Nos encontramos mal. Vamos al médico. Y no falla: sean cuales sean nuestros síntomas, y fuera la que fuere la sospecha del facultativo, nos pide un análisis de sangre donde se incluye un recuento de glóbulos rojos.

Busque, busque en sus informes analíticos y casi siempre los encontrará. Con este nombre o con cualquiera de sus alias: hematíes, hematís, RBC (de Red Blood Cells) o eritrocitos.

¿Por qué? ¿Qué tienen estas células de especial que están en todos los análisis? ¿Por qué es necesario saber cuántos tenemos y en qué estado?

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Esta gran pregunta es, en realidad, la mezcla de varias cuestiones. Por un lado, qué función tienen los glóbulos rojos y cómo la llevan a cabo. Pero también cómo logran acceder a todos los rincones del cuerpo. Y lo que más nos interesa de cara a los análisis de sangre: cómo se valora su funcionamiento a través de los resultados del laboratorio.

La importante misión de los glóbulos rojos

Nuestra sangre es un fluido acuoso con una función esencial: el transporte. Son muchas las mercancías que traslada, pero una de las más importantes –si no la que más– es el oxígeno.

Los animales somos máquinas biológicas a las que funcionar no nos sale precisamente gratis. De hecho, nos pasamos la vida pagando con moléculas energéticas de ATP (adenosíntrifosfato), a las que podríamos considerar como nuestro biodinero. Aunque existen varias vías metabólicas diferentes para obtenerlo, los seres aerobios (como nosotros) normalmente oxidamos principios inmediatos. Fundamentalmente, glucosa. Esta oxidación se hace, obviamente, con oxígeno.

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El oxígeno, por lo tanto, tiene que llegar a nuestras células para que en su interior se genere ATP y se mantengan vivas.

Y eso es exactamente lo que hacen los glóbulos rojos: garantizar el suministro de oxígeno a todas y cada una de las células de nuestro cuerpo. Su ausencia significaría, irremediablemente, la isquemia del tejido y su consecuente necrosis. Es decir, la muerte por anoxia.

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¿Cómo transportan los glóbulos rojos el oxígeno?

El oxígeno se transporta de un lado a otro en el interior de los eritrocitos. Cuanto más espacio libre tengan, mayor oxígeno cabrá. Por eso conviene que los hematíes sean células prácticamente huecas. Para lograr este objetivo, durante su proceso de maduración (eritropoyesis) desde la médula ósea (donde se generan) hasta la sangre periférica (donde van a desarrollar su trascendental misión), “tiran la casa por la ventana”. Y lo hacen literalmente, es decir, expulsan la mayor parte de su contenido celular, quedándose prácticamente sin orgánulos. Tanto es así que son las únicas células de los mamíferos que carecen hasta de núcleo.

¿Qué consiguen con eso? Pues transformarse en perfectos contenedores. En millones de trillones de miles de barcos dispuestos a transportar por nuestro cuerpo la más preciada de las mercancías: el oxígeno.

Pero el oxígeno es un gas y los gases difunden a través de las membranas biológicas, incluidas las del hematíe. ¿Cómo se las arreglan, entonces, para retenerlo? Sencillamente lo atan químicamente. De eso se encarga la hemoglobina, la proteína que rellena los eritrocitos. Gracias al átomo de hierro presente en cada una de sus cuatro grupos hemo (que, por cierto, son los que le dan a la sangre ese característico sabor metálico), se une covalente y reversiblemente al oxígeno.

Cuando la sangre llega a los pulmones a través de la arteria pulmonar, la hemoglobina se oxida a tope, alcanzando un índice de saturación del 98 % y pasando a llamarse oxihemoglobina. Los glóbulos rojos, en estos momentos, hacen honor a su nombre luciendo el espectacular y brillante rojo escarlata propio de la sangre arterial.

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Así, con su mejor rubor, empiezan su recorrido por todo el cuerpo. Las diferentes células los reciben con alegría y captan su codiciado oxígeno. La hemoglobina va entonces perdiendo progresivamente su saturación (hasta un índice del 32 %), se transforma en desoxihemoglobina y los glóbulos rojos se oscurecen. Por eso, los tejidos mal oxigenados muestran ese insano color cianótico.

