Ese timbre de voz es conocido, familiar. Lo hemos escuchado. No importa dónde. No hay por dónde perderse, aunque sí con quién confundirse. ¿Es la voz de Don Alfonso? Sí y no. Casi. A la primera, la única certeza es que se trata de algún Espinosa de los Monteros, un apellido que se ha convertido en una marca en el mundo de la comunicación en Ecuador.

Gabriel Espinosa de los Monteros (Ibarra, 1947) es el quinto de ocho hermanos y lleva casi tanto tiempo frente a los micrófonos como su hermano Alfonso, el periodista más conocido y respetado del país, el que logró el récord Guinness por ser el presentador de noticias con más años al aire, el que inspira un sinfín de memes e ironías sobre la vigencia del periodismo, la vejez y hasta la inmortalidad. Gabriel lo toma con gracia y, a la vez, con mucho respeto.

En esta entrevista habla de su padre y de Alfonso. Con 74 años cumplidos el 3 de diciembre pasado, recuerda sus inicios en la radio, siendo apenas un adolescente en Guayaquil, y se ríe al reflexionar sobre los desafíos que le ha plantado la vida en sus casi seis décadas de trayectoria: locutor, productor, cantante, despachador de zapatos, actor… Eso sí, aclara: “No soy periodista”, aunque le tienta la idea de hacer un programa de entrevistas en YouTube. Todo comenzó cuando Gabriel tenía 15 años y Alfonso, 21.

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Es decir, ¿su carrera comenzó cuando aún estaba en el colegio?

Yo tenía 15 años. Ahí es cuando empiezo a interesarme por la radio. Nosotros (los Espinosa de los Monteros) salimos de Ibarra a Guayaquil por el trabajo de mi padre. En Ibarra él había sido secretario del Consejo Provincial durante años y tenía una posición muy bien lograda. Aspiraba a la Alcaldía, la tenía muy cerca, pero por diferencias políticas se decepcionó y un día dijo “¡vámonos de aquí!”.

¿Adónde?

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A Guayaquil. Un buen amigo le había ofrecido la gerencia de una industria licorera. Pero mi padre, además, tuvo la oportunidad de dirigir una cadena de radios y en una de ellas, radio América, había programas en vivo de música. En realidad, él era un apasionado de la radio. Siempre tuvo programas de música, especialmente de boleros, pasillos y tangos. Ya llegados a Guayaquil, mi hermano Alfonso, que ya había incursionado en la radio en Ibarra, también se involucró. Producía y conducía. Yo estaba fascinado y, sin que se entere mi papá, le pedí al director de operadores, a quien llamaban el cuate Moreira, que me enseñara y aprendí a operar la consola, las grabadoras con esas cintas de carrete…

¿En qué parte de Guayaquil estaba esa radio?

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Radio América estaba en Luque y Santa Elena, a dos cuadras del parque Centenario. Viéndole locutar a Alfonso, yo soñaba con llegar a lo mismo. Un día le molesté tanto a mi padre con que me diera una oportunidad que me dijo: “bueno, vas a operar el programa”. Y así, empecé, operando su programa que duraba dos horas. Mi papá me pagaba 20 sucres. Yo era dichoso. ¡20 sucres para toda la semana!

¿En qué año fue eso?

Estoy hablando de 1963, más o menos. Yo tenía 15 años. Hasta entonces no pensaba en locutar, sino solo en operar. Al poco tiempo me vinculé, ya con horario de operador, a radio La Prensa, otra emisora dirigida por mi papá; Alfonso era director de programación y yo, operador. Yo salía del colegio a las dos de la tarde, iba a mi casa, almorzaba y salía a la radio, que estaba en el centro, en Boyacá y Nueve de Octubre.

¿Operaba en esas consolas enormes de antes?

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La famosa consola de siete u ocho perillas, a las que llamaban canales, más las grabadoras de carrete, los platos…. Había que editar. Cortaba la cinta en una plancha chiquita, pegaba y todo eso…

¿Cómo fue el paso de operador a locutor?

Le pedí a mi padre que me hiciera locutar. Me dijo “no, no, estás muy joven; primero afirma la voz. Estás todavía con gallos”.

