De acuerdo a cifras del INEN, en Ecuador en los últimos diez años hubo 581.000 matrimonios y 234.800 divorcios. Esto significa que, por cada 10 personas que se casan, 4 se divorcian. La estadística es significativa.

Si, por cualquier motivo, no logramos llevar adelante el proyecto de pareja o matrimonio que se había planteado, y hay hijos, tenemos una responsabilidad con ellos y es nuestra obligación como adultos responsables usar todas las herramientas para evitar el mayor daño posible y procurar el bienestar para ellos. El menor es siempre el más indefenso.

Y esto depende sustancialmente de la relación que llevemos como padres —como exesposos— o expareja, ya que debemos permanecer como un equipo.

Hay temas básicos en los cuales hay que ponerse de acuerdo respecto de los hijos y transmitirlos con claridad. Si los padres, juntos, no se anticipan, el caos toma a los niños, lo que genera angustia y ansiedad. Estos temas pueden ser los horarios cotidianos, los fines de semana, las visitas o salidas con cada progenitor, el uso de la tecnología, las normas conjuntas, las normas distintas, la intervención de los abuelos y otros.

Es perverso que un padre o madre hable mal del otro delante del hijo”, dice Concepción Bonet de Luna, vocal de Pediatría de la Comisión de Deontología del Colegio de Médicos de Madrid, que ha publicado un decálogo sobre atención a menores con padres en proceso de divorcio conflictivo.

Y es así porque eso causa confusión en el hijo, desautorización del progenitor criticado, pérdida de fuerza para proponer normas o valores y, lo peor de todo, desprestigio de sus padres.

Cuando la pareja tiene diferencias, o resentimientos, es necesario postergarse por amor a los hijos. Los adultos deben curar sus propias heridas sin involucrar a los menores en eso.

¿Qué ocasiona en un hijo ver a sus padres discutir con violencia o agresividad? Pues se traduce en violencia con los demás y es darles un modelo perfecto de cómo maltratar y ser luego maltratados.

Mediar, apaciguar, dialogar deben ser los verbos que se utilicen. ¿Y si soy solo yo quien lo hace?, preguntan a veces algunos padres en situaciones de conflicto. Por ese solo adulto que intente la paz, aunque el otro no lo haga, se le regala al hijo el espíritu de diálogo que lo puede acompañar a lo largo de su vida en todas sus relaciones humanas.

Pero, por el contrario, si cedemos todos ante la violencia, se produce una escalada hacia más y más violencia que destroza el alma del hijo, dificultándole relacionarse bien con las demás personas de su vida.

Lo importante es tener claro que la relación de los padres incide en los hábitos de nuestros hijos, en su crecimiento en valores, en la personalidad que ellos desarrollen y en su estabilidad síquica y mental. (O)

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