Por Rodolfo Pérez Pimentel*

La bubónica o peste negra se conoció en Europa en el siglo XIV y fue traída desde China por los barcos mercaderes que la regaron hasta Constantinopla, Génova, Venecia y Sicilia. La mortandad fue tan cruenta que hubo ciudades en las que mató al cincuenta por ciento de la población; y no desapareció del todo, pues continuó en forma endémica durante los siguientes trescientos años. Se cree que una tercera parte de la población europea falleció a causa de esta peste, cuyo origen remotísimo se ha localizado en las riberas del río Ganges, en la India, donde se produjo la primera pandemia en el siglo IV antes de la era común.

La peste bubónica aparece donde la acumulación de población y falta de higiene permiten una rápida expansión. El contagio se lleva a cabo entre dos y seis días después que la persona ha sido picada por una pulga infectada. A su vez, las pulgas se contagian picando a las ratas, aunque también pueden portar el mal las ardillas y otros roedores. En ocasiones el contagio ocurre por vía aérea o a través de gotas de agua infectadas.

Publicidad


Reconstrucción histórica medieval sobre el impacto de la peste bubónica. Los médicos empleaban máscaras puntiagudas. Foto: Shutterstock. Foto: El Universo

El mal produce en el sujeto enfermo fiebre alta, escalofríos, debilidad general y ganglios de coloración morada, inflamados y dolorosos, llamados bubones, que pueden ser externos e internos. Los primeros salen en las axilas y entrepiernas; los segundos, en la garganta o en el interior del hígado o los pulmones, y entonces se trata de la gravísima peste neumónica, de casi imposible curación. La enfermedad tiende a diseminarse a otras áreas del cuerpo si no es atendida a tiempo. La bubónica se trata en la actualidad con antibióticos, pero tiene que ser enseguida, pues si la enfermedad avanza se vuelve mortal.

Cuándo llegó a Ecuador

La última pandemia mundial se originó en China hacia 1855 y se fue propagando lentamente. En 1897 apareció por primera ocasión en América. Del Paraguay se extendió a los Estados vecinos. De Chile pasó el contagio por barco al Callao en 1903. En Lima se abrió un lazareto para hombres y mujeres, mientras las autoridades sanitarias de Guayaquil ni se daban por enteradas

Publicidad

En 1908, el Dr. Ramón Flores Ontaneda preparaba un viaje a Alemania, cuando se declaró la epidemia en nuestra ciudad. Primero fue una gran cantidad de ratas muertas en las calles, luego comenzaron los primeros casos humanos. Recién entonces la Municipalidad organizó un cuerpo técnico encargado de dirigir la lucha antipestosa y Io llamó a él a dirigirlo. Por tal motivo, Flores Ontaneda postergó el viaje y puso en práctica sus conocimientos científicos sobre la peste, adquiridos durante sus años de aprendizaje en París, de manera que fue el primer médico en aislar en nuestra ciudad la bacteria denominada Yersinia pestis, más conocida entre la población como el cocobacilo de Yersin”, causante de la epidemia.

Enseguida comenzó a fabricar el suero Danis para las ratas, como ya se practicaba en los laboratorios de Estados Unidos y el Viejo Mundo, para que las ratas al ser incubadas se mordieran entre sí, exterminándose. A los humanos enfermos les inyectaba el suero Yersin para lograr su mejoría, y si estaban sanos, los vacunaba con la Linfa Hafkins después de fortalecerlos con el suero.

Publicidad

Representación de médicos en tiempos de la peste bubónica. Foto: Shutterstock. Foto: El Universo

Dedicado a esos menesteres en el laboratorio del colegio Vicente Rocafuerte, “no tenía reposo”. Las mañanas se trasladaba al lazareto en la sabana, a extraer el líquido de los bubónicos, algunos de los cuales morían mientras se efectuaba la extracción, de tan graves que estaban. Muchas veces y por temor de que ese valioso hombre se contagiara de la peste, le entregaban dosis del suero Yersin para que se Io aplicara, pero él Io cedía a algún enfermo grave, pues se creía inmunizado por estar en contacto directo con bubónicos.

Aquel error le fue fatal y lo llevó al sepulcro, pues cuando prefirió vacunarse sin tomar la precaución de fortalecer su organismo con una previa aplicación de la Linfa, como había estado contagiado sin saberlo, se le desarrolló el mal en forma incontrolable y en la peor de las formas, la neumónica, con bubones o tumores interiores.

Su recio organismo se deshizo en solo dos días y todo esto a pesar de la lucha desplegada por sus colegas y colaboradores médicos. Falleció el 21 de abril de 1908 en horas de la madrugada, sonriendo y en pleno uso de sus facultades mentales, a tal punto que la noche anterior había diagnosticado cómo y cuándo se produciría el ataque final. Solo tenía cincuenta y cuatro años de edad. “Pronto se regó la noticia en ciudad y la población se alarmó aún más de Io que ya estaba”.

Como medida sanitaria, la Municipalidad dispuso la destrucción por fuego de la vieja casa consistorial donde se había firmado el Acta de la Independencia en 1820, porque en los bajos funcionaban numerosas barracas y pulperías que eran nidos de ratas. Muchas familias temían llevar a sus enfermos al lazareto, pues la tasa de mortalidad era muy alta en dicha casa de salud y preferían ocultarlos en lugares aislados. Eduardo Game prestó una covacha de caña a un compadre en Durán, adonde llevó a su hijita Esther, enferma, de solo ocho años, que fue solícitamente atendida por el Dr. Herman Parker, pero de todas maneras falleció.

Publicidad

Cumpliendo estrictas medidas sanitarias, Parker roció el cadáver con un líquido antiséptico, por aquello de que pudiera quedar alguna pulga infectada; y cuando se enteró Game —que estaba en un cuarto al lado— se lanzó contra Parker, que tuvo que huir a la carrera. Después Game le pidió las disculpas del caso, había obrado en medio del dolor por la muerte de su engreída.

Y como nunca faltan aquellos que se muestra reacios a vacunarse, copio un versito de Juan Eusebio Molestina Matheus aparecido en el Diario de Avisos en 1908.

Pensando en la parca

Me toqué la frente

Tamaño chibolo

Sin duda, un bubón

Y siento que el miedo

Perturbaba mi mente

Y siento entre espinas

Mi buen corazón.

II

Si a un médico llamo

Seguro lo tengo

Que al gran Lazareto

Me manda morir

Y quiera o no quiera

Tendría que ir

III

Por eso no quiero doctores,

No quiero instrumentos,

Que yo con limones

Me curo el bubón.

* Premio Nacional de Cultura Eugenio Espejo 2005, categoría literatura.