Al subir por un sendero en los Pirineos me encontré con un pequeño campamento del ejército francés. En ese momento se aproximó un coronel, preguntó si soy el escritor, y venciendo su timidez casi visible, dijo que también escribió un libro. Me contó la curiosa génesis de su trabajo. Él y su mujer hacían donaciones para una leprosa, que originariamente vivía en la India, pero que luego fue trasladada a Francia. Un día, curiosos por conocerla, fueron hasta el convento donde las monjas se encargaban de cuidarla. Una hermana le pidió que ayudase en la educación espiritual del grupo de niñas que allí vivía. El militar le respondió que sabía sobre catecismo, pero que oraría y preguntaría a Dios qué debía hacer.

Esa noche, después de sus oraciones, escuchó la respuesta: “En vez de dar respuestas, procura saber qué es lo que las niñas quieren preguntar”. A partir de ahí, el militar tuvo la idea de visitar varias escuelas y pedir que los alumnos escribieran todo lo que les gustaría saber.

A continuación, algunas de las preguntas:

¿Dónde vamos después de la muerte?

¿Por qué tenemos miedo de los extranjeros?

¿Existen marcianos y extraterrestres?

¿Por qué pasan accidentes incluso a los creyentes en Dios?

¿Qué significa Dios?

¿Por qué Dios creó mosquitos y moscas?

¿El Señor también escucha a los que no creen en el mismo Dios (católico)?

¿Por qué nacemos si morimos al final?

¿Quién inventó la guerra y la felicidad?

¿Por qué existen pobres y enfermos?

¿Por qué el ángel de la guarda no está cerca cuando estamos tristes?

¿Por qué amamos a ciertas personas y detestamos a otras?

¿Si Dios está en el cielo, y mi madre, al morir, también , cómo es que Él puede estar vivo?

Ojalá algunos profesores o padres se sientan estimulados a hacer lo mismo. Así, en vez de intentar imponer nuestra comprensión adulta del universo, mejor recordemos algunas de nuestras preguntas de la infancia, que jamás fueron respondidas”.