Aunque habían acordado rencontrarse más adelante, Victoria Eugenia Henao presentía que ese 15 de agosto de 1993 sería la última vez que vería a su esposo, Pablo Escobar Gaviria, según una publicación de Infobae.

“La muerte asomaba a la vuelta de la esquina. Él nos abrazó a cada uno y cuando le tocó despedirse de nuestra hija Manuela no pudo contener las lágrimas. Luego nos siguió con su carro hasta que tocó la bocina dos veces antes de girar a la izquierda y perderse en la oscuridad. Ahí pensé que nunca más nos volveríamos a ver. Como si la bocina nos hubiese enviado un mensaje: ‘Adiós para siempre, mi amor; adiós para siempre, hijos míos’. Fue muy doloroso tomar la decisión de separarnos y demasiado riesgoso también. Estábamos tan muertos al lado de él como en manos del Estado colombiano”, afirma Henao en una entrevista con Infobae.

Escobar huía para esconderse de sus enemigos, mientras que su familia se dirigía a un refugio, también para protegerse.

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En su libro, Mi vida y mi cárcel con Pablo Escobar, Henao revela cómo fueron los últimos minutos con Pablo. O sin él, porque estaban separados en esos momentos.

En un capítulo cuenta que en su refugio fueron visitados por gente del Ejército. Y en ese momento, sonó el teléfono:

Contestó su hijo.

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—Hola, abuelita, ¿cómo estás? No te preocupes que estamos bien, estamos bien— dijo cortante y colgó.

Me llamó la atención el tono de su voz y pensé que en realidad había hablado con otra persona.

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La charla con los generales empezó a alargarse y cinco minutos después el teléfono sonó nuevamente. Juan Pablo tomó el teléfono.

—Abuelita, por favor, no nos llame más que estamos bien.

Pero esta vez mi hijo no colgó y me dijo que su abuela quería hablar conmigo. Salí corriendo hacia la habitación de al lado mientras Juan Pablo despedía a los generales.

Victoria Heano se casó con Pablo Escobar cuando tenía quince años. Imagen: Victoria Eugenia Henao – Editorial Planeta

Era Pablo. Me dio una inmensa alegría escucharlo, pero Juan Pablo entró corriendo y me dijo que colgara pronto porque era seguro que estuvieran rastreando la llamada. Entendí la advertencia y me despedí:

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—Míster, de todas maneras, cuídese mucho. Usted sabe que todos lo necesitamos.

—Esté tranquilita, mi amor, que yo no tengo otro incentivo en la vida sino luchar por ustedes. Yo estoy metido en una cueva, estoy muy muy seguro; ya salimos de la parte difícil.

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Pero él no se rendía y seguía llamando. Juan Pablo le colgó el teléfono en dos oportunidades más, pero el teléfono volvía a sonar y Pablo pedía hablar conmigo o con Manuela, pero Juan Pablo, desesperado, nos gritaba:

¡Cuelguen!, ¡cuelguen ya, que lo van a matar! ¡Cuélguenle! ¡Pídanle por favor que no nos llame más, que estamos bien! Que no se preocupe. ¡Cuelguen ya!

Pasadas las dos de la tarde ya habíamos recibido el cuestionario de la revista Semana y Juan Pablo avanzaba en responder las preguntas, cuando entró una nueva llamada de Pablo. Mi hijo puso el altavoz y mi marido le dijo que leyera las preguntas despacio porque Limón —el guardaespaldas que lo acompañaba— las apuntaría en un cuaderno. Cuando iba por la quinta, Pablo interrumpió y dijo que llamaría en veinte minutos.

Pablo Escobar Gaviria y su esposa. Imagen: Victoria Eugenia Henao – Editorial Planeta

Así lo hizo y Juan Pablo continuó dictando las preguntas, pero de un momento a otro Pablo le dijo:

Enseguida lo llamo.

Mientras eso sucedía, yo estaba sentada en una pequeña sala que dividía las dos habitaciones, hablando por teléfono con mi hermana. De pronto, escuché un grito de Juan Pablo:

¿Que mataron a mi papá? ¡No puede ser!

Sin entender qué sucedía, le dije a mi hermana:

—Hermanita, averigua qué está pasando en Medellín, que dicen que acabaron de matar a Pablo.

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Corté la llamada, salí corriendo a buscar a Juan Pablo y observé que en ese momento Manuela se bañaba en la ducha y cantaba una de sus canciones preferidas. Mi hermana llamó nuevamente y confirmó que, en efecto, Pablo estaba muerto, y agregó que en los alrededores del sitio donde estaba oculto se escuchaba el ruido de varios helicópteros. Quería morirme. Lloré inconsolable. El desenlace que tanto temíamos había llegado. Mi marido había muerto víctima de su terquedad, por desconocer la más importante de sus medidas de seguridad: hablar por teléfono. Sus enemigos por fin lo habían cazado.

Lo que vino después fueron momentos de mucho dolor. No cabía más tristeza en mi corazón, en mi ser, en mi vida. La desesperanza era total. Apenas logré tener algo de fuerzas, acordé con Juan Pablo que entre ambos le contaríamos a Manuela la noticia. Al rato, lo hicimos. No hay palabras para describir el dolor de mi hija. En medio del llanto imparable, me decía:

—No, no puede ser, mamá. Mi papá no, mi papá no está muerto— repetía mientras se arrastraba desesperada por la alfombra.

Pablo Escobar junto a su esposa, Victoria Eugenia, y sus hijos, Juan Pablo y Manuela, en el interior de la antigua cárcel La Catedral, durante su reclusión.

Pablo Escobar murió el 2 de diciembre de 1993, a los 44 años, rodeado por sus enemigos, solo y acorralado, mientras caminaba descalzo por los tejados de una casa de Medellín. Uno de sus asesinos (aunque su hijo sostiene que se suicidó de un balazo detrás de la oreja) posó junto a sus compañeros con un pedazo de bigote de Escobar, como un trofeo de guerra.

—Papá se suicidó. El tiro fue en la oreja. Me había incluso enseñado a ejecutarlo, por si me acorralaban. No lo mató, se suicidó. Por otra parte, el decía: Prefiero una tumba en Colombia antes que una celda en los Estados Unidos”. Por otro lado, estaba descalzo. Como entregado. Estar descalzo implicaba que no iba a fugarse— le dice a Infobae Sebastián Marroquín, la nueva identidad de Juan Pablo Escobar desde que se exilió con su madre y su hermana Manuela en Buenos Aires, el 24 de diciembre de 1994.

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—Creo que Pablo se mató para que nosotros pudiéramos vivir— dice Henao.

A pesar de que la familia Escobar vive otra vida, lejos de la violencia, la muerte, la droga y los atentados, siempre aparece la sombra de Pablo Escobar. Reviven muchos momentos a través de series, películas o de fotos, videos u objetos que los fanáticos del Patrón les envían. (I)