¿Aún le salían gallos?

Un poquito, ¿no? Estaba cambiando la voz, pero a los 16 ya la había afirmado. Bueno, le convencí y me dijo que los domingos por la tarde, en el horario de operación, yo daría la hora. Entonces, yo mismo abría el micrófono y daba la hora. Ensayaba todo el tiempo. “¡Son las cinco en punto!”. Para mí eso era la gloria. Y, además, era operador de varios programas; entre ellos, uno de poemas y boleros que se llamaba El espacio del ensueño, en el que Alfonso locutaba y declamaba. Y yo dando la hora ya era muy feliz.

Al fin había llegado su turno ante el micrófono

Pasó el tiempo y, para hacer corta la historia, le pedí a mi papá que me hiciera leer los microinformativos, que duraban 3 minutos. Se leían dos noticias: una nacional y una internacional. A mí me encantaban los programas musicales, pero esto (el noticiario) era una cosa más seria. Ya tenía que trabajar más, conocer más, producir cosas que no sabía. Tanto le molesté a mi papá que me llevó a grabar. Yo grababa y grababa hasta que me vio listo y me dijo “ok, este domingo sales al aire con un microinformativo”.

¿Para entonces ya había salido del colegio?

No, no. Estaba en pleno colegio, tenía 16 años. Pero era una nueva oportunidad. En el primer micro me pegué una equivocada terrible. En vez de decir “los cosmonautas norteamericanos”, dije “los comunistas norteamericanos”. ¡Chuza! Yo no me di cuenta de los puros nervios.

¿Cuál fue el castigo?

Me sacó. Me dijo que todavía no estaba listo. “Sigue nomás operando, ya llegará tu día”. Pero yo siempre estaba atento, muy cerca de mi hermano, hasta que un día volvió a darme la oportunidad. Así empezó mi historia con la radio.

QUITO. Los hermanos Alfonso (izq.) y Gabriel Espinosa de los Monteros (der.) junto a su padre, Carlos. Imagen captada en Guayaquil, a inicios de los años sesenta. Foto: Cortesía: Gabriel Espinosa de los Monteros.

¿Cuál fue el primer momento autónomo, fuera de ese entorno familiar de radiodifusores?

Yo salía de vacaciones y siempre venía a Quito y luego a Ibarra, porque extrañaba una barbaridad a mi ciudad y a mis amigos. Entonces, Pepe Ronsenfeld, un amigo que era como mi hermano y que, además, era un discjockey muy bueno, me escribe y me dice que en Quito había una nueva radio, la radio Musical. “Tienes que venir a ver, a conocer y a oírla. Pero tienes que venir”, me decía. Años atrás, con él veíamos a Alfonso, en la CRI de Ibarra, en AM, y soñábamos con hacer radio. Un día agarré Flota Imbabura y vine donde unos primos en El Tejar (parte alta del centro histórico de Quito). Con Pepe quedamos de vernos en la Colón y Amazonas. Cogí (el bus) Colón-Camal y llegué. Subí al segundo piso y conocí la radio Musical, que era divina, diferente, tenía todo nuevo.

La más moderna de la época, supongo

La escuché y perdí la cabeza, porque lo mío, más que las noticias, era la música. Ese era mi sueño, hacer programas musicales. Me fascinó: canción-jingle-cuña, canción-jingle-cuña. Era un formato fijo. Y con jingles hechos fuera del país, que aquí no tenía nadie: “¡57, radio Musical, su canal, pum! Yo ya tenía 17 años. Pepe me presentó al famoso Guillermo Jácome, que era el director de la emisora. Le dijo: “él es Gabriel, mi amigo de toda la vida, vive en Guayaquil, ¡es un gran locutor!”

¿Un “gran locutor” que daba la hora?

jaja… ¡Exactamente! Era un gran locutor que daba la hora. ¡Y, encima, los domingos! Pero Guillermo Jácome me escuchó y me preguntó si podía operar. Le dije que sí: canal 1, canal 2, tocadiscos, grabadora, micrófono… Me pidió que presente una canción. Ahí me empecé a morir de miedo. Temblaba. Pepe me guiñaba el ojo desde un rincón. Entonces, presenté una canción de Alberto Vásquez, de México. Salió la canción y me quedé ahí, calladito, ni me movía. Guillermo me llevó al fondo, al estudio de grabación, y me dijo que tenía un lindo timbre de voz. Luego, ¿qué edad tiene?

