No hay barrio sin un guardia en Guayaquil. Por el intenso trajín comercial y por la inseguridad, ellos son parte de la vida misma de esta ciudad.

En muchos casos, su oficina es una caseta de tres metros cuadrados y sus implementos: pitos, toletes o machetes. Portar un arma de fuego no es una posibilidad en estos tiempos, a menos de que sean custodios de altos funcionarios, trabajen en algún banco o empresa de seguridad, o para las FF. AA. y Policía, según la Ley de Armas.

No es el caso de Víctor Valenzuela, Vicente López, Pedro Martínez y Armando Flores, que trabajan en barrios, ciudadelas o condominios. Aunque el cargo que ostentan es el mismo, la situación en la que laboran varía, de acuerdo a su sector.

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Víctor, por ejemplo, vive en La Floresta III, en el sur de Guayaquil, donde presta sus servicios a la comunidad. Vicente trabaja en Miraflores; Pedro, en una cdla. de Los Ceibos y Armando, en un edificio del centro. Todos concuerdan con que la labor en sus respectivas zonas no se compara con ninguna otra, sea por presencia de pandillas, por delincuencia o la plusvalía del sector, inclusive.

Si bien el objetivo de Víctor es cuidar los 58 vehículos de los habitantes La Floresta III, también vigila un promedio de 90 casas, distribuidas en siete cuadras. Él trabaja todos los días, sin excepción, de 20:00 a 06:30, y quincenalmente gana $ 175, según anota, un rubro que percibe desde hace tres años, que solo le sirve para comer y “no remunera como se debe” la alta peligrosidad de su trabajo.

De hecho, su vida estuvo en riesgo en el 2010. Cuenta que el 25 de julio de ese año, tres individuos, aparentemente pandilleros, llegaron al sector, dispararon a dos habitantes y él, por presenciar el crimen, también recibió uno a la altura del hombro derecho. “Me hice el muerto para que no me sigan disparando, pues los otros dos sí murieron”, manifiesta.

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Vicente, en cambio, no ha tenido esas experiencias. Su rutina de doce horas en Miraflores es prácticamente tranquila. Él hace jornadas rotativas. “Solo de noche se corren más riesgos porque no hay nadie, es solitaria esta zona, pero tampoco ha pasado mucho”, indica el hombre, quien lleva siete de sus 56 años ofreciendo este servicio.

Su trabajo se reduce a tres cuadras, cuida quince viviendas (en cada una pagan $ 35 por mes) y él obtiene una ganancia de $ 265, pues debe compartir lo recaudado con su compañero, Vicente Roldós, con quien se turna. Señala que con lo poco que se ha encontrado es con ladrones “arranchando” carteras o celulares a habitantes, pero no ha podido hacer mucho.

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Ambos utilizan pitos durante sus rondas, mientras Víctor un machete y Vicente un tolete. Pedro, en cambio, trabaja en una moto, pues su cobertura es de 24 cuadras en Los Ceibos. Cuenta que el sector es muy tranquilo, pero eso no le impide pensar lo riesgoso que resulta la profesión. “Pocas veces vienen personas que se hacen pasar como visitantes para ver las casas, como que pueden asaltar”.

En caso de que ocurra alguna eventualidad, solo debe comunicarlo por radio a la garita, desde donde llaman a los patrulleros de la Policía del sector.

Algo más cómodo podría resultar el trabajo de Armando. Él, guardia de un edificio del centro de la ciudad, tiene su oficina, pero su labor consiste en monitorear dos pantallas en las que se reflejan varios ambientes, provenientes de cámaras de seguridad distribuidas en todos los pisos de la edificación.

Él dice amar su profesión. Ya tiene 18 de sus 34 años ejerciéndola y hace cursos de especialización consecutivamente. Pero también estuvo en la calle. “Yo sí andaba armado y eso significaba riesgo. Yo trabajé alguna vez las 24 horas del día; esto es muy difícil”, relata.

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Pero a Pedro, su trabajo no lo satisface. “Ahora trabajo aquí porque por mi edad (46 años) casi nadie me quiere dar trabajo”, dice el chofer retirado. Mientras, para Vicente y Víctor, el oficio es ingrato, mas hay que ejercerlo con “mucho temple”.

Opiniones

Aquí el sector es tranquilo. En lo que llevo trabajando aquí no he visto mucho, solo que por ahí arranchan las carteras o los celulares. De noche se corren más riesgos porque esta zona es solitaria”.

Yo trabajo de sol a sol o de luna a luna. Descanso solo un día a la semana, lo que deja ver que esto (ser guardia) es bastante sacrificio, aparte del riesgo. Si pudiera tener otro trabajo sería mejor”.

Vigilar tantas casas y uno solito es un trabajo bien difícil. A mis hijos no les gusta que sea guardia por el accidente (disparo), pero a esta edad a uno no le queda otra opción para ganarse la vida”.

Para mí ser guardia es ser responsable de la seguridad de las personas. Es un trabajo duro, de mucha presión y sacrificio (...). Un guardia sin armas se siente desprotegido”.