Observa Edward Gibbon en su Historia de la decadencia y caída del Imperio romano que el arco de los años que van desde el principado de Nerva hasta el de Marco Aurelio –del 92 hasta el 196–, época en la que, además de los mencionados, gobernaron Trajano, Adriano y Antonino Pío, “los cinco emperadores buenos” según los llamó Maquiavelo, el Imperio romano habría sido “la época más feliz de la humanidad”. Pero como ya le sucedió a los romanos antes, a tan excelso período le siguió uno de brutal turbulencia. A la muerte de Marco Aurelio le sucedió su hijo Cómodo que, si bien gobernó con cierta eficiencia, no demoró mucho en descender por el sendero de la ridiculez para luego caer en la locura hasta terminar siendo asesinado.

Gibbon ubica en este punto el inicio de la decadencia del Imperio romano. Y es aquí donde comienza la última novela de Santiago Posteguillo, “Yo, Julia” (Edit. Planeta, Barcelona. 2018). Viéndose acorralado por el Senado, la ira popular y, sobre todo, por su propia demencia, Cómodo decidió secuestrar a las esposas de los gobernantes militares que él más temía. Una de ellas fue Julia Domna, la esposa de Severo, el cual se encontraba a la sazón estacionado en la región del Danubio. Es entonces cuando sale a relucir el talento, la audacia y sagacidad de esta mujer de origen sirio. Julia comprendió mejor que todos los conspiradores –incluyéndolo a Severo– el momento histórico que enfrentaba el Imperio. Mientras que entre los “hombres fuertes” del momento se desató un forcejeo para llenar el vacío que dejaba la muerte de Cómodo, Julia ya había puesto su mirada en algo más grande; había decidido fundar algo que solo una mujer puede fundar, una dinastía.

Ella habría de acumular tanto poder y recibir tanto aprecio en los años venideros –en un mundo desgobernado por hombres– que le fue reconocido el título de Augusta. Un poder que, sin embargo, no la libró de envidias y maquinaciones, que la condujeron a vivir por un tiempo en exilio. Una época en la que Julia aprovechó para estudiar filosofía rodeada de intelectuales de prestigio.

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Posteguillo demuestra en Yo, Julia un vasto conocimiento de la historia romana, y a la vez, un cautivante estilo novelesco. El autor abre su libro citando el conocido poema de Robert Grave dedicado a Ava Gardner (El retrato), “She always speaks with her own voice” (“Ella siempre habla con su voz propia...”) La novela que comentamos ganó el Premio Planeta 2018. (O)

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