¿Quién no quisiera ser socialmente fluido y manejarse con facilidad y elegancia en cualquier encuentro social? Todos conocemos por lo menos a una persona que siempre se maneja ágil y oportunamente en su interacción con los demás. También conocemos a otras cuyo manejo social les es insatisfactorio y, en vez de causarles complacencia y alegría, les produce frustración, ansiedad o depresión.

Así nos referimos a las personas que sufren de ansiedad o fobia social, una condición de salud mental que les entorpece la comunicación con los demás, disminuye la autoestima, crea conductas aislacionistas o evasivas (en vez de interactivas) y, en general, reduce la capacidad de crecimiento del individuo en casi todos los sentidos. Estadísticamente se estima que alrededor del 5 % de la población sufre de este mal, que usualmente se pone en evidencia en la temprana adolescencia y es más frecuente en las mujeres.

Entre los síntomas que sobresalen en esta condición están el temor a, por ejemplo, no poder manejarse apropiadamente en un diálogo, a que su ansiedad sea notada por los demás, a quedar en ridículo, a ser juzgado desfavorablemente, a sentirse en el centro de la atención y no saber qué hacer. Es muy posible que a estas sensaciones estresantes se agreguen reacciones físicas o fisiológicas (o temor a sentirlas), como sudoración, gastritis, colitis, sonrojarse, voz temblorosa. El peor escenario para el fóbico social es tener que hablar en público.

Este desorden puede tener varios orígenes, que pueden ir desde la genética (parientes cercanos con la misma tendencia), pasando por eventos traumáticos en la niñez (padres abusivos o muy autoritarios, o demasiado protectores), bullying, abuso sexual, hasta uso de drogas o vergüenza por sus rasgos físicos en la adolescencia. Hay que anotar que muchos de estos factores tienen una cercana conexión con la baja valorización de su yo, que los hace sentir como que no merecen ser socialmente apreciados. Anticipan el fracaso y, por eso, lo intentan a medias o mal.

El resultado temido ocurre, y con esto se refuerza la convicción de que no nacieron para hacer o mantener amistades activamente. Es un trastorno que puede ser tratado en psicoterapia, preferiblemente con la ayuda inicial de antidepresivos, dependiendo de la seriedad del caso. (O)