Rebeca Pardo, Universitat Internacional de Catalunya y Jose Maria Serra-Renom, Universitat Internacional de Catalunya

“Seducimos valiéndonos de mentiras y pretendemos ser amados por nosotros mismos”, dicen que dijo el poeta Paul Géraldy. Estas palabras podrían haber sido pronunciadas hoy en referencia a los selfis, imágenes cuajadas de pequeñas y grandes mentiras visuales. Estas pueden llevar a un alto nivel de frustración y de baja autoestima cuando se intentan equiparar los “me gusta” y seguidores de las redes con los del entorno presencial.

El autorretrato y la construcción de la identidad

La imagen corporal, la autopercepción que tenemos de nuestro cuerpo, es una representación mental influida por factores externos e internos que varían. Hay diversas experiencias, incluida la interacción personal, que influyen en este proceso en constante desarrollo.

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La imagen de una persona es percibida y decodificada en el contexto social. Este proceso es especialmente complejo en un tiempo tan hiperconectado y visual, en el que el ideal de belleza está cada vez más vinculado a la Inteligencia Artificial o a la Realidad Aumentada y menos a la realidad humana, despertando numerosas insatisfacciones.

Las fotografías y las redes sociales

Tenemos una relación complicada con nuestra imagen y, por tanto, también con nuestras fotografías. Los procesos de imitación e identificación, que forman parte de la adaptación de nuestra imagen al contexto, se adecuan al entorno de las redes sociales y la inmediatez de las comunicaciones.

En este contexto, el selfi (o el autorretrato) puede convertirse en una importante herramienta a través de la fotografía familiar o de prácticas performánticas que incluso podrían considerarse como turismo identitario.

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También puede ser una vía de escape en situaciones en las que es necesario distanciarse de la realidad por medio de la autoficción. Durante el confinamiento de la COVID-19, por ejemplo, el actor Octavi Pujades se transformó fotográficamente en Hulk, Spiderman…

Filtros y retoques

Nos hemos acostumbrado a vivir en las redes sociales a través de nuestros selfis, a usar filtros y mucha edición en ellos, y hay investigaciones sobre sus efectos positivos (como la conexión) pero también negativos (como la excesiva preocupación por la propia apariencia o la baja autoestima).

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Lo peligroso no son las herramientas fotográficas, o las imágenes, sino el uso que se hace de ellas. Los filtros neuronales de Photoshop son muy interesantes, pero cuando se dejan en manos de la Inteligencia Artificial pueden estar afectando peligrosamente a la percepción de lo que es “normal”, algo que se ha denunciado en aplicaciones como Snapchat por filtros tan cuestionables como uno bautizado Bob Marley o los que blanquean la piel.

Cirugía estética y modificación corporal

Los cánones de belleza varían y cambian porque están vinculados a un tiempo, a un contexto social e histórico. A lo largo de la historia se han dado diferentes formas de provocar alteraciones corporales para alcanzar parámetros estéticos que han afectado seriamente la salud de muchas personas: desde los conocidísimos corsés, a los pies vendados de las mujeres chinas o los famosos aros en el cuello de las mujeres Padaung.

Tampoco es nuevo que, mientras muchas personas sienten miedo a las intervenciones quirúrgicas, haya otras “adictas” a ellas. Las motivaciones son variadas. Desde lo que en psicología se ha denominado como Síndrome de Dorian Gray por la obsesión con la eterna juventud, hasta el deseo de parecerse a muñecos o a personajes famosos.

Por ejemplo, Henry Rodríguez, un tatuador que se ha realizado (según sus propias palabras) alrededor de 15 “modificaciones extremas”, que él atribuye a un “modificador” y no a un cirujano, para parecerse a Red Skull, un supervillano de Marvel.

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Cuando la cirugía plástica no es medicina

En este contexto es importante aclarar que no todas las intervenciones están realizadas por cirujanos cualificados y que no toda intervención es cirugía plástica o estética.

Cuando el uso de técnicas de cirugía estética no está indicado, ni se da en un entorno seguro, pero se emplea igualmente por causas económicas, no puede hablarse de medicina. De hecho, un buen cirujano ha de saber decir no.

Cuando este tipo de prácticas son cuestionables, o incluso directamente censurables, ponen en peligro la vida de los pacientes e incluso la salud mental de los mismos porque una intervención equivocada o mal hecha conlleva graves consecuencias psicológicas.

Fragmento de programación de Telemadrid sobre los desastres de la cirugía estética.

Filtros permanentes

Seguramente lo novedoso es que el modelo a seguir en una operación sea la imagen idealizada de uno mismo, con casos como el de la cantante Anitta, que afirma haber diseñado su cara con Photoshop. En una encuesta anual, los cirujanos plásticos reportaron que el 55% de sus pacientes en 2017 decían que su mayor razón para operarse era mejorar su apariencia en los selfis (tres años antes eran el 42%) solicitando ojos mayores y narices más delgadas incluso que en los filtros fotográficos.

Fragmento del programa El Hormiguero 3.0 de Antena 3 Television.

Dismorfia de Snapchat

Los expertos ya hablan de la dismorfia de Snapchat (en inglés Snapchat selfie dysmorphia). Esta es identificada entorno a 2015 y está ligada al trastorno dismórfico corporal-TDC que la American Psychiatric Association (APA) clasifica dentro del espectro obsesivo compulsivo.

Este es un trastorno que afecta a millones de personas que buscan la perfección de un modo no saludable, centrándose en cómo ocultar sus supuestos “defectos”.

Sumemos esto a colectivos que se identifican, e incluso socializan, con sus selfis obtenidos con aplicaciones como Snapchat, cuyos filtros generan rasgos físicos incompatibles con la salud y nos encontramos con casos extremos, como cirujanos que han de aclarar a sus pacientes que no podrían respirar con la nariz que les piden o que no podrían caminar con esas piernas.

En el horizonte los investigadores ven banderas rojas: hay pacientes que, más que cirugía estética, necesitan asesoramiento o terapia.

La finalidad de la cirugía plástica-estética no es únicamente embellecer, sino proporcionar una autoimagen más adecuada y positiva, ofreciendo mayor calidad de vida. El problema físico, real o imaginario, puede ser causa de profundas sensaciones de marginación, angustia, vergüenza o baja autoestima. Muchos consideran que eliminándolo cambiará su situación.

En este contexto, se ha de remarcar la importancia de acudir a cirujanos plásticos y estéticos cualificados para los que la prioridad sea la salud del paciente: un paciente con el que se habla y al que se comprende en su totalidad.

Finalmente, son necesarias y urgentes las consideraciones sobre bioética y obligaciones profesionales en temas estéticos. Especialmente en una época en la que los selfis, cuajados de filtros poco realistas con nuestra naturaleza, parecen estar marcando tendencias poco saludables en la cirugía estética.

Rebeca Pardo, Profesora de fotografía y Vicedecana de Investigación, Universitat Internacional de Catalunya y Jose Maria Serra-Renom, catedralici de cirugía plástica, reparadora y estética, Universitat Internacional de Catalunya

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.