Ni acababa el colegio

Le dije 17 años. Me hizo grabar presentaciones, menciones, cosas relacionadas con la música... Ya estaba más tranquilo y tenía la experiencia de dar la hora, jaja… Nos despedimos y pasaron dos días hasta que me llamó y me dijo: “Nos gustaría que trabaje en esta radio”. Pero yo tenía que regresar a Guayaquil. No solo al colegio, sino que me había quedado suspenso.

En supletorios

Claro. Y me quedé calladito. Me dijo tome el horario de doce del día a dos de la tarde, que solo había música instrumental. “Usted presente, despida y en los intermedios dé la hora”. ¡Y yo era experto en dar la hora! Pero ahí me tocó explicarle que debía regresar a Guayaquil. Los dueños de la emisora, muy jóvenes, me escucharon y les gustó mi trabajo. Les caí bien y me dieron el chance de hacerlo mientras fuera posible. Regresé a Guayaquil, seguí estudiando, pero apenas había alguna semana de vacaciones, me venía.

¿Y le pagaban?

Pero era poquísimo. Bueno, yo era un principiante. Después, cuando ya había terminado el colegio y me vine definitivamente a Quito, fue mejor. Pepe y yo llegamos a ser los que más ganábamos. Él, 2.600 sucres mensuales y yo, 2.100. ¡Era buenísimo!

Y no llegaban ni a los 20 años

Yo tenía 19 y Pepe 21. Teníamos un sueldazo. A mi mamá, yo le mandaba cosas, me compraba todo.

Así comenzó la carrera de Gabriel Espinosa de los Monteros en la radio, a la que ama con locura, y esta vez sin su padre ni Alfonso. “En realidad, así inició mi carrera profesional como comunicador; en esa época (fines de los años 60) no había dónde estudiar radio ni periodismo”, recuerda. Había institutos técnicos en los que se inscribió con Pepe, con el fin de irse formando. “Aunque en la locución como tal tuve la ventaja de tener a mi padre y a mi hermano. Los dos fueron unos maestros”.

Pero el llegar a Quito fue un rompimiento con ellos

¡Cómo no! Pero lo entendieron. Ya tenía 19 años. Mi mamá era la que se moría de la pena.

¿Y cómo fue su estreno en la televisión?

En la televisión, no de corrido, estuve siempre. En noticias, 34 años. A ver, en Teleamazonas, 14 años; en Ecuavisa, 14; y el resto en Canal Uno. Eso en noticias (con énfasis: no-ti-cias). Paralelamente, estudié producción. Fui alumno de Tom Shopell, que era un gran productor, un gringo, con quien me conectó Xavier Alvarado (hoy dueño de Ecuavisa). Me gané una beca para ir a México, al Instituto Televisa, donde estudié producción de radio y televisión. Luego me fui a España, para 300 millones, un programa que era muy famoso que se transmitía a toda Iberoamérica, donde en ese tiempo se decía que había 300 millones de habitantes. La conductora era Guadalupe Enríquez, una ecuatoriana de mucho prestigio allá. Fue muy lindo. Pero antes de eso, de España y de los estudios de producción, yo me casé. Me casé en el año 1971.

¿Y eso qué tiene que ver con su ingreso a la televisión?

Es un antecedente importante. Me casé y con mi esposa nos fuimos a vivir a Miami. Me fui con un contrato de radio para la famosa estación La Cubanísima, de las más prestigiosas. Todas las radios latinas estaban dirigidas por cubanos. El dueño de radio Musical me consiguió el contrato. Fui con el contrato firmado. Yo tenía 23 años y mi mujer, 18. Llegamos a Miami, pero no me dieron el trabajo.

