Se contagiaron hace dos años y los estragos del COVID-19 no se han ido todavía. En mayo de 2020 Sarah (nombre protegido) y su familia enfermaron. Todos contrajeron el virus uno a uno hasta que, en agosto, la menor de sus hijos Paula, (nombre protegido) también cayó.

Paula tenía 9 años cuando se enfermó con COVID-19. Hoy tiene 11 y aún sigue en tratamiento de artritis. Sus doctores han atribuido sus complicaciones y secuelas al COVID prolongado.

La Organización Mundial de la Salud considera COVID prolongado o persistente a los síntomas que aparecen tres meses después del contagio y permanecen en el paciente.

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Un artículo publicado en la revista médica “The Pediatric Infectious Disease Journal” en diciembre de 2021, que revisó 14 investigaciones científicas realizadas a 19.500 niños y adolescentes que habían contraído COVID-19, determinó que entre el 2% a 10% de los pacientes tuvo COVID prolongado.

Según la publicación, existen dos consecuencias principales que podrían presentar los niños después de la infección por coronavirus: el Síndrome Inflamatorio Multisistémico Pediátrico y el ya mencionado COVID prolongado.

En este último las principales afectaciones son hacia los sistemas sensorial, neurológico, cardiorrespiratorio y la salud mental, señala el documento.

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Al respecto, el neurólogo infantil Dennis López indica que a raíz del COVID-19, “muchos de los procesos inflamatorios multisistémicos ocurren en todo nuestro organismo. Hay una cascada de factores que suceden cuando hay un proceso inflamatorio infeccioso en nuestro cuerpo y van provocando un deterioro en diferentes órganos”.

No hay estudios ni cifras en Ecuador

En Ecuador, la cifra de cuántos niños y adolescentes han sido diagnosticados con COVID-19 no es pública. Hace un mes, el Ministerio de Salud Pública (MSP) creó una plataforma para acceder a los datos de la pandemia, pero entregaba información incompleta y ya dejó de funcionar. El MSP tampoco contestó a la consulta realizada por este Diario.

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En el país no se han realizado estudios sobre el COVID prolongado en niños y la percepción de los médicos es variada. La infectóloga pediátrica Rina Silva dice que en su consulta uno de cada 25 niños presenta secuelas post COVID-19. En cambio, el pediatra Carlos Cepeda estima que por lo menos dos de cada diez de sus pacientes presentan indicios de COVID prolongado.

Silva explica que, aunque se han descrito más de 200 síntomas asociados al COVID prolongado en niños, los más comunes son fatiga, cansancio, dificultad para respirar, tos, manifestaciones digestivas, neurológicas y, como en el caso de Paula, articulares.

Sarah cuenta que un día su hija amaneció con mucho malestar. Tenía fiebre, dolor de articulaciones y ganglios inflamados en las ingles, axilas e incluso en una de sus clavículas.

Tras buscar atención en Machala, ciudad en la que residen, la situación de Paula no mejoraba y continuaba la fiebre, así que procedieron a llevarla a un hospital en Guayaquil en el que le hicieron todo tipo de exámenes excepto el de COVID-19.

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Días después la llevaron a un segundo centro médico en el que dieron con que Paula tenía coronavirus. “A partir de ese momento empezó nuestro viacrucis”, indica Sarah.

Paula estuvo internada 23 días en el hospital de los cuales 20 tuvo fiebre pasajera que iba y venía. Al darle el alta y regresar a Machala recayó, volvieron a Guayaquil y tuvieron que ingresarla seis días más. Su recuperación era lenta.

Aunque tenía altibajos, aparentemente la infección cesó, pero lo que se mantenía constante era el dolor e hinchazón en las articulaciones. Así que los médicos iniciaron un tratamiento para artritis, con el que cuenta su madre, la diferencia era enorme; su hija empezó a mejorar.

El pediatra Carlos Cepeda cuenta que por lo menos dos de cada diez de sus pacientes presentan indicios de COVID prolongado y que, al tener información limitada sobre las secuelas del COVID-19 en la población pediátrica, todavía no se sabe a ciencia cierta cuáles son los efectos puntuales y posibles consecuencias de la pandemia en los niños.

“Tratamos de asociar y tener criterios para el diagnóstico y atribuir sintomatología ya sea al COVID-19 o a otra patología para trabajar en sus respectivos diagnósticos”, comenta.

El neumólogo Fabián Romero precisa que en los pacientes pediátricos que han sido diagnosticados con COVID-19, se debe hacer un seguimiento preventivo a partir de la cuarta semana hasta seis meses después del contagio para tratar a tiempo un posible COVID prolongado.

Actualmente el especialista atiende en su consulta entre 15 a 20 pacientes por seguimiento post COVID y recomienda que, para este acompañamiento, se debe hacer una línea cronológica a partir de la infección y dar un seguimiento integral con diferentes exámenes médicos para descartar otras patologías.

