Por Sonia Yánez Blum (Twitter: @soniayanezblum)

Aunque digan que no les importa lo que el resto opine, la forma en que las audiencias aprueban, castigan y generan posturas alrededor de cómo un jefe trata a su colaborador, cómo un comunicador grita a alguien de su equipo o cómo afecta un tuit a la permanencia en su cargo de una viceministra no queda puertas adentro.

Si gritas en online, la respuesta te llega en un tsunami digital.

A punta de grito, así descubrimos en Ecuador que Alonso era el sonidista que brindaba sus servicios para un espacio de opinión que se difunde en multiplataformas.

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El presidente Guillermo Lasso se valió de ese episodio para descolocar a su entrevistador diciendo que gritar a un subalterno es una “gran equivocación”.

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Y, ese grito también motivó que en las diferentes plataformas y redes sociales muchos comunicadores, periodistas y trabajadores en diferentes sectores visibilicen algo que hasta hace mucho tiempo veíamos “normal”: los jefes te gritan.

“Pagar piso”, le llaman.

Vivimos en la cultura del grito

Aquellos que vienen de colegios de monjitas o sacerdotes lo recordarán. Pero en la ecuación actual hemos perdido algo:

No hay forma de romantizar el grito o justificarlo. Nada de la letra con sangre entra. Alzar la voz en medio de la oficina o salón de clases aturde, paraliza y rompe el ambiente.

El que grita se sube en un sitial, apalancado por el miedo o el fastidio de quienes escucharon el grito, en un silencio lejano y cómplice.

Pero en digital, el grito suena diferente.

Cuando alguien grita y se viraliza en online, el incidente no queda bien. La pérdida de control, de quien lo hace, es más notoria que su autoridad. Y la marca o institución que representa se lastima de forma directa y proporcional a la edad de sus audiencias que no creen que soportar gritos del jefe sea parte del aprendizaje.

Mientras tanto, el silencio que en la vida offline acompaña el “incidente” todos mutis en la oficina, en digital no es tal.

Tenemos nuestro teclado y el wifi que nos permite en tiempo real “ubicar” al que grita, al que pierde el control y los defensores duplican en cantidad

Más allá de establecer cuál es la forma más humana e inteligente emocionalmente para gestionar las equivocaciones del equipo, el lapidar a punta de grito en streaming no es buen negocio, ni políticamente correcto en el mundo hiperconectado.

Hace tres meses publiqué una frase en LinkedIn que se viralizó en cuestión de horas, el tema era los jefes y su forma de hacerte crecer bajo liderazgo o maltrato. Más de 5.000 personas en diferentes lugares e idiomas lo compartieron y 34.000 dieron likes, para que esta publicación sea una breve muestra de que hoy en día, sin importar el país, la edad o el negocio, la forma en cómo lideramos dista mucho de la cultura del grito que muchos aprendimos.

A medida que las audiencias sigan creciendo en edad, así como su capacidad de compra aumente, su intención de voto importe y se materialice en una acción la desaprobación a un grito o mal comportamiento, mayor será el desconcierto de aquellos que creen que -aún hoy en día- la letra con sangre entra y se debe agradecer.

Hoy con un clic aprendes que no importa el cargo, los títulos o el número de seguidores, nada te protege del escarnio online cuando las audiencias deciden gritar más fuerte a punta de clics y del contenido que crean para desaprobarte.