Hace años, cuando comenzaba el ejercicio de mi profesión periodística, conocí al sociólogo Juan Hadatty Saltos. De ascendencia libanesa, nacido en Bahía de Caráquez, vivía en Guayaquil, donde desarrollaba una extensa labor cultural. Alto, siempre con  sandalias y guayabera, visitaba a menudo la redacción de El Telégrafo, donde yo laboraba. Era el crítico de arte del periódico y llegaba a entregar sus colaboraciones, escritas a máquina, que allí se digitaban  y publicaban. Era todavía una época sin correos electrónicos ni redes sociales.

Aquella visita daba pie a que conversáramos.  Digo conversar por expresarlo de algún modo.  Él hablaba. Yo escuchaba o apenas emitía monosílabos. Se refería a temas de arte, cine y literatura. Del Grupo Alere Flammam, de Hans Michaelson, de Roura Oxandaberro, de Rendón Seminario, de Bertolt Brecht, aprendí gracias a su palabra generosa, a la par que llena de rigor.  “Niña, lo que no sabe, pregunte. Es mejor pasar por ignorante ante una persona que ante miles de lectores”, solía decirme. Y esa frase, entre tantas otras que pronunciaba, contenía una real enseñanza. Animaba al conocimiento. Así surgió la amistad. Al frente del diario estaba ubicada su Galería del Puerto.

Era frecuente verlo en exposiciones y actos culturales. Participaba como conferenciante o como jurado. Cultivaba amistad con los artistas. Muchos contaban que, junto con su esposa, había fundado y dirigido el Café-Galería 78, que se constituyó, durante el lapso que existió, en el epicentro de la cultura y el arte en la ciudad. Un lugar que no alcancé a conocer.

Los recuerdos  me vienen a la mente, porque en el MAAC se inauguró la exposición Juan Hadatty: Su legado, integrada por un conjunto de obras de arte ecuatoriano del siglo XX que el crítico y coleccionista manabita, fallecido en 2013, decidió donar a su ciudad natal, Bahía de Caráquez. Una voluntad que expresó en vida y que sus herederos han cumplido.  Y antes de que las piezas viajen a su destino final, se exhiben en Guayaquil como un homenaje a su memoria. La exhibición es un indicio del amor que este estudioso sentía por aquel balneario de geografía privilegiada, que siempre mantuvo en el corazón. Y es, a la vez, una sostenida muestra  de la diversidad y del valor del arte de factura ecuatoriana.

Juan  hablaba de la Escuela de Guayaquil, concepto que él originó como producto de una investigación que ha dejado escrita y que se publicará como libro en Ecuador con el cuidado de una de sus hijas, Yanna Hadatty Mora, escritora y académica radicada en México. Es el legado de un hombre que indagó sobre el arte y la cultura e hizo crítica en un medio donde la crítica es escasa todavía. Su permanente aporte cultural lo convirtió en un personaje señero de Guayaquil y el país. Fui afortunada de conocerlo y nutrirme de su palabra.