Nuestro cerebro necesita ejercicio, y lo consigue recibiendo y procesando información. El humor es una de nuestras fuentes de información favoritas, pues entender el chiste activa los centros de recompensa del cerebro, reduce los niveles de cortisol (hormona de estrés) y deja espacio para mejorar el aprendizaje y la retención de información. 

Y si captar el chiste es buen ejercicio, inventar uno, hacer girar los engranajes hasta enlazar dos elementos disímiles (¿En qué se parece un boxeador a un telescopio?) en un remate humorístico (¡En que con los dos verás estrellas!) es para el cerebro un festival de satisfacción. De aquí que al humor que generamos y percibimos se le atribuya poder terapéutico.  

Un medidor de equilibrio

El sentido del humor es una disposición afectiva fundamental, como lo describe la psicóloga clínica Paquita Brito Clavijo. Es una construcción social, aprendida, ligada a muchos factores de vida, y por eso diferente en cada cultura; a veces puede existir un sentido del humor propio de una familia o un grupo, dependiendo de su historia y sus experiencias (los chistes internos). 

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“Para mí, (el humor) indica un estado de salud mental altamente equilibrado”, afirma Brito. “Vivir y tomar los acontecimientos con una mirada que aprende a reírse de la situación en vez de renegar. Es el acto de tomar la vida con un aspecto positivo. Sofisticación emocional que no todos poseen". 

¿Es posible reírse también de lo malo? Sí, por supuesto, siempre y cuando el chiste actúe positivamente, buscando una solución. Aprender a reír de nuestros miedos, crisis y fracasos puede aminorar la ansiedad y dejar al cerebro, como se mencionó, en condiciones de entender y aprender de la experiencia. 

"¡No se muevan, por favor!".

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Humor fino contra la desesperanza

El creador de las situaciones más hilarantes, del humor fino (que da al chiste un remate impredecible), es una persona con una inteligencia emocional importante. “Quien tiene este humor tiene capacidad de transformar lo oído, lo visto y lo percibido en un estado de placer”, expresa la psicóloga, “y ayuda al interlocutor a descargar mediante la risa y minimizar la situación, aunque sea grave”. 

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El cómico estadounidense Bob Hope tuvo durante casi 50 años su más fiel audiencia entre las tropas estacionadas en bases militares dentro y fuera de su país. Llevó hasta allá su espectáculo de variedades en el que, descubrió, los chistes favoritos eran los que se burlaban de los altos mandos. Durante sus giras, puso énfasis en visitar los hospitales. “Un soldado está en el umbral entre la civilización y el salvajismo de la guerra”, explicó. “Los heridos no quieren pena, quieren ánimo”. Así que entraba saludando con ligereza: “Tranquilos, muchachos, no se pongan de pie”. 

El sentido del humor fino, concuerda Brito, lleva a la comprensión de las diferencias de la vida, y muestra con este rasgo la capacidad de ayudar a otros. “Es espontáneo y ayuda a aflojar al hombre y, en general, a vivir mejor, a equilibrar las emociones”. No es raro, entonces, que paguemos para oír a un humorista; dependiendo de su habilidad, podría ayudarnos a reflexionar sobre nuestra vida. 

“Quien tiene sentido del humor tiene capacidad de transformar lo oído, lo visto y lo percibido en un estado de placer”.

Aprender a sonreír

Estar de buen humor y sonreír con frecuencia puede resultar muy difícil, dependiendo de las circunstancias de cada persona. Raquel Rodríguez, fundadora de Narices Rojas Ecuador, está convencida de que es un hábito que puede cultivarse y que es posible incrementar la alegría que una persona experimenta día a día.

Desde 2012, Raquel es maestra certificada del método Laughter Wellness (LW). “El método integra técnicas universales donde el objetivo es enfocarse en nuestras fuerzas y abrazar nuestras debilidades. Técnicas simples y muy potentes para desarrollar una actitud positiva permanente, no fugaz, que te ayudan a sanar la mente, cuerpo y espíritu. Es como una refrescante limpieza mental y emocional, de rápida acción, que luego de experimentarla se logra sentir un cambio completo en la actitud y la perspectiva, más conectado contigo mismo y con los demás”. Este aprendizaje, dice, le permitió comenzar a experimentar a plenitud su propia vida. 

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Sin embargo, advierte que la efectividad del método implica una búsqueda muy personal y que no existe un ritual que funcione  para todas las personas. “En mis talleres siempre digo que hagan su propia receta, su encuentro con sus gustos, pasiones y amores, porque al fin y al cabo es un compromiso con uno y solo uno sabe lo que verdaderamente le da alegría. Asimismo sintonizarse positivamente cada día es un deber que uno tiene por amor con uno mismo y esto tendrá un beneficio en todos los sentidos”.

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Hoy, a través de Fundación Narices Rojas y sus  voluntarios, continúa con la misión de esparcir esa misma alegría que llenó su vida. “Nuestro trabajo se centra en una terapia de risa consciente, no nos reímos del otro sino con el otro, los doctores Payasos Humanitarios son profesionales  preparados para realizar rutinas de clown y de conexión positiva, realizamos intervenciones lúdicas con las que se propone desdramatizar y humanizar el lugar vulnerable. Los reconectamos con la sonrisa y con esto apoyamos su proceso de estadía en el hospital”, explica.

Para Raquel solo es posible experimentar y vivir la felicidad en el presente, no hay que esperarla ni anhelarla. Por eso, aprender a vivir el aquí y el ahora resulta fundamental. “No hay más, solo el momento presente, cada momento es único e irrepetible, y está en cada uno gozarlo y disfrutarlo, o también perderlo y pasarlo por alto”.  (D. V., D. J. L.)