“Aunque el paciente haya tenido COVID leve, necesita un chequeo con búsqueda intencionada de síntomas para dar explicación a ciertas molestias”, destaca Romero refiriéndose a búsqueda intencionada a las preguntas puntuales con base en los síntomas relacionados con el COVID persistente.

“Cuando uno pregunta de manera intencionada si ha presentado cansancio o falta de aire o tos persistente y tenemos este conecte epidemiológico de la infección pasada, tenemos alta sospecha de que estemos frente a un paciente post COVID”, detalla.

Así también, para padres o cuidadores de los niños, el especialista recomienda que sean meticulosos y den seguimiento diario a la enfermedad de los menores para identificar posibles malestares posteriores a la fase aguda del contagio.

Por ello sugiere ser precavidos y poner atención en signos como el cansancio fácil, falta de aire o sensación de ahogo y molestias corporales.

El miedo al contagio y un largo proceso emocional

Aunque hoy Paula es una niña con un gran desenvolvimiento, su madre cuenta que la situación no siempre fue así, principalmente durante el primer año de encierro. Sarah comenta que, durante esos meses, su hija sentía mucha ansiedad al no poder compartir con otros niños, pues la diferencia de edad con sus hermanos es amplia. El mayor tiene 25 y el que sigue 23 años.

Pero frente a su casa vive una prima contemporánea a Paula con la que compartían mucho tiempo juntas previo a la pandemia y, por el encierro y los malestares de Paula, no pudieron seguir haciéndolo.

Cuando Paula cumplió diez años, recuerda Sarah, le pidió como regalo de cumpleaños a su madre invitar a su prima a su festejo. Sus familiares accedieron y desde entonces las niñas empezaron a frecuentar sus visitas.

Sarah indica que esto fue una gran ayuda integral para la recuperación de su pequeña. “Su parte emocional se elevó, estaba mucho más animada y eso le ayudó a su recuperación física; ahí empecé a notarla mucho mejor”, recuerda con alegría.

Para la psicóloga infantil Valeria Veintimilla, el acompañamiento es otro factor clave para el desarrollo emocional de los niños durante esta pandemia.

Ella resalta que las actividades presenciales son primordiales a la hora de hacerle frente a esta pandemia principalmente en niños, debido a que necesitan de interacción social para desarrollar sus habilidades sociales y motrices.

“Al estar tanto tiempo en casa no tienen forma de desahogarse y verbalizar como cuando compartían con sus compañeros en la escuela y esta carga emocional se manifiesta tomando forma de ansiedad o incluso depresión”, precisa.

Para ello, el neurólogo López sugiere que es de extrema importancia identificar cuando hay un problema. “Los padres a veces no lo pueden asimilar y lo enfocan como un problema pasajero. Pero ese problema pasajero puede ser un poco más complejo con el tiempo”, rescata.

El especialista destaca que lo importante es que un niño, por más simple que sea su problema, “debe ser intervenido y guiado con un profesional de salud, ya sea su psiquiatra o psicólogo, que vamos enfocando más el problema y dando un tratamiento correspondiente”.

En cuanto al miedo a contagiarse, Veintimilla precisa que es algo que ha afectado mucho a las personas durante esta pandemia. Esto sucede con Paula a quien, según su madre, la idea de la reinfección le aterra mucho.

Es por ello que su hija es extremadamente cuidadosa, se protege mucho y es meticulosa cuando tiene que salir a algún lugar. “Cuando llegan visitas a la casa, ella siempre usa mascarilla y pone alcohol en todo; tiene mucha precaución y autocuidado”, indica su madre.

Veintimilla comenta que varios niños han desarrollado terror al respecto y, “al ser tan incierto, genera mucha ansiedad en los niños porque no saben qué va a pasar y cómo va a funcionar si contraen el virus. Muchos tienen miedo de que los papás o ellos se contagien”.

Además, señala que en el caso de niños o adolescentes que han sufrido la pérdida de un ser querido o han pasado eventos traumáticos durante su trayecto por la enfermedad, como es el caso de Paula, “se ve también una afectación fuerte en la parte emocional y psicológica”.

“Son acontecimientos que los niños y adolescentes no han terminado de procesar. Ellos van acumulando (sus emociones) y no logran tener ese espacio de contención y de desahogo, lo que les afecta mucho emocionalmente”, detalla.

Aunque en el país ya no es obligatorio usar mascarilla, Sarah cuenta que con su familia han llegado a un acuerdo que consiste en que ninguno va a dejar de usar cubrebocas fuera de casa.

“Nosotros vamos a seguir usándola hasta que veamos que la pandemia ha terminado en su totalidad”, precisa y comenta que hoy, después de haber transitado este largo y sinuoso camino, siente algo de calma, pues tiene consigo a lo más importante: su familia entera. (I)