Tal parece que escribir, publicar y ser mujer al mismo tiempo era un poco inusual e incluso mal visto en los siglos XVIII y XIX. Y es que la historia de la literatura destaca en su mayoría a figuras masculinas, pero ¿todos los autores célebres realmente eran hombres?

En 1857 la revista británica Blackwood’s Edinburgh Magazine publicó tres relatos de manera anónima. En 1858, esos mismos relatos se convirtieron en el libro Scenes of Clerical Life que esta vez presentaba al mundo la firma de su autor -George Eliot-, un "personaje varonil" que apenas con su primera obra se ganaría la admiración de Charles Dickens: "Nunca había visto nada parecido a la veracidad exquisita y a la delicadeza tanto del humor como del pathos de estas historias".

Un año más tarde publicó Adam Bede, una novela que ganaría el elogio de la crítica literaria. Algo que dejaría de ocurrir una vez revelado que George Eliot en realidad era Mary Ann Evans, una mujer. Tras este acontecimiento la novela empezaría a recibir críticas negativas. Así lo explica un artículo de la BBC.

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Otras escritoras que firmaron como hombres fueron Amantine Dupin (Seudónimo George Sand); las hermanas Charlotte, Emily y Anne Brontë (Seudónimo: Currer, Ellis y Acton Bell, respectivamente); entre otras.

“Las industriales editoriales eran de hombres, los editores eran hombres, los críticos eran hombres y entonces permitirle la entrada a una mujer intelectual era un hecho desafiante y no estaban dispuestos a correr ese riesgo”, expresa Adelaida Jaramillo, directora de Palabra Lab.

Ella considera que en ese tiempo la palabra masculina era la que tenía validez y las mujeres con la valentía de querer ser leídas en su tiempo, no les quedaba más opción que recurrir a estrategias como el anonimato.

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Tal como lo dijo Virginia Woolf en su libro La Habitación Propia (1929). "Me aventuraria a decir que Anon (Anónimo), que escribió tantos poemas sin firmarlos, era a menudo una mujer".

La primera vez que se publicó Orgullo y Prejuicio (1813) fue sin la firma de su autora Jane Austen, quien prefirió publicar todos sus libros omitiendo su nombre, pero dejando un precedente en su primera novela Sentido y Sensibilidad (1811), donde reluce en letras mayúsculas lo siguiente: -Una novela en tres volúmenes escrito por una dama-.

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El anonimato volvió a hacerse presente una lluviosa noche de noviembre, a la tenue luz de una candela; cuando una mujer se aventuró a escribir ciencia ficción y a entregar al mundo la conocida historia de Frankenstein. Su primera publicación en 1818 no llevó el nombre de Mary Shelley, escritora del best seller. Hasta que en 1823 decide revelarlo en una segunda edición, algo que causa confusión y dudas dentro de la crítica literaria, quien insiste que la obra fue escrita por su marido Percy Shelley.

Es así que en 1831 publica la edición definitiva de Frankenstein, en la que incluye, entre otras cosas, una introducción que en sus líneas deja al descubierto lo siguiente: "Si bien es cierto que no le debo a mi marido la idea de ningún episodio concreto, ni siquiera la de los sentimientos de personaje alguno, de no ser por su insistencia, nunca habría tomado la forma en la que se presentó al público".

Joanne Kathleen Rowling más conocida como J. K. Rowling también forma parte de este grupo de féminas que ocultaron su identidad. La autora que le dio vida al mago más querido Harry Potter, emplea sus iniciales en lugar de su nombre, esto por pedido de la editorial.

En cambio para El canto del cuco (2013), su primera novela policíaca, adoptó el nombre de Robert Galbraith, pues tuvo que ajustarse a las condiciones de sus editores que se negaban a publicarla con su nombre de mujer, algo que lo resume en 'puro sexismo'. Un engaño que no duró mucho tiempo y que al contrario le trajo un aumento de ventas. Así lo expresa en una entrevista para CNN.

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"Es bueno que sea descubierta de inmediato y las críticas acerca de este cambio radical de escritura son favorables", comparte Adelaida Jaramillo.

En la actualidad sigue firmando con sus iniciales y el apodo masculino, aunque ya por un tema comercial. J. K. Rowlling afirmó para una entrevista de CNN: "Me gusta tener un seudónimo, es como si tuviera una doble identidad y me sirviera para salvaguardar mi vida privada".

Es así como el anonimato, las iniciales, o los seudónimos masculinos continúan siendo una puerta de escape en pleno siglo XXI para todas aquellas escritoras que se atreven a indagar por estilos nuevos. ¿Decisión? u ¿Obligación?.

La gestora cultural comentó: "Vamos a tener que seguir peleando por nuestros espacios, no solamente en el arte sino en todos los lugares que ocupa la mujer en la sociedad, pero siempre es mejor mirar a las mujeres que nos han antecedido para no bajar los brazos y para no rendirnos". (I)

Datos a tener en cuenta

- En noviembre del año pasado, un artículo de la BBC anunció sobre un proyecto brasileño que consistió en volver a imprimir las portadas con los nombres verdaderos de aquellas escritoras que escondieron su identidad femenina.

- Miguel Donoso Pareja denunció en 1983 una ausencia rotunda de narradoras en las letras ecuatorianas, catorce años después publicó Antología de narradoras ecuatorianas. (Tomado de la Revista Ibeoamericana)

- Todos los escritos de Mary Ann Evans llevan en su portada, hasta la actualidad, el nombre de George Eliot, entre esos Middlemarch, una novela adaptada al cine en dos ocasiones. Es curioso tomar uno de sus libros con la firma masculina y la foto de ella en primera plana.

- En 2007 se publicó el libro El hombre que escribió Frankenstein, en el que el profesor John Lauritsen sostenía que la novela (Frankenstein) era demasiado profunda «para haber sido creada por una jovencita de 19 años de pobre educación, cuyos escritos posteriores fueron muy vulgares» (refiriéndose a Mary Shelley). (Información tomada de ABC).


¿Quién es la religiosa que aparece en los memes de redes sociales?

Sor Juana Inés de la Cruz nació en San Miguel de Nepantla (Nueva España, actual México), en 1651.

Su pasión por los estudios y las letras se puede notar en su primera loa eucarística redactada a los ocho años de edad. Pese a que la mujeres no podían ingresar a la universidad, a mediados del siglo XVII, a sor Juana se le ocurrió vestirse de hombre para poder estudiar.

Sor Juana encarnó en sí misma los valores del feminismo: la lucha por la igualdad, por el acceso al conocimiento, la libertad de las mujeres, etc. Rompe los esquemas con su producción teatral, los papeles femeninos estaban asociados a la belleza o a la discreción; pero Sor Juana le suma a la mujer discreta el valor del entendimiento.

Criticó el papel de los hombres, esos hombres que, ante la belleza de una mujer, se lanzan a conquistarla.

Sor Juana veía que los hombres seducían a las mujeres y, cuando se cansaban, las abandonaban y las deshonraban. A raíz de esta línea feminista en sus textos publicados, la imagen de la religiosa es utilizada para viralizar ‘memes’ en redes sociales. (I)