La vía libre para la beatificación de Óscar Arnulfo Romero, anunciada el lunes por el Vaticano, recuerda el trabajo del exarzobispo de El Salvador en favor de los pobres. Su voz, crítica con la prensa que se sometía a los intereses de la dictadura de los setenta, es usada en las sabatinas del Gobierno ecuatoriano.

El sonido del proyectil se sintió extraño. Tal vez por el micrófono encendido o por el eco de las lámparas de cristal que alumbraban el templo. Su estruendo fue similar al de una bomba, como las que a fines de los 70 e inicios de los 80 sembraban la violencia en las calles de El Salvador, por la represión que ejercía el gobierno del general Arturo Armando Molina y la guerra civil que se desencadenó tras el golpe de estado de la junta revolucionaria.

La monja carmelita Luz Isabel Cuevas no atinó a precisar por qué la rareza del estallido aquel 24 de marzo de 1980. Solo recordó, en entrevista con el portal de noticias BBC Mundo en el 2010, una de las últimas que dio antes de morir en mayo pasado, que sintió indignación cuando vio que la bala atravesó el pecho del arzobispo Óscar Arnulfo Romero, cuando él levantaba las manos para bendecir el cáliz en la capilla del hospital oncológico La Divina Providencia.

Publicidad

Romero se agarró del altar, haló el mantel y cayó detrás, a los pies del Cristo Crucificado. Eran las 6:25 p.m. Una hemorragia tomó su nariz, boca y oídos. Ella corrió a buscar un médico, pero al volver, el cuerpo ya había sido llevado a la policlínica Salvadoreña, donde sus seguidores esperaban un milagro. No se dio.

El mayor ‘pecado’ de este jesuita, nacido en 1917 entre los cafetales de Ciudad Barrios, departamento de San Miguel, en el oriente de El Salvador, había sido defender al campesinado y a los más pobres de su país, e intentar, con enérgicas cartas al presidente o desde su púlpito, pedir que cese la represión.

Un día antes de que le quitara la vida un francotirador contratado por fuerzas de ultraderecha, que 34 años después sigue sin ser identificado, Romero había hecho un llamado a las fuerzas policiales y militares.

Publicidad

“...Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos y, ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la Ley de Dios, que dice no matar. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, les suplico, les ruego, les ordeno cese la represión”.

Romero, hijo de un telegrafista y un ama de casa, aprendió carpintería, como quería su padre, y música, pero a los 13 años sintió el llamado a la vida sacerdotal. Entró al seminario menor en San Miguel y luego al de los jesuitas en San José de la Montaña. Sus estudios teológicos los terminó en Roma, donde vivió entre 1937 y 1942, cuando estalló la II Guerra Mundial.

Publicidad

“Me decía: Estamos aprendiendo, porque las cosas que se conocen aquí no se conocen en ninguna parte del mundo. Poder convivir con la gente pobre es la mejor bendición que puede haber porque es la gente más sincera”, contó su hermano Gaspar en el documental La vida y obra de monseñor Óscar Romero.

A su regreso a El Salvador, hizo labor pastoral en el departamento de La Unión y luego en su natal San Miguel. Fue secretario de la Conferencia Episcopal, obispo auxiliar y finalmente arzobispo, en medio de críticas de un ala de la Iglesia contraria a la Teoría de la Liberación, que él profesaba, y por ser un protector de los derechos humanos, lo que lo llevó a enfrentarse con las clases políticas y pudientes.

En sus parroquias lo recuerdan como el sacerdote caritativo que no aceptaba obsequios que no necesitara. Por ejemplo, regaló una cama que le dio un grupo de señoras, y donaba los pantalones que le daba una vendedora en el mercado.

Romero fue arzobispo entre 1977 y 1980, en una época marcada por dictaduras militares en parte de América Latina. En Argentina estaba la de Jorge Rafael Videla (1976-1981); en Chile, la de Augusto Pinochet (1973-1990); en Nicaragua, la de los Somoza (hasta 1979). Ecuador había pasado ocho años de dictadura hasta la llegada al poder en 1979 de Jaime Roldós.

Publicidad

El asesinato de Romero ahondó la división entre la Iglesia y el gobierno y desencadenó la guerra civil en El Salvador (1980-1992), que dejó unos 75 mil muertos. En 1989 llegó al poder y se mantuvo durante 20 años la Alianza Republicana Nacionalista (Arena), un partido de derecha, cuyo fundador, Roberto D’Aubuisson, fue señalado por la Comisión de la Verdad (establecida en los Acuerdos de Paz de Chapultepec, que pusieron fin a la guerra civil) como el autor intelectual del asesinato.

Sin embargo, no hay ningún implicado cumpliendo penas.

Para sus seguidores, la mejor forma de hacer justicia es elevarlo a los altares. El papa Francisco afirmó el pasado lunes que no hay ningún impedimento para su beatificación, cuya causa fue abierta en 1993 y tras décadas estancada, debido a preocupaciones sobre las supuestas inclinaciones marxistas del sacerdote, fue desbloqueada en abril del 2013. Ahora está en manos de la Congregación para la Causa de los Santos.

Romero, que inspiró al cantante Rubén Blades a escribir la canción El padre Antonio y su monaguillo Andrés, fue un defensor de las libertades ciudadanas, entre ellas la de expresión. Sus homilías, en las que mencionaba los abusos realizados por las fuerzas de seguridad, eran transmitidas por radio. El día de su muerte había celebrado el regreso al aire –tras un mes– de la emisora YSAX, abatida por atentados con bombas, según recogió en el 2010 el periódico digital salvadoreño El Faro.

En uno de sus sermones habló de su “tristeza por el control mediático en el país”, sumido en una dictadura, que difundía los intereses del gobierno y callaba las desapariciones, ejecuciones sumarias, secuestros y torturas que se cometían a diario.

“Es lástima tener unos medios de comunicación tan vendidos a las condiciones, es lástima no poder confiar en la noticia del periódico o de la televisión o de la radio, porque todo está comprado, está amañado y no se dice la verdad”, dijo entonces.

Su canonización, que sus fieles esperan para el 2017, será solo un reconocimiento a quien ya es considerado, después de su muerte, el Santo de América.

Considerado “la voz de los sin voz”, Romero se enfrentó al poder de la dictadura para defender al pueblo de la represión.