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Lo cantaba Jean-Louis Aubert en 2001. Aunque esta canción no sea muy conocida por los niños –a menudo la asocian con “algo antiguo”, como me señalaron agradablemente durante una clase de música–, su título y su estribillo están, en cambio, muy presentes en su realidad cotidiana.

Ocurre sobre todo cuando se divierten clasificando a sus compañeros por nivel de afinidad en categorías tan diferentes, precisas y jerarquizadas como “mejor o verdadero amigo”, “amigo”, “compañero” o “sólo compañero”.

Al igual que las de los adultos, las prácticas afectivas y de amistad de los niños no son en absoluto democráticas. A chicos y chicas les resulta muy difícil reconocer que pueden “enamorarse o incluso convertirse en mejores amigos” (sic) de cualquier persona, independientemente de su edad, sexo, actividades recreativas favoritas o apariencia.

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Las amistades mixtas son raras

En el amor, como en la amistad, la figura del alter ego emerge muy rápidamente al analizar la sociabilidad infantil. La mayoría de los niños establecen vínculos con niños que se parecen a ellos en sus aspectos principales, es decir, en los que más obviamente distinguen y jerarquizan el patio de recreo, a saber, el sexo y la edad.

Tener la misma edad y ser del mismo sexo parecen ser las dos principales condiciones necesarias para la formación de los vínculos afectivos de los niños. Sin uno de ellos, no puede haber amistad, y mucho menos la “mejor amistad”. Son los principales factores entre los que los niños pueden elegir y seleccionar a sus compañeros o “amigos favoritos” en función de diferentes criterios de evaluación y juicio.

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Independientemente de su edad, los niños declaran con mayor frecuencia tener amigos de su mismo sexo: es el caso de casi seis de cada diez niñas y siete de cada diez niños (en las escuelas y centros extraescolares estudiados). La proporción, para ambos sexos, se eleva al 80 % para los “mejores amigos”.

Los niños declaran con mayor frecuencia tener compañeros y amigos del mismo sexo que ellos. Shutterstock

Más sorprendente es que sólo el 20 % declara tener amistades mixtas, es decir, tener un grupo de amigos formado por tantos amigos del otro sexo como del mismo, y sólo el 10 % tiene tantos mejores amigos como mejores amigas.

¿Cómo podemos explicar este fuerte tropismo de niños y niñas hacia sus compañeros del mismo sexo? De sus comentarios se desprenden dos respuestas principales. La primera, y más frecuente, se refiere a razones prosaicas y, más ampliamente, al funcionamiento de las amistades de los niños.

Es difícil hacerse (mejor) amigo de un niño cuando no se comparten los mismos gustos, los mismos juegos y las mismas actividades, cuando no hay un terreno favorable para el desarrollo de una relación que se mantenga mínimamente en el tiempo. Tanto los chicos como las chicas coinciden en que los demás “juegan a juegos demasiado feos”, que “no son divertidos”, y que “siempre te aburres [cuando estás] con ellos y te molestan”.

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La segunda razón, que suele expresarse a escondidas, pero que es igualmente importante, es el riesgo que supone para unos y otros el permanecer tranquilos, sin mostrar aburrimiento o vergüenza, en un pequeño grupo de niños, en su mayoría del otro sexo, a saber, el de ser llamado “novio de” o incluso “novio de” la persona equivocada, como relata Marion:

El peso de la clase y la edad

Más allá de la coincidencia del sexo, las amistades infantiles se caracterizan por una homofilia muy fuerte de edad y, más concretamente, de nivel escolar. Casi el 90 % de los chicos y chicas dicen que la mayoría de sus amigos están en la misma clase que ellos. Por el contrario, muy pocos mencionaron tener amigos en cursos superiores al suyo (29 %) y aún menos en cursos inferiores (19 %).

Cuando se les preguntó por este fenómeno, los niños dijeron que era “porque los niños mayores nunca les dejan jugar con ellos, excepto cuando les falta gente para jugar al fútbol o a la comba. Pero si no es así, los mayores sólo juegan entre ellos. No nos quieren porque somos demasiado pequeños y no sabemos jugar al fútbol ni charlar” (Christophe, clase media).

Esta asociación entre ser demasiado pequeño y no ser lo suficientemente bueno o fuerte como para “tener derecho” a jugar con los niños mayores y a ser su amigo también está presente en las palabras de Mathias, que explica que no podría ser amigo “de los niños mayores” porque “juegan a cosas demasiado complicadas”.

En otras palabras, la razón por la que a los niños les resulta tan difícil hacerse amigos y, además, mejores amigos de niños que no son de su edad o que no pertenecen a su mismo género es que están poniendo en juego su reputación y su lugar en el patio.

Al jugar con niños más pequeños o con compañeros del otro sexo, no sólo se arriesgan a que se burlen de ellos, a que les llamen novios, les acusen de “querer hacerse los mayores” o, lo que es peor, a que les llamen “bebés”, sino, sobre todo, a que se vean desvalorizados al ser asociados con las figuras repulsivas de los bebés, los niños pequeños y, sobre todo, las niñas.

Los debates y juegos en el ámbito escolar están muy codificados. Shutterstock

Estas sanciones simbólicas, muy presentes en los juegos, recuerdan a los niños las reglas de la amistad y la necesidad de respetar la edad y el género. Sin embargo, no se imponen con la misma fuerza a todos.

Son sobre todo los niños y los niños mayores –como “reyes de la corte” (sic)– los que tienen más que perder, ya que es más insultante y degradante que se refieran a ellos como bebés y niñas que como niños y niños mayores, lo que subraya la existencia temprana de jerarquías y desigualdades de edad y género.

El papel implícito de los adultos

La forma de elegir a los amigos no es sólo una cuestión de elección de los niños o de la cultura infantil, sino que está vinculada al mundo de los adultos al menos de tres maneras. En primer lugar, es más probable que los niños y las niñas sean amigos de compañeros de su misma edad y sexo porque los profesionales de la educación tienden a agruparlos por género y grado, incluso en las actividades extraescolares.

Los niños de la misma edad y sexo pasan más tiempo juntos y, por lo tanto, tienen más oportunidad de conocerse, hablar y crear fuertes vínculos entre ellos.

En segundo lugar, porque los adultos contribuyen, a menudo sin darse cuenta, a promover normas de género y de edad que diferencian y jerarquizan a los niños. Por ejemplo, al distinguir los juegos o actividades para niños mayores, niños menores, niñas y niños según su nivel de dificultad o implicación física, dificultan la realización de actividades mixtas, e incluso animan a los niños a distinguirse para demostrar su edad o sexo.

Por último, los adultos influyen en las elecciones emocionales de los niños en la medida en que sus juicios y observaciones actúan como indicadores reales del valor intrínseco de los niños.

Al etiquetar a algunos niños como inteligentes, guapos o divertidos y a otros como sucios, problemáticos, revoltosos o dispersos, influyen en gran medida en la reputación y en la jerarquía de los niños en el patio y, por tanto, configuran el mercado de la amistad. (I)

Kevin Diter

Post-Doctorant, Chaire « enfance, bien-être et parentalité », École des hautes études en santé publique (EHESP)