Despachador de zapatos y locutor en Miami

Cuando Gabriel llegó a Miami, lo primero que hizo fue llevar su contrato de trabajo hasta La Cubanísima. Lo recibió el director, Emilio Emilian, con malas noticias. “No, chico, mira aquí todo está cambiado, no es posible”. Gabriel se quedó colgado y tuvo que conseguir otro empleo para sobrevivir. E ingresó como despachador en una importadora de zapatos. Su esposa, María del Pilar Vélez, había logrado trabajar como secretaria en un estudio jurídico. De pronto, un famoso locutor cubano que se llamaba Carlos Luis Brito y trabajaba en La Cubanísima llegó en busca de un abogado para que patrocinara su divorcio. “Mi esposa le atendió y se avispó, le dijo ‘le cuento que somos ecuatorianos y que mi esposo es locutor’”. Entonces, el hombre le dio una clave: “aquí hay una chica ecuatoriana que está entrando durísimo. Se llama Betty Pino”.

¿La famosa Betty Pino le ayudó en Miami?

Betty Pino, a quien yo había conocido antes aquí, por radio Musical, y a quien, curiosamente, no le había puesto mayor atención. Así es la vida. Mi esposa consiguió su número de teléfono, me conectó… Un día estábamos en una fiesta con unos amigos chilenos y ella. A mí me gusta cantar. Y Betty me dijo “¡qué lindo cantas; yo te voy a hacer famoso!”.

¿Qué cantaba?

Baladas. A lo mejor algún bolero. Pero, sobre todo, baladas.

¿Casi se hace cantante?

jaja… Casi me hago cantante. Me llevó a la oficina de una firma a la que se adherían varios sellos discográficos. El gerente era Iván Marchán, un cubano-americano. “Mira, él es Gabriel, mi amigo ecuatoriano y canta precioso”, le dijo.

Gabriel, un desconocido en Estados Unidos, y Betty Pino, que tenía buenos contactos y a quien años más tarde llamarían la Reina de la radio o La gurú del mundo del disco, subieron al piso 40. Se anunciaron y el gerente los recibió. “Saludé, pero le dije que yo no era cantante, que Betty estaba exagerando”. El ejecutivo lo escuchó y enseguida soltó su olfato. “Chico, tú qué vas a cantar, tú debes ser locutor”. Yo le dije “¡Eso, es que soy locutor, no soy cantante!”. El gerente escuchó el desplante que Gabriel recibió en La Cubanísima. Tomó el teléfono y llamó a la competencia, a La Fabulosa. “Tomasito, te tengo al mejor locutor que ha pisado Miami”. En ese instante, Betty lo llevó a la emisora. Gabriel no tenía muchas esperanzas, pues antes ya había dejado su hoja de vida en las cuatro emisoras en español que había de Miami, entre esas en La Fabulosa. “Presenté aplicaciones en todas y nadie me paró bola”.

Es decir, era el segundo intento en La Fabulosa

Fui y el gerente me dice: “a ver chico, pero té estás muy joven”. Le dije que sí, solo tenía 23 años. Me llevó al estudio de grabación e hicimos un casting, que era locución de noticias, locución regular, locución discjockey, locución comercial e improvisación. Después me llevó a su oficina y me dijo: “chico, ¿cuánto tú quieres ganar?” Le dije que no tenía idea, que era nuevo en esa plaza, pero que siempre había ganado muy bien en Ecuador. “¿Puedes hacer un noticiario al aire ahorita?”, me preguntó. Leí noticias al aire durante 15 minutos. Al salir, ese mismo rato, tenía una llamada del gerente de La Cubanísima, el que me había rechazado. No sé cómo se enteró, pero me dijo “¡chico, pero tú tienes un compromiso con nosotros, aquí tienes un contrato!”. Jajaja.

¿Y?

Le dije que yo llegué a cumplir con el contrato y que él mismo no me dio la oportunidad. Y, como así es la vida, en La Fabulosa sí me la dieron. Me quedé en La Fabulosa en un noticiario de nueve a once de la noche. Se llamaba Radio Voz. Fue genial. Allí viví casi 4 años.

¿Por qué estando bien en Miami regresó a Ecuador?

