“¿Cómo sería el no saber leer? ¿Cómo se puede soportar una vida así, sabiendo que entre nosotros y el universo se abre una brecha insalvable, sin ahogarse, sin empobrecerse? ¿Cómo soporta uno que lo único que puede llegar a conocer sea lo que llega por causalidad a sus ojos, a sus oídos? ¿Cómo se puede respirar sin el aire universal que brota de los libros?”.

Estas eran las preguntas que se hizo Stefan Zweig en su camarote luego de descubrir que Giovanni, un simpático, inteligente y atractivo joven italiano que trabajaba como camarero en la nave que lo transportaba por el Mediterráneo, y con el cual había desarrollado una amistad durante la travesía, no sabía leer. El joven Giovanni le había pedido al escritor austriaco que le lea una carta que había recibido durante la parada del barco en Nápoles. Aturdido al principio, luego Zweig comprendió que su amigo no sabía leer.

En la carta, dice Zweig, le contaba su autora a Giovanni lo que las jóvenes generalmente les escriben a los jóvenes en todo el mundo y en todas las lenguas. Dice el autor austriaco recordando este evento: “traté de imaginar mi propia vida sin libros. Probé a sacar de mi círculo vital, aunque sea por un momento, todo lo que había recibido de la tradición escrita, de los libros”. Se imagina todo ese mundo que un joven inteligente como Giovanni se ha visto privado, la cantidad de mundos imaginarios contenido en los libros y de los que ha sido excluido. (Una situación no muy diferente a la que sucede hoy con la multitud de personas que sabiendo leer, en realidad no leen sino desperdicios).

Esta anécdota la trae el primero de muchos ensayos que fueron editados primero en alemán (Begegnungen mit Büchern) por Knut Beck, quien escribe encantador epílogo, y luego en español por la editorial Acantilado de Madrid bajo el nombre de Encuentros con libros (traducción de Roberto Bravo de la Varga). Si bien la mayor parte de los comentarios se refieren a escritores de lengua alemana, incluyendo a Thomas Mann, Kleist, Joseph Roth (cercano amigo de Zweig), Freud, Stifter, y especialmente a Goethe, hay también ensayos sobre Stendhal, Balzac, Flaubert, Claudel, Whitman, y uno sobre Joyce que me pareció interesante. Pero no solamente se ocupa Zweig de escalar estas cumbres de las letras universales, sino que también dedica su atención a algunos cuentos infantiles y el diario de una adolescente prematuramente desaparecida.

“Desde que existe el libro, dice este lector empedernido, nadie está ya completamente solo, sin otra perspectiva que la que le ofrece su propio punto de vista, pues tiene a su alcance el presente y el pasado, el pensar y sentir de toda la humanidad”.