre. “Tócanos si reconoces la recomendable compostura, el correcto ademán que en el curso de sus reclamaciones han ostentado los huelguistas. Estos han dado una hermosa muestra de buen juicio y de su avanzada cultura...”.

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14 de noviembre. En la víspera de la matanza, también en un editorial puesto en primera página, se alertaba de “La ciudad en tinieblas”: “Maldita huelga diríamos si no nos constara que hay mucha justicia en los reclamos que la han motivado. Nuestra condena fuera la primera para ella, si no estuviéramos palpando el orden y la compostura, el sano juicio y el correcto proceder que los huelguistas demuestran en sus actos...”.

16 de noviembre. El Diario abrió con el editorial: “El sacrificio de un Pueblo. Hora de luto y de lágrimas. Los obreros desviados y llevados a la esterilidad y a la muerte. El desconcierto y la locura de los extremos...”.

19 de noviembre de 1922
Editorial (extracto)
En la hora serena

Si en los primeros momentos subsiguientes a la gran tragedia realizada en esta ciudad nos abstuvimos de exteriorizar toda la indignación que requería el horrendo crimen perpetrado por la fuerza pública (...), dicha abstención no ha obedecido ni ha podido obedecer a otras consideraciones que las sugeridas por la necesidad patriótica de contribuir a restablecer la indispensable calma y tranquilidad...

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Lejos de nosotros el sujetarnos a la imposición de la bota rebosante de sangre hermana y generosa. Antes de guardar silencio ante este desgarramiento de todo derecho y de todo sentimiento humanitario, hemos reservado todo el ardor de nuestra protesta para arrojarlo al rostro de los asesinos, cuando haya amainado la primera efervescencia y hayamos podido juzgar los sucesos bajo un prisma más sereno y justiciero.

Si por un espíritu de ecuanimidad hemos reconocido el derecho que asiste a las autoridades de conservar el orden y la paz pública, jamás pretendimos consagrar la horrible masacre de que se ha hecho víctima a la parte más desgraciada del pueblo de Guayaquil...

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EL UNIVERSO hace ostensible de esta manera su enérgica condena del inmisericorde fusilamiento del pueblo en masa, cometido en pleno día 15, por tropa venida de fuera...

16 de noviembre de 1922
Editorial
El sacrificio de un pueblo

Después de una prolongada serie de reclamos brotados al impulso del hambre y de muchos otros padeceres del pueblo, después de ansiedades y angustias, ha llegado para Guayaquil el momento de amargo desconcierto enrojecido por la sangre y ennegrecido por la muerte.

Por una especie de fatalismo, la situación que hoy deploramos no es un resultado de la caprichosa casualidad ni de un intempestivo movimiento popular. Hace tiempo que venimos observando la desorganización en que vivimos. La insaciable codicia, las desaforadas ambiciones de unos cuantos han llegado a formar ya insoportable cúmulo de intereses creados que van absorbiendo y arrollando todo en el tétrico y desierto campo de la vida económica de la Nación.

Empero, lo más dolorosamente grave que ha llegado a resaltar en el presente estado de cosas es el maléfico influjo de esas ambiciones, que ante la satisfacción de sus proyectos no se han detenido en aprovechar de los sufrimientos y de la ignorancia de la mayor parte del hambreado pueblo.

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Al mismo tiempo que los oportunistas procedían amparados por la estulticia y apatía de los de arriba, levantaban el estandarte de la justicia y de la conmiseración hacia el gran sufriente, para tirar su anzuelo al mar revuelto de las estrecheces populares.

De ahí que de un justo y universal reclamo, que pudo y debió reducirse a sus naturales límites, dentro siempre de los derechos reconocidos para esta clase de conflictos entre capitalistas y trabajadores, hemos visto brotar inusitados y censurables abusos dignos de inmediata represión y condena. Entre estos, ninguno más detestable que la especie de sitio impuesto a la ciudad, presionándola por el hambre, sin advertir que con estos arbitrios se atentaba contra desgraciados ancianos, enfermos y niños; que el incalificable procedimiento de envolver a la población en la más completa oscuridad durante las noches y la agresiva actitud asumida contra la Prensa.

En una palabra, los huelguistas se habían echado por el derrotero de extremas e inaceptables pretensiones y hasta en desafueros e irrespetos a las autoridades cuyo tino y sagacidad manifestados en esta emergencia, hemos tenido ocasión de comentar favorablemente en nuestras ediciones anteriores; aunque es cierto que con un tanto de correcta determinación y energía, puestas en juego desde el principio, habrán marchado estos asuntos por senderos menos escabrosos y cruentos.

Bien se comprende que lo que ahora ha perdido a los obreros en sus gestiones es el haberse visto obligados, por la falta de preparación, a entregarse en manos de asesores, extraños a su organización, que podían empujarlos a los azares de la política.

Por desgracia, los resultados no se han hecho esperar. Comenzaron los huelguistas por pedir aumento de salario y mejor trato, luego emprendieron por solicitar la baja del cambio; y, por último, echaron a volar ayer hojas y periódicos, gritando, al mismo tiempo, sin empacho, que deseaban un cambio general de la situación y pidiendo sangre, sangre y más sangre. He aquí el desvío total de las legítimas aspiraciones populares por una senda completamente vedada dentro del orden y la ley.

Lamentamos profundamente que hayan obtenido solo lo último y queden planteados todavía, quien sabe, sin esperanzas de resolverse, los problemas relacionados con el hambre y la desnudez del pueblo, que era lo principal. No desconocemos, pues, la necesidad de reconstituir el orden y la tranquilidad públicos. Pero, no se debe olvidar que tras de ese deber queda, exigente e impostergable, el de mejorar la desastrosa situación económica que padecemos y que es la causa de las protestas y la desesperación de las clases menesterosas.

El pueblo ha sido sacrificado, pues, en aras de innominadas ambiciones. Lo declaramos con la franqueza e independencia que nos caracteriza.

La opinión pública señala a los responsables.

Que conste nuestra voz de protesta.