¿Dónde están las playas de arena blanca? ¿Las que se promocionan en propagandas varias, las idílicas y perfectas? ¿Existen en las Galápagos? ¿Largas, nítidas, de granos cristalinos?

Pues no, no es precisamente eso lo que prima en las islas. Son contadas, y sí son muy bellas. Como el estereotipo caribeño, tal vez playa Gardner, en la isla Española, o Tortuga Bay en Santa Cruz, y cómo olvidar Puerto Villamil, en Isabela, con olas largas reventando en límpidas arenas color espuma, con manglares y flujos de lava en sus linderos.

Pero me pregunto, por qué nos dejamos influenciar por ideas preconcebidas, que nuestros gustos también se “globalicen”, sin permitirnos apreciar que, en cada geografía, con morfología y texturas únicas, existen maravillas para embelesarnos.

Yo prefiero mil veces un balneario con rocas llenas de vida marina, que una aburrida, interminable playa de arena uniforme. Que haya colores, muchos, mangles de raíces rojas, basaltos negro azabache, verdes montes salados, y en el agua, damiselas de labios naranja, peces ángeles con bandas blancas de cuerpos azulados, de vez en cuando una alegre tintorera o rayas doradas, o tiburones de aleta negra. Y sobre todo, cero basura, ni una funda plástica, ni una colilla de cigarrillo, ningún vestigio de visitación humana irrespetuosa, sin sensibilidad ni buenas costumbres.

Eso vale para mí mucho más que cien litorales de cuarzo transparente, que en nuestra costa continental existen, y ciertamente admirables, pero inundados de basura. Por todos lados, botellas de cerveza, envolturas de “tangos”, que ni a los niños se les enseña desde pequeños a respetar y cuidar lo que debería ser tesoro nacional.

En las noches, las playas se convierten en discotecas, que está bien divertirse, sin embargo, el estruendo espanta e igualmente contamina; y luego de la fiesta quedan todavía más pilas de desperdicios indescriptibles.

Muy romántico hacer fogatas, cantar a todo pulmón junto a algún amigo guitarrista con talento. Sin embargo, hay que percatarse de si estamos en sitio de anidación de tortugas, que no solamente Galápagos es rico en vida silvestre, y cuidar que las rastreras no se quemen, pues evitan la erosión y justamente se encargan de la construcción misma de las playas.

Me encanta mi país, y amo Canoa, antes tan aislada y fresca, hoy cubierta de carpas coloridas y con kioscos ruidosos. Punta Carnero, mi sitio encantado desde que era niña, y ya quedándose sin arena porque o se la llevan, o cortan sus ipomeas para hacer canchas de vóley o pistas de temporada que duran apenas meses, cuando su impacto se siente por lustros. Salango, que podría ser grandiosa, tiene una fábrica de harina de pescado en sus orillas que por décadas ha emanado gases con ácido sulfhídrico y trimetilamina. No es agradable, ni estéticamente ni para el olfato, que la pestilencia cubra millas cuadradas a la redonda.

Sí, si me preguntan, Galápagos tiene litorales hermosos. Unos de arena roja, otros de arena blanca, o inclusive verde y negra, pero sobre todo son playas limpias. Inimaginable encontrarse con una colilla de cigarrillo, ni escarbando profundo. ¿Por qué no pueden ser así todos los balnearios de nuestro país?