Por Sergio Cedeño Amador *

Durante los años 70 y desde mucho antes, el único medio de transporte desde Guayaquil hasta Babahoyo, capital de la provincia de Los Ríos, era el fluvial “aguas arriba” por el caudaloso río Babahoyo.

Varias lanchas que salían del muelle # 8, ubicado en Malecón y 10 de Agosto, daban este servicio, que se anunciaba todos los días en la última página del Diario EL UNIVERSO, donde se detallaba el nombre de la lancha y la hora de salida, la que variaba diariamente según la marea de creciente.

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Entre las más grandes y elegantes estaba la motonave Daisy Edith, pero yo prefería viajar los domingos por la noche hasta la hacienda Angélica, donde trabajaba, en la lancha Norte América, que era piloteada por el capitán Contreras, quien hacía el viaje de lo más agradable por sus interminables anécdotas sobre el río Babahoyo y sobre las personalidades que habían navegado en su famosa lancha. A la hora de zarpar tocaba un pito y gritaba desde la proa: “¡Se va la lanchaaa!”.

Generalmente, la Norte América llevaba guitarristas y nunca faltaba un buen cantante de pasillos, se vendía arroz con menestra y carne o seco de pato, y luego cuando “cogía el sueño”, ya que el viaje era muy largo, los pasajeros se peleaban las hamacas. Algunas de estas eran de mocora y estaban “reservadas” de antemano por el capitán Contreras para los pasajeros más importantes.

Las escalas oficiales de la Norte América eran en Samborondón, donde llegaba después de cuatro horas de viaje, y en la hacienda Angélica, donde la lancha atracaba media hora, pero además cualquier pasajero podía hacer parar la lancha tocando un timbre que era halado con una soga.

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Siempre recordaremos con nostalgia a la famosa Norte América, la última lancha de pasajeros en surcar el río Babahoyo conocido por muchos montuvios como el Río Grande.

Las lanchas fueron un popular medio de transporte a través de los ríos Babahoyo y Daule. Foto: cortesía de Sergio Cedeño. Foto: El Universo

La carrera a Babahoyo

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Este tipo de transporte es tema del muy interesante libro El siglo de los vapores fluviales: 1840-1940, escrito por Julio Estrada Ycaza y Clemente Yerovi Indaburu, de donde extraigo el siguiente texto firmado por el segundo:

Como “carreras” se conocían las rutas o trayectos de los vapores. Cada una tenía sus propias características, no solo por la cantidad de pasajeros, el tipo de carga y las costumbres de los operadores, sino por los problemas del recorrido.

Las carreras más frecuentadas y competidas inicialmente eran de Guayaquil-Babahoyo y Guayaquil-Daule, que ocasionalmente se extendían hasta Ventanas la primera y hasta Balzar la segunda. Además había carreras a Santa Rosa y Posorja...

El recorrido Guayaquil-Babahoyo representaba poco más de 100 millas marinas ida y vuelta. La subida, siempre con marea a favor en verano, tomaba de seis a ocho horas, según las “apegadas” o estaciones intermedias para tomar pasajeros, descargar mercaderías o embarcar leña. El retorno no tomaba menos tiempo. Con las lluvias, el viaje de subida tomaba más tiempo por la fuerte correntada, pero esta servía para acortar la duración de la bajada.

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El movimiento de pasajeros y carga entre Guayaquil y Babahoyo era suficiente como para que todos los días hubiese siquiera un vapor que saliese. Pero el viaje redondo de cada vapor tomaba cuatro días: uno para subir de Guayaquil a Babahoyo, otro de puerto en Babahoyo, un tercero para el viaje de regreso, siendo el cuarto día de puerto en Guayaquil.

Esta línea fue la última que explotó la Empresa Indaburu con el vapor Chimborazo, que en cierta época subía hasta Caracol, Catarama, Ventanas y puertos intermedios.

Los vapores salían de Guayaquil entre las ocho de la mañana y las seis de la tarde, y luego de tocar en Samborondón y haciendas intermedias, llegaban a Babahoyo entre las tres de la tarde y la una de la madrugada. De bajada zarpaban de Babahoyo a la hora de pleamar, entre la una de la madrugada y la una de la tarde, llegando a Guayaquil entre las ocho de la mañana y las ocho de la noche. Así, por ejemplo, en El Telégrafo del 20 de mayo de 1911 se anunciaba la salida del vapor Puigmir a las 8 a. m.

Normalmente se tenía esta carrera por trabajo reposado, pero si otro vapor salía el mismo día, había que apurarse para ir ganando los diversos clientes que se encontraban en el camino y entrar primero a los puertos fijos como Samborondón y Pimocha. Las paradas eventuales se producían cuando desde alguna hacienda ribereña se hacían señales o se llamaba al vapor, para embarcar pasajeros, productos o ganado vacuno.

La clientela eventual de haciendas intermedias se limitaba al tramo Guayaquil-Samborondón, pues desde esta última población hasta Guayaquil, las lanchas lecheras de las haciendas de la zona, que salían todas las madrugadas, habían barrido con los pasajeros y la carga disponible.

* Miembro de la Academia Nacional de Historia, presidente de la Fundación Regional de Cultura Montuvia y orgulloso montuvio.