Una vez, el padre de una familia acaudalada llevó a su hijo a un viaje por el campo con el firme propósito de que viera cuán pobres eran las personas del campo. Estuvieron por espacio de un dí­a y una noche completa en una granja de una familia campesina muy humilde.

Al concluir el paseo y de regreso a casa, el padre le dijo a su hijo:

“¿Qué te pareció el viaje?”, preguntó el padre.

“Fue fantástico, papá!”, dijo el muchacho.

“¿Viste qué tan pobre puede ser la gente?”, interrogó el progenitor.

“¡Oh, sí­!”. “Y… ¿qué aprendiste?”, repreguntó el padre.

El chico contestó:

“Vi que nosotros tenemos un perro en casa, ellos tienen cuatro”.

“Nosotros tenemos una piscina con agua estancada que llega a la mitad del jardí­n... y ellos tienen un rí­o sin fin, de agua cristalina, donde hay pececitos y otras bellezas”.

“Que nosotros importamos lámparas del Oriente para alumbrar nuestro jardí­n... mientras que ellos se alumbran con la luna y las estrellas”.

“Que nuestro patio llega hasta la pared de la casa del vecino, ellos tienen todo un horizonte de patio”.

“Tenemos un pequeño pedazo de tierra para vivir y ellos tienen campos que van más allá de nuestra vista”.

“Que nosotros compramos nuestra comida... Ellos siembran y cosechan la suya propia”.

“Nosotros cocinamos en estufa eléctrica... Ellos, todo lo que comen tiene ese glorioso sabor del fogón de leña”.

“Para protegernos nosotros vivimos rodeados por un muro, con alarmas... Ellos viven con sus puertas abiertas, protegidos por la amistad de sus vecinos”.

”Nosotros vivimos conectados al celular, a la computadora, al televisor... Ellos, en cambio, están ‘conectados’ a la vida, al cielo, al sol, al agua, al verde del valle, a los animales, a sus siembras, a su familia“.

”Especialmente, papá, vi que ellos tienen tiempo para conversar y convivir en familia. Tú y mamá tienen que trabajar todo el tiempo y casi nunca los veo y rara es la vez que conversan conmigo”.

El padre se quedó mudo… y su hijo agregó:

“¡Gracias, papá, por enseñarme lo pobres que somos!