Contorsionistas que llegan a todos los rincones

Las arterias no funcionan como aspersores regando el césped. De hecho, la sangre nunca sale de las tuberías (los vasos sanguíneos) en los animales que tenemos un sistema circulatorio cerrado. Los vasos se ramifican cada vez más para terminar siendo finísimos capilares que acceden a nuestros rincones más recónditos donde el oxígeno se liberará, atravesará las membranas del hematíe y del capilar, y será captado por la célula receptora.

Pero hay un problema. A veces, el calibre del capilar es menor que la propia anchura del glóbulo rojo. ¿Qué pasa entonces? ¿Se forma un tapón? ¿Sufrimos una trombosis?

La respuesta es tan maravillosa como increíble y sencilla. Como si fuera el autobús de Harry Potter y el Prisionero de Azkabán, el hematíe se deforma.

Originalmente, el glóbulo rojo tiene forma discoidal, aplanada y bicóncava. Ello es posible gracias a una membrana muy especial, compuesta de colesterol y fosfolípidos, y enlazada a una red elástica de proteínas esqueléticas (con complejos anquirina y 4.1R). Esta organización molecular dota al glóbulo de un material biológico de comportamiento único que le permite:

  • Ser altamente elástico (100 veces más que una membrana de látex de espesor comparable).
  • Responder rápidamente a las tensiones de los fluidos aplicados.
  • Ser más fuerte, en términos de resistencia estructural, que el mismísimo acero.
Imagen de la organización espacial de las proteínas implicadas en la elasticidad de la membrana plasmática del eritrocito (tomada del artículo de Mohandas y col. en J. Clin. Invest., doi: 10.1172/JCI109888)

Estamos ante una prodigiosa membrana que hace del eritrocito un contorsionista capaz de aguantar deformaciones lineales de hasta un 250 % sin despeinarse.

Así, de esta manera tan asombrosa, y como si fueran carteros de los de antes de la era digital, los glóbulos rojos recorren los caminos más tortuosos para asegurar el suministro a todas y cada una de nuestras células, a todos y cada uno de nuestros tejidos, a todos y cada uno de nuestros órganos, aparatos y sistemas.

Estos repartidores de lujo nos garantizan la vida.

Interpretando un análisis de sangre

Lo primero que tenemos que comprobar en un análisis es si hay suficientes vehículos repartidores, esto es, si el número de glóbulos rojos está dentro de la normalidad.

Posteriormente, habrá que verificar si van bien cargados de hemoglobina. En caso de que haya deficiencia en la concentración de esta proteína, los glóbulos rojos no serán tales, estarán más bien pálidos y su eficacia dejará mucho que desear.

En tercer lugar, su forma y tamaño deben ser los correctos. De lo contrario, nos estarán indicando que su plasticidad y elasticidad pueden verse afectadas y su acceso a los diferentes tejidos, comprometido.

Por eso, dentro de la serie roja de su análisis, se informa de tantos parámetros diferentes (RBC, HCT, HgB, VCM, HCM, CHCM,…) . Y también, por la misma razón, la valoración de su funcionamiento no dependerá de la cuantificación aislada de un parámetro sino que habrá que considerarlos y estudiarlos globalmente.

Espero que, a partir de ahora, cuide usted sus hematíes. Lo que circula por su venas es, realmente, un prodigio de la naturaleza. (I)

Ejemplo de serie roja en un análisis de sangre: Hematíes (RBC): Es el número de glóbulos rojos por unidad de volumen (microlitro) de sangre. Hemoglobina (Hgb): Es la concentración de la proteína transportadora de oxígeno que tiene la muestra de sangre. Hematocrito (Hct): Es la proporción del volumen sanguíneo ocupado por los glóbulos rojos. Volumen Corpuscular Medio (VCM): Es el volumen medio de los hematíes de la muestra. Hemoglobina Corpuscular Media (HCM): Es la cantidad de hemoglobina que, por término medio, contiene cada eritrocito de esta muestra. Concentración de Hemoglobina Corpuscular Media (CHCM): Es la concentración de hemoglobina que, por término medio, presenta cada eritrocito.