La pandemia ha proyectado una luz muy cruda en las vulnerabilidades e inequidades sociales. Lo que estaba mal, pero se sostenía apenas, terminó de desequilibrarse. Uno de esos puntos frágiles es la educación. Más de 1.500 millones de estudiantes han visto peligrar sus estudios debido al cierre de las escuelas.

Esa es la estimación de la Comisión Internacional para los Futuros de la Educación, creada en 2019 por la Unesco. Sus proyecciones vienen acompañadas por nueve ideas para ayudarnos a navegar durante la crisis por la pandemia y su desenlace para las sociedades, las economías y los sistemas educativos.

"Es evidente que no podemos volver al mundo como era antes", sentenció la presidenta de la República Democrática de Etiopía, Sahle-Work Zewde, quien también es directora de la Comisión. Es urgente internalizar el concepto de solidaridad global, y que el mundo apoye a los países en desarrollo con inversión en infraestructuras académicas dignas del siglo XXI, enfatizó, y esto pasa por la cancelación, reestructuración y nuevo financiamiento de la deuda de estas naciones.

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Sahle-Work Zewde, presidenta de Etiopía, en el congreso Hacer en África, Vender en África, diciembre de 2019.

"Por ejemplo, en África subsahariana, solo el 11 % de los educandos tiene una computadora en casa y solo el 18 % tiene internet", en comparación con la media global, que es 50 % y 57 %, respectivamente. Las ideas de la Comisión, por tanto, apuntan a acciones completas que deben tomarse ahora para asegurar la educación de los próximos años.

  • Comprometerse a fortalecer la educación como un bien común y una muralla contra las inequidades. "Así como en salud, estamos a salvo cuando todo el mundo está a salvo, en educación florecemos cuando todos florecen".
  • Expandir la definición del derecho a la educación, para que incluya la importancia de la conectividad y acceso al conocimiento y la información. Esto amerita una discusión pública que incluya a los aprendices de todas las edades, para saber en qué direcciones debe producirse esa expansión.
  • Valorar la profesión docente y la colaboración entre educadores. Los profesores han respondido asombrosamente bien, asegura la Comisión, especialmente en aquellos sistemas que involucran a las familias y a las comunidades. Los maestros necesitan más autonomía y flexibilidad para la colaboración.
  • Promover la participación de los estudiantes, niños y jóvenes. A esto se le llama justicia intergeneracional. No se puede transformar el modelo sin contemplar a sus actores.
  • Proteger los espacios sociales que proveen las escuelas. El espacio físico, dice la Comisión, es indispensable. El aula tradicional, es cierto, ha cedido protagonismo a otras variadas maneras de hacer escuela, pero los espacios escolares deben permanecer específicos a su causa y diferentes a otros. Tienen que preservarse.
  • Crear tecnologías de uso libre y abierto para profesores y estudiantes. Los recursos y herramientas de libre acceso harán prosperar a las comunidades educativas. El material prefabricado y las plataformas digitales controladas por compañías privadas no pueden imperar.
  • Asegurar la alfabetización científica a través del currículo. Este es el momento para reflexionar en los programas educativos, pues se vive una lucha contra la desinformación y la negación de la evidencia científica.
  • Proteger la financiación internacional y local de la educación pública. Las naciones y organizaciones deben movilizarse para proteger la existencia de una escolaridad gratuita y universal.
  • Un movimiento global y solidario contra la desigualdad. La Comisión convoca a nuevos compromisos de cooperación internacional, una visión de la humanidad que tenemos en común como valor central.

"Estas ideas invitan al debate", declara la presidenta Zewde, "al involucramiento y a la acción de los Gobiernos y de las organizaciones internacionales, la sociedad civil, los profesionales de la educación, los estudiantes y todas las partes interesadas".