Yo no quería regresar. Estaba muy bien posicionado, llevaba más de dos años en la radio, me puse de moda, ganaba bien… Pero nació allá mi primera hija y la cosa cambió, porque mi mujer dejó de trabajar y la niña tenía que ser cuidada. Mi suegra pedía que regresemos… Pero hay un antecedente importante: en radio Musical trabajé junto a Edwin Almeida, un locutor muy conocido, un buen amigo. Y él pasó a Teleamazonas, cuando el canal estaba en la transición de HCJB a la familia Granda Centeno. Él viajó a Miami por algún asunto de equipos y me llamó. Nos vimos y me dijo que estaba saliendo un canal en Quito y que era lo máximo. Fue una coincidencia con que estábamos por volver. Me convenció y regresé. Del aeropuerto fui a mi casa, allí pasé dos días y después a Teleamazonas.

Ahí empezaron los 14 años en televisión

Esa fue una primera etapa. Ahí estuve, creo, dos años, luego pasé a Canal 8 (que luego sería Ecuavisa), donde empezaron los 14 años y después pasé a Teleamazonas… Pero cuando fui a Teleamazonas hacíamos la producción con Edwin. Hice una telenovela. Fui protagonista de la famosa La casa de de los delirios, dirigida por un español.

Es decir, usted ha sido locutor, presentador, cantante, protagonista de telenovela, daba la hora… ¿Como que de todo eso se identifica?

Yo me siento un productor de radio y televisión.

¿No es periodista?

El tema periodístico es muy interesante, aunque el periodismo nunca me interesó.

Pero en la calle la gente dice “ahí va el periodista”

Me dicen así, pero yo nunca hice periodismo. El destino me condujo a los noticiarios y al hacer imagen en las noticias tuve una función periodística. Hice la función, pero a mí no me interesaba ser periodista. Mi hermano tampoco es periodista (de formación) y se graduó de ingeniero comercial, pero ha ejercido el periodismo hasta ahora, con gran solvencia.

¿En la televisión, su trabajo era independiente del de Alfonso?

Sí, cada uno estaba en su camino. Aunque trabajamos juntos en noticias de Canal 8. En esa época surgió la idea de las transmisiones vía microondas, para enlazar las noticias. Alfonso era el presentador en Guayaquil y yo era el anchor acá del programa Mesa de Redacción. “Adelante Alfonso, adelante Gabriel; gracias Alfonso, gracias Gabriel”... jaja.

Se volvió a encontrar con Alfonso

La gente siempre nos relaciona. Somos hermanos…, el apellido… y toda la historia. Pero él siempre estuvo en el área periodística, de noticias, desde muy jovencito. Y nunca ha dejado de hacerlo. Fue director por años del noticiario, fue presidente de noticias, vicepresidente de Ecuavisa por años y años… Lo mío fue diferente, porque yo no tenía intereses periodísticos, pero sí de producción. Hacía noticias, porque ahí me pusieron por la imagen, la voz, etc., pero lo mío era otra cosa. Yo salía del noticiario y me iba a mi oficina de producción.

¿Le llegó a incomodar la fama y prestigio de Alfonso?

Jamás, jamás, jamás. Primero, porque somos hermanos y venimos de una familia maravillosamente unida. Éramos ocho hermanos. Yo soy el quinto, Alfonso es el tercero. Hace tres semanas murió un hermano nuestro, Armando, que era el mayor de los varones y en diciembre murió nuestra hermana mayor. Además de esa razón, de ser tan unidos y de querernos mucho, está el hecho de que yo soy el resultado de mi papá y de Alfonso. Entonces, de mi parte solo hay agradecimiento por la asistencia, por la guía, por todo cuanto me han dado ellos. Y Alfonso mucho más. Cuando fuimos a vivir a Guayaquil, en un espacio nuevo, surgió un acercamiento maravilloso, como hermanos, con la radio y la música. Mi papá murió hace 40 años y Alfonso siempre estuvo conmigo. Aunque no toda la vida, porque cuando era niño no me paraba ni bola.

Hermanos y colegas

Exacto. Hermanos, colegas, compañeros, confidentes.

