Tiene 60 años y trabaja desde los 17. Ramón Herrera Chaparro creció laboralmente en medio de lenguas de gato, helados, jugos naturales y borrachitos. Los sirve desde cuando ingresó a trabajar como salonero en la dulcería La Palma, en Escobedo y Vélez, centro de Guayaquil.

Pese a que su experiencia era nula en aquella época, Herrera se convirtió con el paso del tiempo en uno de los meseros más solicitados por los clientes del lugar, que reclaman sus servicios desde que el sitio abre a las 07:30 para ofrecer sus tradicionales desayunos.

“Cuando mi papá falleció, yo tenía ya 20 años y mi mamá se hizo cargo de la casa y de todos nosotros. Somos siete hermanos y con mi trabajo he ayudado a arreglar mi casa”, expresa Herrera, quien vive en el escalón 169 del cerro Santa Ana, en el callejón El Galeón.

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Sus obligaciones lo llevaron a dejar los estudios. Solo llegó hasta el primer año de secundaria en el Instituto Suárez, pero esos sacrificios, dice, han rendido sus frutos.

Con sus ahorros, guardados de los 43 años de trabajo, ayudó a restaurar y arreglar la casa de su madre, con quien vive y disfruta de su compañía los viernes, día libre en el trabajo.

En medio de sus largas jornadas laborales, entre las que ha tenido la oportunidad de conocer a personajes como Rafael Guerrero Valenzuela, Jaime Hurtado y Jaime Roldós, ha forjado grandes amistades entre sus clientes.

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Amada Guzmán, de 78 años, es una de las clientas a quien conoce desde su juventud y con la que departe cada vez que ella va a La Palma a tomarse un helado o comer un dulce. “Siempre ha sido igual nunca ha cambiado su forma ser. Solo que antes era flaco y ahora está gordito”, dice ella entre risas.

Pese a que muchas personas le han preguntado por la posibilidad de retirarse de su trabajo y descansar, Herrera afirma que esa idea, aunque la ha meditado, no tiene fecha aún. “Yo todavía me siento con ánimo de seguir trabajando y los dueños me tratan con excelencia (...) Cuando ellos me lo pidan quizás ahí me iré”, señala.

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‘Ramoncito’, como muchos de sus conocidos lo llaman, también se ha caracterizado por ser un hombre muy caritativo y solidario. Aunque nunca formó un hogar o se casó, el amor de padre nació en él cuando adoptó a un niño, quien ahora tiene 15 años.

“El Día del Padre, él se levantó temprano y me dio un abrazo fuerte. Se me salieron las lágrimas”, sostiene.

Beatriz Lértora de Costa, presidenta de la dulcería que en agosto cumplirá 105 años de vida institucional, afirma que la labor de Herrera dentro de la empresa es vital, no solo porque ya lo consideran integrante de la familia, sino porque los clientes lo identifican como parte de la dulcería.

“Hay profesionales que tienen una vocación especial y él tiene esa vocación, de ser salonero. Cuando él llegó aquí estaba por cumplir los 18 años y era un niño, un joven que aprendió a trabajar aquí”, dice. Su vicio, agrega Lértora, es el trabajo, no pide vacaciones porque prefiere que se las paguen, pero afirma que el secreto de Herrera para cautivar a sus clientes, es el carisma, y eso Ramoncito lo tiene de sobra.

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Los clientes, donde él esté, sea en La Palma o fuera de ella, lo saludan, con besos y abrazos, como que es parte de sus vidas (...) Cuando lo han visto en un programa, afuera del país, lo llaman a saludarlo”.Beatriz Lértora de Costa, presidenta de dulcería La Palma