Mirar un resumen de sus obras no le hace justicia a la vasta producción artística que estos guayaquileños (algunos guayaquileños de corazón) han ofrecido a su ciudad y al mundo entero. Pero quizás baste para despertar la curiosidad de un público que este mes celebra a su ciudad desde sus diversas tradiciones, ¿y por qué no sumar también la celebración y la apreciación de este patrimonio cultural que constituyen hoy sus obras?

Desde sus contextos, intereses e influencias muy personales ofrecen hoy lo que permanece como una muestra de lo que sintieron, experimentaron, vieron o pensaron este grupo de personajes que comunican sus visiones de su tiempo y de su entorno a través del arte plástico. La esencia de qué los afectó, impactó y cautivó persiste en su creación.

En esta edición, La Revista rescató desde su archivo la obra de varias de estas figuras, entre ellas, Araceli Gilbert, Manuel Rendón Seminario, Roura Oxandaberro, Félix Aráuz, Enrique Tábara, Jorge Velarde, Roberto Noboa y Eduardo Solá Franco. El trabajo de algunos puede analizarse hoy desde esa mirada reflexiva que ofrece el paso del tiempo, mientras que otros, como el caso de Noboa, puede seguirse de cerca en exposiciones como la que ofreció el año pasado en la sede Quito del Centro Ecuatoriano Norteamericano.

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Otros abordajes de la pintura

La gestora cultural Pilar Estrada destaca también el ingenio y sensibilidad contemporánea:

En la última década muchos artistas jóvenes en Guayaquil han revivido el interés por experimentar con la pintura. Las prácticas contemporáneas –que tienen sus inicios en el país en los años 80– marcaron nuevas formas de hacer arte, abriendo las posibilidades de creación a las instalaciones, los objetos, la performance, el videoarte entre otros, ampliando su visibilidad y en algunos momentos incluso eclipsando a la pintura.

Pero la estela de creadores locales como Jorge Velarde, Xavier Patiño, Marcos Restrepo y Marco Alvarado, que fueron parte de la Artefactoría, colectivo contemporáneo pionero en la ciudad, así como Roberto Noboa, todos con diferentes posturas y estilos, ha estimulado a artistas de otras generaciones a volver a poner la pintura en primer lugar. Los cinco artistas fueron profesores del ITAE y los cuatro primeros continúan siéndolo en la UArtes. Su impronta puede verse en artistas como Juan Caguana y Juan Carlos Fernández (El Mago) que ahora son profesores en la misma institución. Ambos se decantan por la figuración sin dejar de experimentar con materiales que desbordan la tradición como objetos externos, plastilina o montajes experimentales.

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Como ellos, surge un ramillete de artistas que trabajan la pintura desde diferentes frentes. Uno de los más destacados es Dennys Navas, quien se dio a conocer a nivel nacional con obras de gran formato a través del Premio Mariano Aguilera. Con una evidente destreza construye mundos que evidencian la fragilidad del ecosistema y el papel que juega el hombre en este escenario.

De una generación anterior, Fernando Falconí retrata el paisaje y la naturaleza científica con una orientación crítica al extractivismo y las relaciones de producción. De esta misma generación es Stéfano Rubira, que apela a la memoria construida a partir de citas históricas y poéticas. Leo Moyano oscila entre imágenes históricas y de espacios en ruinas, con una intrusión de un campo de color (normalmente amarillo) que tensiona la imagen que edifica.

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Maureen Gubia concentra sus obras en personajes desconfigurados, algunas veces casi fantasmagóricos, en narraciones oscuras y sospechosas. Por su parte, Raymundo Valdez utiliza la ponderación de la materia pictórica como principal elemento de sus zumos y figuras.

Diana Gardeneira, ganadora del último Salón de Julio, trabaja la pintura desde la denuncia de género. Un importante referente para estos temas es Pamela Hurtado, que trabaja una propuesta con una fuerte carga autorreferencial. Más apegado a una línea íntima y de redescubrimiento metafísico está la pintura de Leandro Pesantes. Jorge Morocho y Xavier Coronel comparten el estudio donde pintan y una profunda admiración por el cine, que se refleja en las líneas estéticas de sus obras.

Los fundadores de Espacio Violenta, convertidos también en gestores a través de su espacio –por ahora virtual– colaboran con varios de estos artistas y con la generación más joven, muchos aún estudiantes de arte, mientras cada uno mantiene su propia producción. David Orbea utiliza la abstracción geométrica en diálogo con objetos del entorno inmediato, Tyrone Luna hace referencia a la iconografía política y a la ciudad en coqueteos con el pop, y, en su última etapa, Juan Carlos Vargas está explorando el llamado bad painting con más fuerza. Estos son solo algunos de los artistas que están explorando y permeando una escena de la pintura en el Guayaquil pandémico del 2020.