Los años de pandemia tuvieron un efecto poco favorecedor pero necesario en los sistemas educativos en todo el mundo: han puesto en evidencia sus grandes fallas y su gran distanciamiento de la realidad, según expone el experto internacional en inteligencia emocional y social, maestro y escritor español César Bona en su libro La humanización de la educación (Plaza Janés, 2021).

Es también el nombre de la charla magistral que brindó en el Teatro Centro de Arte, en Guayaquil, el pasado 15 de septiembre, por invitación del Colegio Alemán Humboldt, que lo recibió para capacitar a los docentes, estudiantes y padres, tal como ya había hecho en 2019.

“Mucha gente puede decir que humanizar la educación es obvio, ¿acaso no somos humanos?”, comenta Bona sobre el título de su libro. “Después de lo que hemos vivido en estos dos años, y las secuelas, creo que es muy importante que lo tomemos como una oportunidad para repensar la vida y la educación, que es donde todo comienza. Es un momento para que pensemos no solo hacia dónde nos tenemos que dirigir, sino de qué punto tenemos que partir”.

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César Bona durante un taller con docentes del Colegio Alemán Humboldt, de Guayaquil, el pasado 14 de septiembre. Foto: Jorge Guzmán

En ese lugar, dice Bona, están los valores universales que han salvado a la humanidad en estos años, la solidaridad y la resiliencia. “Estos tendrían que estar en la escuela, lo que nos hace humanos: el diálogo, la convivencia, la empatía, el altruismo. Tenemos que darles mucho más peso en la educación, porque después de la crisis que hemos pasado, parece que mucha gente piensa que ya es hora de volver a lo que teníamos”.

Y esto no es posible, porque el cambio en el mundo ha provocado otras preguntas, como, por ejemplo, para qué van los niños a la escuela. “Tenemos que aprender a relacionarnos con nosotros mismos y con la gente que nos rodea; y ya no solo eso, sino también saber relacionarnos con el mundo en el que vivimos, con el planeta”, y dejar de colocarnos en el centro del universo.

Para esto, los niños y jóvenes necesitan explorar sus habilidades blandas. “Las familias y las escuelas pueden hacer que las aulas se conviertan en un espacio en que los niños puedan adquirir una educación más humana; primero, con el ejemplo, porque muchas veces les exigimos cosas que los adultos no cumplimos: que tengan respeto, que trabajen en equipo”.

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Esto es algo en que no solo las familias y los maestros pueden contribuir, expresa Bona, pues una buena manera de ver la educación es como algo en que todos los adultos trabajan juntos, incluso si no tienen niños. “Una señora una vez me dijo: ‘Te voy a confesar: a mí no me importaba la educación hasta que no tuve a mi hijo’. Le contesté: ‘Ah, entonces quiere decir que, cuando tu hijo termine la escuela, volverás a sentirte despreocupada’. Y se quedó pensando”.

La educación incumbe a todos, sostiene el español, que se describe como un “maestro de escuela” cuyo objetivo es invitar a los niños y niñas a participar en la sociedad. Después de los meses de confinamiento y cierre de las escuelas, el reabrir las aulas se convirtió en una campaña de diferentes organizaciones enfocadas en la infancia. Bona observa que esa idea no puede quedarse: abrir para que los niños entren, sino para que sus ideas salgan y transformen el lugar donde viven.

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Creatividad, emocionalidad, propósitos de aprendizaje y derechos de los niños son algunos de los temas que César Bona trató durante sus charlas. Foto: jorge guzman

“Estos muros que hay entre la escuela y la sociedad tenemos que derribarlos, porque cuando estos niños y niñas salgan (y no hablo de cinco o diez años), la sociedad los va a necesitar. Aquí estamos hablando de participación de la infancia y de la adolescencia, un derecho que ellos tienen. Es muy difícil que se sientan parte de algo si no los invitamos a serlo”.

Los muros entre la sociedad y la escuela empiezan con los objetivos de la educación, que en general se limitan a las evaluaciones y las calificaciones; el desempeño o crecimiento de un niño se mide por notas. “A lo mejor tenemos que cambiar las preguntas: ¿qué han aprendido y para qué lo van a utilizar? Porque, si no, no tiene ningún sentido”.

Bona recuerda las primeras inquietudes alrededor de la educación virtual o en casa, cuando la pregunta común era: ¿y, ahora, cómo los vamos a evaluar, cómo vamos a completar los contenidos? “Hemos llegado hasta ese punto de desconexión de lo humano con lo educativo, porque queríamos que la vida se adaptara al currículo en vez de adaptar el currículo a la vida”.

El educador invita a preguntarse para qué nos gustaría que nuestros niños vayan a la escuela. Después de las respuestas iniciales, revela, muchos empiezan a coincidir en que ese es un lugar ideal para que aprendan a relacionarse con otros. Y también a manejar un amplio rango de emociones.

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“El humano se denomina como ser racional; sin embargo, la mayoría de decisiones importantes están tomadas desde las emociones”, argumenta Bona. “Seguro que te habría gustado que te hubieran enseñado a gestionar el miedo, la ira, la frustración. Si supiéramos conocernos a nosotros mismos, también seríamos capaces de congeniar con los demás, entenderlos mejor, convivir. No se puede educar a un individuo sin tener en cuenta el entorno en el que está, y esto lo veo fundamental”.

Por tanto, la clave sigue siendo pensar para qué sirve al niño lo que está aprendiendo. “Un reto bonito es conectar lo que queremos enseñar con lo que ellos quieren aprender, con sus motivaciones, su entorno y su contexto”. Y el reto va más allá cuando el niño aprende a hacerse la misma pregunta: para qué está estudiando. “Si no encontramos respuesta, es que no sabemos hacia dónde vamos”.

Para tomar este tipo de decisiones en la educación hace falta el respeto de la adultez hacia la infancia. Quienes trabajan con los niños, por ejemplo, están en el compromiso de conocerlos mejor a ellos que al currículo, y poder apreciar sus diferentes habilidades y necesidades y su capacidad de enseñar a quien los educa. “Se subestiman mucho las posibilidades que tienen los niños; es muy importante que ellos participen”, pues, si no se sienten escuchados, queridos y útiles, harán lo que cualquier persona: buscarán afirmación en otro sitio. “Todas las decisiones en educación están tomadas desde el punto de vista ‘adultocéntrico’, que coloca a la infancia en un lugar temporal, imperfecto, hasta que se haga adulto. No podemos seguir teniendo esa visión de la infancia; es en sí misma una etapa de la vida, y tenemos que permitir que la disfruten”.

El derecho a ser escuchado

Carolina Salazar, profesora de bachillerato de Lengua y Literatura que asistió a uno de los talleres de César Bona en Guayaquil, comparte que durante esta actividad reflexionó sobre su capacidad de inspirar a los estudiantes. “No solamente estamos educando en un tema o una habilidad, sino para la vida. Creo que una de las necesidades que tienen los adolescentes es ser escuchados. Entonces, si bien enseñamos una materia que se rige a una estructura ministerial, y a la vez tenemos los currículos de nuestra institución, podemos trabajar con ellos sus emociones, estar conectados y ver más allá de la persecución de un contenido, aquello que es aplicable para la vida”. (F)