Los índices de violencia no solo son sostenidamente más altos, sino que involucran situaciones cada más complejas a medida que se las estudia y detalla. Así surgen las víctimas secundarias o silenciosas de la violencia social (no solo intrafamiliar). 

La doctora Neldy Mendoza Flores, experta en salud de mujeres, niños y adolescentes, y también en bioética y asesoría para la familia, enumera a esas otras víctimas. Empieza por nombrar a las niñas. 

A más de los abortos de niñas en estado embrionario y estado fetal, están las niñas en edad preescolar. “Nuestras investigaciones indican que la principal razón de violencia hacia niñas menores de 7 años es el comportamiento agresivo por parte de la madre. Le sobreexige, la insulta, la golpea, la castiga con agua para acallar el llanto”. 

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Esto, enfatiza la médica, inhibe el desarrollo cerebral y hace vulnerable a la adolescente, por estar desprovista de la capacidad de defensa, que se desarrolla en los tres primeros años de vida a partir de la apreciación y el afecto. Esta es la etapa en la cual se aprenden las primeras normas de convivencia y la afectividad; si se omite el diálogo cariñoso, la niña adquiere una sensación de poca valía. En la adolescencia, es común la dependencia emocional afectiva derivada de la mala relación con la mamá. 

“Una mujer que ha pasado por la descalificación de la madre”, concluye Mendoza, “no va a lograr desarrollar capacidad de autoprotección solo con charlas de estima personal”. 

Testigos silenciosos

Lo anterior no significa que los varones se libren de la experiencia. “Cada vez existe un mayor desprecio por la masculinidad”, opina la especialista, quien visitó Guayaquil en julio de este año, invitada por la Fundación Familia y Futuro y la Asociación Ecuatoriana de Psiquiatría Biológica. El estudio Mapa mundial de la familia (Social Trends Institute, 2017) muestra que más del 76% de las mujeres latinoamericanas en edad fértil desean tener un hijo, sin presencia paterna. Mendoza califica esto como otro acto de violencia. 

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Cuando falta uno o ambos padres, los niños no tienen suficiente contacto afectivo y no desarrollan apropiadamente el hipocampo, que normalmente crece en volumen y genera conexiones neuronales más resistentes en los primeros tres años de vida”. El hipocampo bien desarrollado evita la depresión, permite manejar la frustración y hace menos necesario compensar con violencia sentimientos de soledad y abandono. “La persona que maltrata tiene esta y otras estructuras cerebrales poco desarrolladas, como se puede apreciar en imágenes de contraste”. 

En el caso de las parejas adolescentes o que se unieron desde la adolescencia, se observa que la violencia es bidireccional, dice Mendoza. Ellos ejercen hipercontrol, consumo de alcohol, presión y chantaje. Ellas son las principales agresoras verbales. 

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Los abuelos entran en este drama. En los países latinoamericanos, los niños pasan de 11 a 16 horas diarias con los abuelos, entre semana y fines de semana. “Los mayores de 65 años están asumiendo pautas de crianza que no les corresponde y que, además, deforman el comportamiento de los niños”. En la edad avanzada, los abuelos se convierten en elementos invisibles dentro de la familia, y esto también es violento. 

Disparadores de violencia

Falta de tiempo familiar. Entre los 2 y 5 años, los niños demandan cantidad de tiempo. Las corrientes que postulan la calidad explotan un cliché y son negligentes. Lo que forma a la persona, dice Mendoza, es la cantidad de tiempo en familia. 

El alcohol es un factor común en los embarazos adolescentes y las relaciones sexuales tempranas. “Los jóvenes llegan al alcohol por necesidades afectivas insatisfechas en el núcleo familiar”. 

Otro elemento generador de violencia conyugal es la diferencia de criterios. “Para criar, papá y mamá, aunque estuviesen separados, tienen que buscar espacios de unificación de criterios”. Esto implica que los padres dejen de buscar relaciones de complicidad con los hijos. “Ser amigo de mi hijo es quitarme la imagen de guía, del que va por delante”. 

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Medidas de prevención

La propuesta para contrarrestar la violencia familiar y social es extensa. La doctora Mendoza rescata algunos puntos.