¿Montañas, dónde empiezan o terminan?, ¿cuántos las han enfrentado por necesidad o gloria, por hacer ciencia o por encontrarse a ellos mismos?

Pensaba que los Andes ecuatorianos eran los más notables en América del Sur, por su elevación e historia geológica, pero hay otros, de mayor antigüedad y con su propia belleza.

Están las sierras de Córdoba, por ejemplo, ubicadas en la provincia argentina de ese nombre. Para llegar a ellas se toman las rutas hacia el oeste de la ciudad.

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En esta zona hay varias cadenas montañosas que se extienden de norte a sur, por unos 490 km, y de este a oeste por unos 150 km. En sus orígenes formaron el límite entre Gondwana y el luego expandido océano Pacífico. Consisten principalmente de roca metamórfica, consecuencia de las altas presiones y temperaturas desde sus inicios hace 600 millones de años (cuando América del Sur, África, Antártida, India y Madagascar eran un solo continente), hasta su separación hace aproximadamente 180 millones de años.

Se asciende primero a las sierras chicas, con el célebre y abrupto cerro Uritorco (1.950 msnm). En sus faldas occidentales yace Capilla del Monte, un pueblo colorido de artesanos, donde se sospecha que Uritorco es sitio de ovnis y duendes.

Las sierras chicas abarcan un poco más al sur de la ciudad de Alta Gracia. Allí vivió el Che Guevara, a causa de su clima benévolo, para enfrentar el asma que padeciera desde niño. Se encuentra también una de las cinco estancias jesuíticas de la provincia (declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2000).

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Hacia el norte, en las sierras chicas, visitamos el sector de Ongamira, con impresionantes areniscas rojas de 130 millones de años, y con cuevas que hasta la llegada de los españoles estuvieron habitadas por los comechingones. Comechingón es la forma despectiva con la cual se alude a dos etnias originarias de la República Argentina, los hênîa y los kâmîare. La denominación les fue dada por sus enemigos invasores, los indoamericanos sanavirones, y significa “habitante de cuevas”. Porque en efecto ocuparon estas cavernas donde se han descubierto artefactos y pinturas rupestres, y donde se inmolaron desde lo alto miles de niños, hombres y mujeres, para no ser esclavizados por los españoles.

Al oeste de las sierras chicas se pasa por los valles de Punilla, Paravachasca, Calamuchita, con ciudades como General Belgrano, fundada por alemanes, polacos y otros migrantes europeos en 1932, productora de sinnúmero de cervezas artesanales, o el pueblo de La Cumbrecita, completamente peatonal, y que luce como un rincón encantado de cabañas de madera, ríos subterráneos y calles de tierra decoradas por esculturas y flores.

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Siguiendo al oeste se asciende a la cadena de las Sierras Grandes, más elevadas y de mayor extensión latitudinal, con vegetación similar a la de nuestros páramos. Se observan pocos caseríos de curtiembres, y de tramo en tramo, ofrendas al Gauchito Gil, uno de los centenares de gauchos milagrosos de Argentina, que buscaba resolver los problemas de la gente; muchos eran los curanderos del barrio, pero también ladrones. Antonio Mamerto Gil Núñez se convirtió en una suerte de Robin Hood en los 1800. Solía vestir de color rojo dada su devoción por san Baltasar, el rey árabe de la mitología católica, por tanto se colocan banderas rojas a su imagen en los caminos.

 

Folclore argentino

Al llegar tras las sierras grandes encontramos pueblos especializados en actividades únicas. Está Minas Clavero, con su famosa fábrica de alfajores Nazareno, a mi parecer los más ricos de Argentina. Luego viene Nono, con una plaza central llena de artesanos de alta calidad. En Villa de las Rosas realizan feria de comidas locales, y en el pueblo del Cura Brochero, canonizado en 2008, hay música tradicional en las noches. Me emociona ver a hombres y mujeres sin ninguna vergüenza bailar samba argentina, una danza que parece de cortejo, coqueteando con miradas y pañuelos. Se mueven desenvueltos, jóvenes y viejos, al son de tangos, milongas y cuartetos.

En cada pueblo, río y cascada de la zona, se festeja a la vida y la familia. Abuelos, padres, pequeños se sientan en sillas plegables, o tapetes, con su religioso termo de mate, a disfrutar de la simplicidad de un paisaje y de estar juntos. Así hicimos mi madre, hermana y sobrinos, nos unimos a la celebración y sobre gigantescas piedras de granito pasamos la tarde, no con mate, pero con café ecuatoriano y todo el cariño familiar del que fuéramos capaces.

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Libertad

Mucho más al oeste, y de menos de setenta millones de años, yace la cordillera de los Andes. Desde Mendoza, la provincia argentina conocida por su excelencia en vinos, partimos a explorar sus montañas. Primero recorremos la precordillera, formada en mares someros y lagunas. Tomamos uno de los caminos del ejército de los Andes, organizado por el general San Martín. Los argentinos manejan los nombres de Bolívar, Sucre y Miranda como si fueran parte de su propia tradición. Es que realmente lo son. Eran hombres que buscaban la independencia de sus pueblos, que mantenían gran correspondencia entre ellos, apoyándose. Me avergüenza lo poco que yo misma sé de San Martín, y aprovecho el viaje para enterarme de su vida y su campaña.

San Martín reunió un ejército en Mendoza para cruzar la vasta cordillera y ayudar en la liberación de Chile y finalmente Perú. Contó al final con 5.000 hombres, 5.000 mulas. Muchos le decían que era una labor imposible, a lo que él respondía: “Imposible pero imprescindible”.

Y por caminos angostos, sin vestimenta adecuada, atravesando las montañas más altas de América, San Martín en compañía de sus generales, como Bernardo O’Higgins, Juan De Las Heras, y otros, logró cruzar los Andes en 1817 y vencer a las huestes españolas en Chile, siguiendo luego al Perú. Por siete años San Martín permaneció en aquellas tierras, liberando, consolidando, hasta que cediera parte de su ejército a Bolívar para que este continuara su campaña. Visitamos a la cuarta generación del manzano histórico junto al que pernoctara San Martín en su regreso a Mendoza, en 1824. Cabalgaba sobre mula, vestido de poncho andino, y coronado por un sombrero de paja toquilla del Ecuador.

 

Fósiles

Estas son montañas que unen pueblos, montañas que los liberan. También el naturalista británico Charles Darwin caminó estas serranías.

Darwin decidió cruzar la cordillera desde Chile, a la altura del Valle de Uco, para llegar a la ciudad de Mendoza. Al retornar, visitó las minas de plata y zinc de Paramillos, que se estaban explotando desde la época de los jesuitas y probablemente desde antes. Encuentra un yacimiento de árboles petrificados, el primer descubrimiento de árboles fósiles en Sudamérica. Sigue por el antiguo camino llamado de la Cumbre (hoy ruta Internacional 7), para conocer los picos montañosos más grandes de América, que yo también llego a divisar: El Aconcagua (6.963 msnm), el Tupungato (6.565 msnm), el Plata (5.968 msnm), Tolosa (5.432 msnm), entre otros.

He recorrido montañas argentinas de diferentes edades geológicas, montañas que nos acercan al cielo, a la ciencia, a nuestros orígenes como pueblo, y que ojalá nos mantengan unidos como en épocas de Bolívar y San Martín.