En esta época en que la novela parecería reinar, el guayaquileño Jorge Vargas Chavarría escribe cuentos, género con larga tradición en el país. Una boca sin dientes, de reciente circulación, es su tercer libro de este género. Nacido en 1992, Jorge está haciendo camino. En 2018 leí su libro Las cosas que no decimos. Recuerdo que en ese volumen narra historias que rozan lo fantástico con una naturalidad que descoloca. Tienen no solo un final inesperado, sino una trama en la que el lector no puede ir confiado, pues siempre un elemento quiebra las certezas. Y esto de quebrar certezas está presente, asimismo, en Una boca sin dientes. De igual modo, el tono fantástico de varias de las historias.

En Una boca sin dientes entrega doce cuentos. El libro está estructurado en cuatro partes. En la primera, Lugar de origen, las tramas suceden dentro de las familias, en casa. Y decir familia y casa es decir abrigo, amor, seguridad. O al menos eso creemos. Pero en ese entorno pueden suceder también situaciones aberrantes, como abusos sexuales infligidos por las personas de mayor confianza o aparentemente más inofensivas, como un amoroso abuelo, por ejemplo. Esa es la temática del cuento Una boca sin dientes, historia con que se inicia el libro y que da título al volumen.

En Lejos de casa, los escenarios de las narraciones son un departamento rentado, un hotel y la casa de los futuros suegros, espacios a los que los protagonistas llegan. Aquí, entre otros cuentos, consta Banquete, relato que sorprende.

En La volatilidad de los disfraces, los personajes de los cuentos se presentan como algo distinto a lo que realmente son. Hay encubrimientos. Autodescubrimientos. O renuncias. Y en las historias de Se vestirá con ceniza el alba se expone la incertidumbre por el presente, por el futuro y los modos de encararla.

En los cuentos de este libro fluye la vida actual con sus dilemas. La adultez, la dificultad de encontrar un lugar en el cual sentirse pleno. Una sociedad violenta y existencias acompañadas por los medios de comunicación y las redes sociales, que transforman en espectáculo el dolor y la muerte. Vale la pena leer a Jorge Vargas.