Tiempos difíciles

Gabriel ya tiene el cabello blanco, pero en el trabajo se desenvuelve como si el tiempo no pasara. De lunes a viernes hace un programa radial en Sonorama, junto con su hija Carolina. Ambos -que llevan cerca de 20 años de colaboración y complicidad- son como el lado A y B de una misma producción. Profesionalmente, el uno no existe sin el otro. Los sábados, Gabriel se dedica a un negocio de seguros y viaja a Ibarra. No le pesa levantarse; a veces, madruga a las seis de la mañana y se sienta a escribir poemas y cuentos que algún día publicará.

QUITO. Gabriel Espinosa de los Monteros cuenta su trayectoria y proyectos una entrevista con El Universo, en una cafetería en Cumbayá. Foto Alfredo Cárdenas/EL UNIVERSO Foto: Alfredo Cárdenas

Los encuentros con Alfonso y el resto de la familia han sido sagrados desde su juventud. Tocar la guitarra, cantar y, de vez en cuando, tomarse un trago se convirtieron con los años en un ritual obligatorio. Siempre rodeados de los seres queridos, tomando distancia de la fama y el alboroto que, especialmente Alfonso, se genera cuando salen a la calle o están en un lugar público. Sin embargo, aquella rutina familiar de los Espinosa de los Monteros hoy está quebrada. En menos de un año, dos de los hermanos han fallecido y el menor, Renato, fue diagnosticado con cáncer.

Esta entrevista se desarrolla en el café Valdez, de Cumbayá, frente a la Universidad San Francisco. “Me disculpa, pero en mi casa están haciendo unos trabajos”, se excusa Gabriel. Los jóvenes universitarios que llenan las mesas de al lado lo quedan mirando y parecerían reconocer esa voz, ese timbre que está en todos lados.

¿Cómo hacen los hermanos Espinosa de los Monteros para reunirse y que la gente no les rodee para pedirles autógrafos?

El otro día nos pasó eso. Fuimos al consultorio del médico que atiende a mi hermano menor, a Renato, que está muy malito. Llegamos y la gente se dirigió a Alfonso. Que una fotito, que otra fotito… A él lo conocen mucho más que a mí. Yo no hago televisión, por lo menos, seis o siete años. Los más jóvenes ya no me reconocen; los mayorcitos, sí. Aunque el otro día, al retirar unos exámenes salieron unas chicas, sin mascarilla, para una foto… Eso pasa siempre.

¿No hay momentos en que la fama resulta un tanto molesta?

A mí, nunca me ha molestado este tema de la fama. Antes a uno le pedían autógrafos; ahora que hay esto (señala al teléfono) le toman nomás una foto. Cuando yo pasé por mi mejor momento en la televisión vivía eso. Pero nunca me ha molestado. A Alfonso tampoco, aunque él es más serio que yo.

Alfonso difundió en su cuenta de Instagram una campaña para recaudar fondos para ayudar a Renato

A Renato le diagnosticaron cáncer el pasado 16 de diciembre. La verdad es que ha sido un tiempo triste y doloroso para la familia. El 4 de diciembre, al día siguiente de mi cumpleaños, falleció nuestra hermana mayor, Mercedes. Ella, que ya estaba viejita y tenía alzhéimer, desayunó en la mañana, se acostó a descansar. Y se fue completamente en paz. En el velorio, mi hermano Alfonso le preguntó a Renato: “¿estás enfermo?, ¿te pasa algo? Estás muy delgado, muy pálido”. Renato dijo que se había hecho chequear y que estaba bien. Bueno, a la semana, el 16 de diciembre, cumplimos con la tradición de reunirnos en mi casa para la novena y el cumpleaños de mi primer nieto. Pero Renato se sintió mal y se fue. Es increíble, le había afectado terriblemente un cáncer de una violencia terrible.

¿Qué edad tiene Renato?

En enero cumplió 65 años; es el último de los hermanos. Su enfermedad es muy delicada y debía recibir una inmunoterapia. Cada sesión de dos horas costaba 11.000 dólares. Por eso lo de la campaña. La gente reaccionó muy bien y hubo ayuda.

QUITO. Los hermanos Alfonso (izq.) y Gabriel Espinosa de los Monteros (der.) en una reunión familiar poco antes de la pandemia. En la guitarra, el hermano menor, Renato. Foto tomada en la casa de Alfonso. Foto: Cortesía: Gabriel Espinosa de los Monteros.

