El paseo por la calle 6 de Marzo ahora parece la marquesina de los cines de los malls, porque lo que allí se celebra (¡para quemarse después!) son fantasías de cómics. Es una tragedia cultural que se conecta con un país que pierde importantes facetas de una identidad única que jamás debe desaparecer. No soy nostálgico y no quiero remontarme a un pasado donde el ritual de fin de año era el gran concurso de años viejos entarimados en la avenida 9 de Octubre, donde el humor popular era casi una explosión: los buenos, los malos y los feos hacían el show. Más que nada se recreaban nuestras penas de la realidad, simbolizadas por las figuras políticas con sus promesas y palabrería del momento, en una especie de bulevar de sueños rotos que ardían a la medianoche. Entonces sí podíamos bailar sobre esas cenizas y soñar en tiempos mejores.