Las reuniones familiares quedaron postergadas…

Claro, claro. Esta etapa, desde que murió mi hermana en diciembre, nos enfrió mucho. No hay mucha gana de cantar; realmente, no lo hemos hecho. Esperemos que pase un poco. Por cierto, Renato es el de la guitarra y canta lindísimo. Él siempre fue el mejor en ese aspecto.

También traigo a colación la cuenta de Instagram de Alfonso porque sorprendió a muchos que él incursione en esa red social, tan de jóvenes y tan lejana a las noticias, digamos, serias…

El tema de la tecnología, que ha ido evolucionando tan aceleradamente, nos sorprendió a todos. Y ocurre que quienes no estamos en la edad precisa para ingresar a ese mundo sí nos hemos visto afectados.

¿Le cuesta mucho?

Sí, sí. Le cuento: cuando llegó la computadora y todo eso, en el noticiario de Teleamazonas éramos compañeros con Patricia Terán. Ahí le dije “tenemos que entrar a un curso, porque no tenemos ni idea de cómo prender esta vaina”. Y nos metimos en un curso de computación para niños, para saber cómo funciona Word y esas cosas. Luego vino el celular, la laptop, el Ipad… Uno tiene que ir acoplándose.

¿Y se acopló?

Sí, he aprendido todo lo que es necesario. Cuando no puedo algo, porque todo cambia tan rápido, recurro a mis hijas y a mis nietos. Tengo cinco nietos varones. En mi programa trabaja mi hija Carolina, que es la única que estudió Comunicación, aquí en la San Francisco; las otras son administradoras. Ella me da una mano. Todo lo que es tecnología, a ella. Computación y redes, a ella.

¿Qué prefiere usted: Facebook, Instagram, Twitter o TikTok?

Tengo una idea de eso, pero no. Yo tengo cuentas (en redes sociales) del programa. Personales, no.

Alfonso sacó una en Instagram y es sensación; a la fecha tiene 406.000 seguidores.

Él lo hizo porque le convenció su hijo, Juan José, que es loco por estas cosas. Tendrá unos 39 años. Le convenció al papá de usar su imagen en redes sociales. Como él es tan popular y con los memes que le sacan, diez diarios, las risas y la vejez… Entonces, le dijo hagámoslo. El hijo le lanzó. Yo no. Lo que me están proponiendo ahora es abrir un canal en YouTube, que es tan sencillo, para hacer entrevistas.

Antes de ese proyecto en YouTube, ¿en algún momento ha pensado en jubilarse?

Sí. Ya quiero hacerlo

¿Y por qué no lo ha hecho aún?

Primero, porque necesito el trabajo, desde el punto de vista económico. Y segundo, porque la radio es mi vida, es mi pasión, y es como una terapia que no me gustaría dejar nunca. En estos meses tan duros y tristes, con la radio soy otro. Abren el micrófono y ¡¡¡pim!!! Pongo la mejor energía y actitud.

Le pregunto esto porque muchos personajes “amenazan” con jubilarse, pero les gana el oficio

jaja… Es adictivo, es cierto. A la radio no la he podido dejar. Me he separado por meses, pero siempre vuelvo. Es mi vida y me encanta la música. Llevo 50 años en radio.

Podría pasar de la radio a YouTube o, quién sabe, a los podcasts

Puede ser. Lo podría hacer, pero con mi hija al lado. Ya no me puedo separar de ella y ella tampoco de mí. Es el sostén en esta vaina tecnológica y hay que manejar tantas cosas... Todo lo hace con el teléfono.

¿O podría volver a la televisión?

A mí, la televisión no me interesa. Ya he cumplido todo lo que debía cumplir ahí. Ya pasé por “la edad de la tele”. Las cosas van cambiando y el derecho de los que vienen hay que respetar.

Al concluir la entrevista, Gabriel se despide con toda amabilidad. Colabora con unas tomas de paso. Va y viene por el corredor, junto a la caja. Los jóvenes de la cafetería lo siguen mirando atentamente. Sospechan que ese hombre es importante. Seguramente cuando escuchen su voz muchos habrán resuelto la duda (I).